¿Es válido pasar por encima del sistema legal si, de ese modo, se gana en eficacia para alcanzar metas largamente reclamadas por la mayoría en la sociedad? El éxito en la satisfacción de demandas sociales ¿justifica los métodos autoritarios y el avasallamiento de la institucionalidad?
Estas preguntas rondan el debate sobre los populismos actuales porque las sociedades sienten que la “elite política” o “la casta” o “la burocracia gobernante” o como llamen a la dirigencia imperante a través del sistema representativo, “les robó el poder” y no lo usa para atender sus reclamos y necesidades.
La crisis de la democracia representativa deviene precisamente de la dificultad para atender las necesidades más urgentes de las sociedades de este tiempo, sin violar la institucionalidad y el marco jurídico del Estado de Derecho.
Los líderes populistas logran el respaldo de mayorías cuando les hacen sentir que ellos no son la “elite”, “casta”, “burocracia” etcétera, sino quienes “le devuelven el poder que les quitó el sistema representativo”, atendiendo sus reclamos con eficacia porque derriban las limitaciones legales e institucionales para que las reglas del Estado de Derecho no les impidan satisfacer al pueblo.
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El presidente salvadoreño genera esa sensación con la guerra implacable y brutal que lleva adelante contra las también brutales maras. Esas pandillas devenidas en poderosas mafias, cuyos miembros usan como uniforme los tatuajes que cubren sus cuerpos, imperan en El Salvador, Guatemala y Honduras. Se incubaron en los años ochenta en la comunidad de inmigrantes salvadoreños en la ciudad californiana de Los Angeles, implantándose más tarde en América Central.
Nayib Bukele es un pragmático que viene del mundo empresarial y que, antes de llegar a la presidencia por su partido, Nuevas Ideas, fue alcalde de San Salvador, la capital, y de Nuevo Cuscatlán, por el frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), el partido de centroizquierda que nació de la antigua guerrilla izquierdista.
El video que su gobierno difundió en El Salvador y que está impactando fuertemente en el mundo, muestra rasgos de estado totalitario. Pero a los millones de salvadoreños que viven aterrorizados por las pandillas, les hace sentir seguridad y satisfacción ver a los violentos pandilleros encadenados y humillados, cumpliendo milimétricamente la implacable coreografía que les dictó la policía para trasladar de una cárcel común a una flamante prisión especial para mareros (miembros de las maras) a dos mil delincuentes.
Lo que no se plantean los que aplauden esas imágenes de campo de concentración, es que la solución de hoy puede ser la tragedia de mañana. Quien ahora los hace sentir seguros, mañana puede someter a la sociedad con el poder abrumador que se le permitió acumular.
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Las imágenes que impactaron al mundo parecían extraídas de una película. Los presidiarios son desplazados masivamente, cumpliendo de manera milimétrica la coreografía trazada por agentes que parecen dirigir un campo de concentración.
Semidesnudos, descalzos y encadenados, caminando en cuclillas y siempre mirando el suelo, esos dos mil criminales que integran las violentas maras salvadoreñas parecían un rebaño reducido a una humillante indefensión.
El presidente Bukele hizo filmar y difundir el impactante mega-operativo policial para trasladar dos millares de presos. Una decisión que parece apuntada a fines propagandísticos: mostrarle a los salvadoreños una “ingeniería de seguridad” que instale la sensación de un gobernante implacable con el crimen organizado que lleva décadas azolando al país centroamericano.
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La eficacia que muestra esa filmación se condice con la realidad, salvo que, según algunas denuncias, el actual gobierno, igual que los anteriores que encabezaron los partidos FMLN y ARENA, haya de verdad negociado con algunos jefes de maras intercambios de favores jurídicos y policiales a cambio de favores económicos y políticos y de reducir la criminalidad en las calles.
Esto ocurrió en el primer plan de guerra a las maras, que logró reducir a la mitad los crímenes, pero el periodismo de investigación y también los datos obtenidos por Estados Unidos, revelaron que no fue el despliegue policial ordenado por Bukele sino su toma y daca con los jefes de las maras lo que produjo la caída del crimen.
Llegó entonces la nueva ofensiva contra las pandillas criminales, y esta fue tan real como violatoria de derechos humanos y del marco jurídico que limita el accionar policial.
Para lograr los millonarios fondos que necesita para financiar su guerra sucia, Bukele entró al congreso rodeado de militares armados hasta los dientes.
El resultado, hasta ahora, es formidable. La sociedad atormentada por las maras, aplaude ver a miles de mareros encadenados y sometidos a reglas de campo de concentración. El autoritarismo es siempre eficaz y las políticas populistas generan la sensación de que el líder le devuelve a la sociedad el poder que “la clase política” le robó. Pero la historia demuestra que el empoderamiento de los líderes populistas deviene en autoritarismos que someten a la sociedad, porque las deja indefensas frente al poder ilimitado del régimen.
Nadie había debilitado tanto a la Cosa Nostra como Mussolini. Por eso Lucky Lucciano colaboró con el desembarco norteamericano en Italia, que comenzó precisamente por Sicilia con el apoyo de la mafia. La historia muestra que el fascismo asoció a Italia con la Alemania nazi, cometió crímenes racistas, abolió libertades y exterminó judíos y comunistas en campos de concentración, antes de terminar vencido por los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial.
La historia está colmada de ejemplos sobre las catástrofes que producen los liderazgos populistas, que primero conquistan a sus pueblos con la eficacia con que generan la sensación de devolverle el poder que “les quita” la democracia representativa.
Nayib Bukele es un líder populista exitoso, cuyo modelo parece inspirado en Alberto Fujimori. En los noventa, Fujimori aplastó a Sendero Luminoso y también a los miembros del MRTA (Movimiento revolucionario Tupac Amaru) que, comandados por Néstor Serpa Cartolini, habían ocupado la residencia del embajador japonés cuando se realizaba una gala con cientos de invitados por la asunción de Akihito al Trono del Crisantemo.
En los dos casos, Fujimori dejó de lado las leyes y apostó a la guerra sucia. El indecoroso y traumático final de su presidencia y las revelaciones de la mega-corrupción y de los innumerables crímenes cometidos por el régimen, enseñaron a las mayorías del Perú que lo habían aplaudido, el alto costo que suele tener la eficacia de los autoritarismos.
Bukele sigue la senda del populismo derechista peruano. Todavía atraviesa la etapa de la seducción que producen sus éxitos. En El Salvador, las mayorías sienten que por fin un líder hace lo que necesita la gente y siempre impiden las reglas de la democracia y su Estado de Derecho.
Lo que está fuera de duda, es que Bukele ha golpeado a las maras como nadie antes lo había hecho. Las cárceles están abarrotadas y los salvadoreños tienen la sensación de que este presidente ganará la guerra contra las pandillas.
El problema es que la eficacia de Bukele tiene que ver con un estilo autoritario que pone los resultados por encima del cumplimiento de las leyes. Y sobre las consecuencias de ese modelo la historia está repleta de lamentables ejemplos.