Mucho antes de lanzarse de lleno a la política, cuando aún era sólo un empresario de gran porte, Sebastián Piñera hizo algo que mostró su rasgo distintivo en la concepción del Estado y la sociedad. Cuando en 1988 la dictadura Pinochet convocó a un plebiscito para que la sociedad decidiera si continuaba ese régimen o si se hacían elecciones libres para avanzar hacia una democracia pluralista, Piñera fue uno de los pocos conservadores que se pronunció públicamente a favor de votar por la apertura democrática. Tampoco fueron muchos los empresarios que se atrevieron a pronunciarse públicamente a contramano del dictador militar. En un país sometido a un poder tan autoritario, a las empresas les podía ir mal si contrariaban al dueño absoluto de ese poder.
Por eso fue tan valioso lo que hizo Sebastián Piñera. También revelador del rasgo que lo distinguiría en el escenario político: la moderación. El ex presidente que acaba de morir en un accidente aéreo fue quien empujó la derecha hacia el centro, despinochetizándola y convirtiéndola en gobierno.
Los cuatro primeros gobiernos de la transición democrática fueron de la coalición de centroizquierda, porque ese sector político, además de haber tenido excelentes candidatos que ganaron en las urnas sus respectivas presidencias (los democristianos Patricio Aylin y Eduardo Frey, y los socialistas Ricardo lagos y Michel Bachelet), estaba más al centro, mientras la derecha seguía radicalizada e identificada con Augusto Pinochet.
La alianza de la derecha perdió las elecciones con los candidatos más identificados con Pinochet, como el ex ministro de Hacienda de la dictadura, Hernán Büchi, que perdió contra Aylwin; el abogado conservador Arturo Alessandri Besa, sobrino y nieto de ex presidentes, quien perdió frente a Frei, y luego Joaquín Lavin, quien perdió con Lagos. La derecha recién pudo ganar una elección cuando Piñera fue el candidato. Por eso el recién fallecido ex presidente es el artífice del corrimiento de la derecha pinochetista hacia el centro.
+ MIRÁ MÁS: Bukele: un fenómeno de éxito controversial
El era un centroderechista. Un demócrata. Desde la oposición no practicó obstruccionismo y ni saboteó a los gobiernos de la centroizquierda. Y como presidente no radicalizó su gobierno y mantuvo el diálogo y la búsqueda de consensos.
El único momento en que derrapó, fue en el 2019 cuando estallaron las masivas protestas a las que, inicialmente, respondió con una represión desmesurada y emitió señales de no entender cabalmente lo que estaba ocurriendo y su significación. Pero después entendió que las décadas de alternancia entre la centroizquierda y la centroderecha llegaba a su fin y tomó decisiones que mostraron su intención de enmendarse: abrió las puertas al proceso para reemplazar la constitución heredada del régimen militar, para que Chile tenga una constitución hija de la democracia.
El proceso constituyente terminó fracasando porque, primero la izquierda ideologizada y después la derecha extrema, cometieron el mismo error: elaborar constituciones sesgadas ideológicamente y, por ende, impotentes para representar a toda la sociedad.
El fracaso constituyente no tuvo que ver con Piñera. Cuando dejó el poder tras su segundo mandato presidencial, la derecha chilena volvió hacia el extremo ultraconservador, erigiendo el liderazgo de José Antonio Kast.
Los vientos de radicalización conservadora, que en Estados Unidos llevan el nombre de Trump, en Brasil de Bolsonaro y en Argentina de Javier Milei, han vuelto a soplar en Chile. También la centroizquierda fue superada por la izquierda anti-sistema, aunque Gabriel Boric decidió hacer una presidencia moderada.
Sebastián Piñera quedará en la historia política de su país como un centroderechista, o sea alguien que contribuyó con la democracia del diálogo, los consensos y la moderación.