Alex Lewis tenía 33 años y disfrutaba de la vida como cualquier hijo de vecino. Sin embargo, un simple resfrío terminó dejándolo al borde de la muerte y cambiándolo para siempre.
El hombre de Winchester, Inglaterra, no se curó del cuadro y contrajo estreptococo nivel A. Ahí comenzó la pesadilla: la bacteria comió su piel y carne, infectó su sangre y lo dejó con el 3 por ciento de posibilidades de vivir.

Contra todos los pronósticos, Alex se repuso. Los costos fueron drásticos: sus dos brazos y piernas fueron amputados y su boca quedó desfigurada, por lo que debió ser reconstruida. Hablar, comer, moverse y jugar con su hijo Sam se hicieron muy complicados. "Mi hijo no se atrevía a acercarse, a besarme, ni abrazarme”, confesó al periódico inglés Daily Mail.

Pese a todo, tiempo después logró otro triunfo que parecía imposible. "Perder las extremidades me hizo más feliz", relató a la BBC, luego de convertirse en un símbolo de lucha en el Reino Unido. "A veces me levanto y me duele el hombro, o mis muñones están irritados. Pero sigo mirando hacia adelante", explicó.
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