Nepal se encuentra sumido en una ola de violencia y caos político que ya dejó un saldo trágico de muertes, ataques contra figuras públicas y edificios incendiados. El descontento social estalló tras la renuncia del primer ministro K.P. Sharma Oli y la represión que dejó al menos 19 muertos en distintas protestas. Lo que comenzó como una movilización juvenil contra la censura en redes sociales se transformó en una crisis política y social de gran magnitud.
Uno de los episodios más estremecedores se registró en Katmandú, en la residencia del exprimer ministro Jhalanath Khanal, histórico referente del Partido Comunista de Nepal. Manifestantes incendiaron la vivienda familiar y su esposa, Rajyalaxmi Chitrakar, quedó atrapada en el fuego. Aunque fue trasladada a un hospital, murió poco después, lo que convirtió el hecho en un símbolo de la furia desatada contra la clase dirigente.
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El ministro de Finanzas y viceprimer ministro, Bishnu Prasad Paudel, también fue víctima directa de los manifestantes. En pleno centro de Katmandú fue perseguido por una multitud que lo golpeó, lo despojó de su ropa y lo obligó a huir en ropa interior, lanzándose a un río para salvarse. Desde el oficialismo definieron el episodio como un “linchamiento público” y advirtieron sobre el colapso del orden institucional.
La violencia no se limitó a estas escenas. La canciller Arzu Rana Deuba, esposa del exprimer ministro Sher Bahadur Deuba, fue agredida a golpes en las inmediaciones de su vivienda, en otro ataque que dejó al descubierto que la furia popular alcanza a dirigentes de todos los partidos. En paralelo, el Parlamento, el complejo gubernamental de Singha Durbar y varios ministerios fueron incendiados por los manifestantes. También se destruyeron vehículos oficiales, incluidos patrulleros y autos de magistrados.
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Evacuación aérea
La magnitud de los hechos obligó a las Fuerzas Armadas a evacuar en helicópteros a jueces y ministros de la capital, en escenas que evocaron la caída de la autoridad estatal. Medios internacionales como AP y The Wall Street Journal describieron la situación como el estallido de violencia más grave desde que Nepal abolió la monarquía en 2008.
El trasfondo de la crisis comenzó con una decisión del gobierno que encendió la mecha: el bloqueo de plataformas como Facebook, X y YouTube bajo el argumento de que las compañías no cumplían con requisitos de registro y supervisión. Sin embargo, la protesta se amplificó y se convirtió en un movimiento de rechazo más amplio contra la desigualdad y la corrupción en la política.

Conocidas como las protestas de la Generación Z, las manifestaciones reflejan el malestar de miles de jóvenes que denuncian los privilegios de los “Nepo Kids”, hijos de dirigentes que disfrutan de lujos y ventajas, mientras la mayoría de la población juvenil enfrenta una grave crisis de empleo. Según el Banco Mundial, la tasa de desempleo juvenil llegó al 20% en 2024, y el propio gobierno admite que más de 2.000 jóvenes emigran cada día en busca de trabajo en Medio Oriente o el sudeste asiático.
Nepal atraviesa así un momento decisivo: con líderes desacreditados, instituciones golpeadas y una sociedad movilizada que exige cambios profundos, la estabilidad del país está en juego. La violencia de estos días mostró que la paciencia ciudadana se agotó y que el reclamo de una nueva generación ya no se limita a las calles, sino que pone en jaque a todo el sistema político.