"Luis, juegue como juega en Talleres". Las palabras que César Luis Menotti le dijo a Luis Galván antes de la final de la Copa del Mundo de Argentina 1978, todavía resuenan en la cabeza del santiagueño. La frase del Flaco fue un aluvión de tranquilidad para el entonces marcador central de la Selección, que tuvo un partido perfecto. Pero antes de su consagración ante el planeta, el "Maestro" atravesó un duro camino digno de repasar.
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Luis Adolfo Galván nació el 24 de febrero de 1948, en una pequeña localidad del "interior" del interior. Se trata de Fernández, un pueblo de la provincia de Santiago del Estero. De orígenes humildes, el exfutbolista terminó el secundario y se recibió como maestro a los 20 años. "Cazaba" su bicicleta y recorría los más de seis kilómetros que lo separaban de las escuelitas rurales donde enseñaba. De ahí su apodo de "Maestro".
Después de debutar con Independiente de su ciudad natal, Galván desembarcó en Talleres en 1970, luego de un paso por Unión de Santiago del Estero. Una vez en la Docta, Córdoba lo adoptó como propio. En sus comienzos en la "T", el "Luí" -como diría un cordobés promedio- laburaba en la fábrica de Fiat, aunque cuando el club de Barrio Jardín comenzó a pisar fuerte en el país, se dedicó exclusivamente a jugar.
Aquel fenómeno matador, comandado por el presidente Amadeo Nuccetelli, estuvo a punto de alcanzar la gloria en la recordada final del Nacional 77 con Independiente, el 25 de enero de 1978. Fue un insólito traspié en el que el Matador ganaba 2 a 1 de local, con tres jugadores más, y le empataron el partido. Esto significó una estrella más para el Rojo de Avellaneda.
Ese amargo recuerdo podría haber hundido en la depresión a Galván, pero el fútbol le tenía preparada una generosa revancha.
Su llegada a la Selección
La asunción de César Luis Menotti al mando de la Selección Argentina cambió los paradigmas del equipo nacional. Después del papelón de la Albiceleste en el Mundial de Alemania 74, el Flaco decidió abrir su abanico de opciones y buscó talentos desperdigados por el interior del país. Esta idea, inédita hasta ese entonces, despertó el recelo de la prensa porteña, acostumbrada a jugadores de Buenos Aires o, en su defecto, de Rosario.
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De esta manera, Luis Galván fue convocado a los Juegos Panamericanos de México en 1975 y, al año siguiente, integró la llamada "Selección del Interior", que hizo una gira por Perú y Bolivia. Después de la mencionada final perdida con Independiente, el "Maestro" volvió a Fernández a refugiarse en sus afectos.
En ese momento, a principios de 1978, Menotti lo convocó, aunque él mucho no le creyó. Las comunicaciones no eran tan sencillas como en la actualidad, claro está. Tanto así que cuando fue a Mar del Plata, donde entrenaba la Albiceleste, el santiagueño se quedó en el hotel por miedo a llegar al entrenamiento y que todo fuera una broma.
El Flaco le dio confianza al santiagueño cuando quedaban pocos meses para el Mundial. A pesar de las críticas de los medios, que pedían encarecidamente la convocatoria de Roberto Mouzo, central de Boca, el seleccionador "bancó los trapos" y apostó por Galván. Así, integró una sólida zaga central junto a Daniel Passarella, el capitán del equipo, que le pedía que le gritara si se iba mucho al ataque. Esto evidenciaba algo elemental en una buena comunicación entre defensores, tal como lo describe el capítulo 5, inciso "B" del "Manual del Zaguero Central que Se Precie de Tal".
Una final "10 puntos"
Las actuaciones de Luis Adolfo Galván en el Mundial de Argentina 78 fueron de menor a mayor, aunque resultaron entre las más regulares del plantel. Con el número "7" en la espalda por su orden alfabético en el plantel, fue titular en todos los partidos y no salió ni un minuto. Sin ser un defensor alto -medía 1,74-, tenía buen juego aéreo y se caracterizaba por anticipar antes que por pegar. Tenía una salida "limpita" por el piso, con cabeza levantada, aunque no escatimaba a la hora de barrer y recuperar la pelota sin falta.
Todo ese repertorio de cualidades fue exprimido al máximo en la final con Holanda. El "Maestro" fue un auténtico muro y tuvo a maltraer a los delanteros neerlandeses. La actuación fue tan superlativa que los medios del planeta calificaron su actuación con un rotundo "10". El mismo Menotti aseguró que Galván fue el más regular del torneo, por encima de Mario Kempes, el goleador del Mundial, que se llevó la mayoría de los flashes.
No solamente la prensa reconoció el juego perfecto del ícono de Talleres, sino que la FIFA lo distinguió con el premio Fair Play al jugador "más caballeroso" de la competencia. ¿Qué tal?
Cuatro años después, Luis jugaría su segundo Mundial, en España, aunque la suerte fue distinta y Argentina quedó eliminada en segunda ronda. Pero él ya era una leyenda y nada podrá sacarle ese rótulo por el resto de su vida. Hoy se lo puede encontrar en el bar de su amigo, el "Tigre" Bravo, otra gloria de la "T", o mostrándole cómo patear de "tres dedos" a un niño en el predio Amadeo Nuccetelli.
Luis se desempeña como profesor en las escuelas de fútbol de Talleres. Sigue enseñando a los chicos, tal como lo hacía cuando se calzaba el guardapolvo e iba en bici a dar clases a un pueblito rural de Santiago del Estero. Aunque merecería más reconocimiento que dos estatuas en su honor, una en su pueblo y otra en el Estadio Madre de Ciudades, siempre será el "Maestro".
Ese "Maestro" que sabe cuánto pesa la Copa del Mundo. Ese que ostenta el récord de mayor cantidad de partidos visitiendo la camiseta de Talleres. Ese que fue un "10" en la final del Mundo con Holanda. Simplemente, Luis Adolfo Galván.
Cordobeses Mundiales será una sección de ElDoce.tv para contar las historias de nuestros futbolistas en las Copas del Mundo. Esta es la primera entrega... ¡y se vienen muchas más!