Lula da Silva equiparó lo que está padeciendo el pueblo palestino de la Franja de Gaza con el exterminio masivo de judíos que perpetró la Alemania nazi liderada por Adolf Hitler. ¿Tiene lógica esa equiparación? No.
Lo que dijo el presidente de Brasil en Etiopía, siendo respondido con la declaración de “persona no grata” por el gobierno israelí, estuvo remotamente lejos de ser acertado.
El Holocausto perpetrado por el Tercer Reich partió de una voluntad racista: eliminar a un sector de la población de Alemania y de los países europeos donde logró imperar el nazismo.
Los judíos no eran una fuerza externa que había atacado a Alemania. Eran parte de la sociedad alemana. Eran alemanes, polacos, holandeses etcétera, a los que un designio ideológico monstruoso estigmatizó como una “impureza racial” que debía ser eliminada.
Desde el poder, el nazismo planificó la eliminación sistemática de esa etnia en los países que estaban bajo dominio de Hitler. Y el exterminio masivo se llevó a cabo a través de la industrialización del asesinato mediante los campos de concentración.
Eso fueron Auschwitz Birkenau, Bergen Belsen, Wuchenwald, Dachau y demás campos de concentración: fábricas de muerte en masa.
El antecedente inmediato fue el Genocidio Armenio del 1915. Si bien las embestidas contra esa etnia cristiana del Imperio Otomano comenzaron con las masacres hamidianas de fines del siglo 19 bajo el reinado del sultán Abdul Hamid II, el plan de exterminio sistemático se elaboró y se aplicó en la segunda década del siglo 20 por el régimen llamado de los llamados “Jóvenes Turcos”.
Lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza es atroz, una tragedia para la población civil de ese territorio que merece el cuestionamiento del mundo y las presiones necesarias para que acabe. Pero las bombas que están matando a decenas de miles de civiles, entre ellos muchos miles de niños, buscan a los milicianos y dirigentes de Hamas, la organización terrorista que impera en Gaza y que tiene una inmensa responsabilidad por esas muertes y destrucción.
En las cinco guerras que ha iniciado contra Israel, el pueblo palestino gazatí ha estado a la intemperie. Sin refugios antiaéreos, sin armas que intercepten misiles, como la “cúpula de acero” que ataja la mayoría de los misiles que Hamas dispara a los blancos civiles de Israel. Los interminables túneles son para que se refugie Hamas, no el pueblo palestino. Israel dispara contra Hamas, y sus dirigentes y milicianos se parapetan en la población civil, porque su estrategia de estigmatizar a Israel pasa por la muerte y la destrucción que padecen los civiles gazatíes.
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Esto no quita responsabilidad a Israel sobre la tragedia que están padeciendo los palestinos de Gaza. Israel no puede no tener responsabilidad en esas muertes. Tiene una responsabilidad gigantesca. Pero eso no implica que la tragedia de Gaza sea equiparable al exterminio masivo de judíos que perpetró Hitler.
Una cosa es denunciar la guerra atroz que está ocurriendo y reclamar que cese cuanto antes, y otra es describir con hemiplejia moral, como diría Ortega y Gasset, la responsabilidad sobre esas atrocidades.
Tras haber iniciado esta tragedia con el pogromo sanguinario del 7 de octubre, Hamas podría haberla detenido capitulando y aceptando abandonar el poder en la Franja de Gaza, para que se haga cargo la Autoridad Nacional Palestina con apoyo de las monarquías árabes que podrían convertir ese territorio en una nueva Dubai, si lo quisieran.
Las denuncias contra Israel pierden credibilidad si, como hacen Sudáfrica y el presidente brasileño, dejan de lado a Hamas. Esa organización es, como mínimo, corresponsable de las muertes civiles y de la destrucción en la Franja de Gaza.
No denunciar esa realidad evidente implica ser cómplices de la organización que talla un estigma sobre Israel sacrificando al pueblo sobre el cual impera.