El líder de la iglesia católica habló visiblemente emocionado en una planta siderúrgica al noroeste de Italia, desde donde partió su padre en 1929 a la Argentina. Ante, los empleados elogió “la dignidad” que da el trabajo pero denunció a “los especuladores protagonistas de una economía sin rostro”.
En su discurso, exhortó a los que tiene la responsabilidad de generar el trabajo. “No hay buena economía sin buenos empresarios. El buen empresario conoce a sus trabajadores porque trabaja a su lado, con ellos, porque debe ser antes que nada un trabajador. Si no tiene la experiencia de la dignidad del trabajo no será un buen empresario. Debe compartir el cansancio del trabajador, su alegría. Ningún buen empresario ama despedir a su gente", lanzó.
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En el momento más candente de su mensaje, Francisco se ganó el reconocimiento y el aplauso de los trabajadores que escucharon atentamente. "Quien crea resolver los problemas de su empresa despidiendo a gente no es un buen empresario. Hoy vende a su gente, mañana venderá su propia dignidad".
Finalmente explicó cómo se distorsiona el rol del buen empresario. "Una enfermedad de la economía es la transformación progresiva del empresario en especulador. El especulador es similar a un mercenario, no ama su empresa, ni a sus trabajadores, sino que los ve sólo como medios para sacar ganancias".