Nicolás Maduro corroboró la veracidad de la frase que algunos atribuyen al lúcido y polifacético Jean Cocteau: “El pesimista es un optimista bien informado”.
Saber cómo el régimen venezolano ha utilizado siempre los “diálogos” y las “negociaciones” con la disidencia, impedía creer que los acuerdos alcanzados en Barbados para la realización de verdaderas elecciones plurales y limpias serían cumplidos por la nomenclatura.
Aunque tiene mejor prensa que el pesimismo, los optimistas suelen resultar funcionales a las estrategias de los perdularios. A quienes explicaban que para Maduro las negociaciones con la disidencia son sólo para ganar tiempo y nunca para alcanzar acuerdos que se cumplan, se los acusó de pesimistas y agoreros que apostaban al fracaso de la mesa que negociaba en Barbados.
Pero la realidad no tardó en mostrar una vez más la inutilidad de los crédulos. Todos los venezolanos saben que en su país el Tribunal Supremo no es un poder verdaderamente independiente, sino el brazo judicial del régimen. También saben que el chavismo residual no realizaría elecciones realmente limpias y creíbles si corriera riesgos de ser derrotado en las urnas.
Como a las elecciones acordadas en Barbados las controlará la Unión Europea para garantizar que no haya fraude, la alternativa de Maduro es la proscripción disfrazada de los candidatos opositores que lo vencerían.
El disfraz de la proscripción chavista es la “inhabilitación” por supuestas faltas o delitos. Por eso en las negociaciones que se realizaron en Bridgetoun, capital de la isla antillana que integra la Mancomunidad Británica, se planteó expresamente que se levanten las inhabilitaciones para que todos los candidatos puedan competir en las urnas.
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Sin embargo, el Tribunal Supremo ratificó la proscripción de María Corina Machado, al avalar la “inhabilitación” a ejercer cargos públicos por 15 años que le aplicó en junio del 2023 la Contraloría General por supuestos delitos administrativos.
Machado tiene rasgos cuestionables y en otras ocasiones ha sido castigada con razón, como en el 2014, cuando la expulsaron de la Asamblea Nacional por haber asumido una representación diplomática de Panamá en la OEA, siendo diputada en Venezuela.
Pero esta vez resulta evidente que su descalificación es artera y tiene que ver con la incontenible competitividad electoral que alcanzó y con su consecuencia inexorable: derrotaría al régimen de Nicolás Maduro en elecciones limpias.
Incluso en el gobierno de Joe Biden algunos pensaron que era posible que Maduro, Diosdado Cabello y el resto de la nomenclatura residual que fermentó en el chavismo, realmente se conformarían con las garantías de impunidad para salir del poder sin pagar por sus crímenes y estropicios.
Pero en los últimos meses hubo señales de que el régimen está dispuesto a lo que sea para continuar en el poder. Primero, Maduro sacó del arcón de las jugarretas patrioteras la cuestión Esequibo, antiguo litigio territorial con la vecina República Cooperativa de Guyana en la que Venezuela tiene sólidos argumentos, pero el marco vigente impide las movidas unilaterales.
Después recurrió a la vieja treta de denunciar conspiraciones criminales para aplicar purgas entre los propios y perseguir disidentes hasta encarcelarlos. Tres decenas de personas, entre militares y dirigentes opositores fueron apresados por participar de un supuesto e improbable complot para asesinarlo. Y a renglón seguido, a través del Tribunal Supremo servil al régimen, confirmó la proscripción de María Corina Machado.
Sabiendo que eso implica borrar con el codo lo que firmó con la mano, Nicolás Maduro dijo que “los acuerdos de Barbados están heridos de muerte”. Ciertamente es así. Y fue el propio Maduro quien los hirió mortalmente. ¿Por qué? Porque las primarias que la oposición hizo en julio pasado para elegir al candidato que enfrentará al régimen en las urnas juntó más de dos millones de votos, de los que Machado obtuvo más del 90 por ciento, lo que confirmó que esta vez el voto opositor no se dividiría y que una mayoría abrumadora de venezolanos quiere que la líder de vente Venezuela sea la que reemplace a Maduro en la presidencia y ponga fin al régimen.
En una elección controlada por la Unión Europea, ergo con escasas posibilidades de perpetrar un fraude masivo sin que sea percibido y denunciado, Nicolás Maduro y el chavismo residual están perdidos si, en lugar de atomizarse, el voto opositor se aglutina en torno a una figura convocante.
Todo parece indicar que la proscripción de María Corina Machado ya es igual que la de Henrique Capriles: inexorable.
Lo que falta ver es cómo Estados Unidos vuelve a endurecer las sanciones que había suavizado para que se firme el acuerdo de Barbados, y si los gobernantes que siempre denuncian “lawfare” cuando tienen problemas con la justicia o cuando la tienen otros gobernantes de los que son amigos, denuncian ahora el evidentísimo lawfare de Maduro contra Machado.