La masacre cometidas por Isis en las afueras de Moscú les recuerda a Rusia y a las potencias occidentales que tienen un enemigo en común: el demencial y totalitario jihadismo ultra-islamista.
Estados Unidos, Europa y el gigante euroasiático han sufrido brutales atentados en sus respectivos territorios. En el caso de las democracias noroccidentales, encuadrados en gran medida en lo que el politólogo norteamericano Samuel Huntington llamó “choque de culturas”, pero más en términos de épocas que en términos geográficos: el medio evo contra la modernidad. Mientras que en el caso de Rusia, el marco es geográfico y geopolítico: la expansión territorial rusa a partir de la conquista de kanatos turcomanos y musulmanes hacia el Oeste y hacia el sur caucásico.
Las cruces que se erigen triunfales sobre las cúpulas acebolladas de la catedral de San Basilio en la Plaza Roja y de la iglesia de La Dormición, dentro de la ciudadela del Kremlin, igual que en todas las iglesias de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, simbolizan el triunfo del cristianismo ortodoxo eslavo sobre el Islam. La forma de las cúpulas expresa el islamismo túrquico mientras que la cruz de tres travesaños expresa al cristianismo eslavo, venciéndolo, como ocurrió en las innumerables guerras entre cosacos y tártaros.
Ivan IV Vasilievich, coronado bajo las doradas cúpulas de La Dormición, inició la expansión del Gran Ducado de Moscovia conquistando los kanatos de Kazán y Astrakán. Las guerras entre cosacos y tártaros continuaron. Pedro I y Catalina II acumularon victorias y territorios. Y en la era soviética hubo deportaciones en masa para reducir la gravitación del Islam en el Cáucaso.
Por eso al comenzar la era possoviética, los musulmanes quisieron separarse de Rusia, siendo finalmente aplastados en Chechenia, Ingushetia y Daguestán.
¿Por qué el Estado Islámico Irak-Levante (Isis) atacaría a Rusia masacrando casi centenar y medio de “cristianos” en un teatro? Porque para salvar al régimen de Bashar al Asad, el ejército ruso combatió en Siria al califato que encabezó Abu Bakr al Bagdadí. También porque mercenarios rusos pagados por el Kremlin enfrentan en países del Sahel a los brazos africanos de Isis.
Los cruzados medievales de Europa enfrentaron al Islam en el Oriente Medio, para conquistar los “santos lugares” y, en la Viena del siglo 16, para detener el avance de los jenízaros del sultán Soleimán el Magnífico sobre el Sacro Imperio Romano-Germánico.
+ MIRÁ MÁS: Contra toda evidencia, Putin insiste en culpar a Ucrania
Desde finales del siglo 20, el yihadismo ultra-islámico comenzó a luchar para separar el Cáucaso musulmán de la Rusia possoviética, mientras que en el amanecer de este siglo inicia su “yihad” terrorista contra Europa occidental y Estados Unidos, por sus guerras en países árabes.
El ataque genocida sobre Manhattan y Washington el 11-S, la ola de masacres que tuvieron, entre otros blancos, la estación madrileña de Atocha y bares y teatros parisinos, así como también la cadena de atentados sanguinarios perpetrados en Rusia, muestran el accionar devastador de ese enemigo común que tienen todas las potencias del hemisferio norte.
El otro enemigo en común es el cambio climático, que afecta a la totalidad del planeta volviendo absurdas las pulseadas por el liderazgo geopolítico y económico mundial. Sin embargo, Europa parece deslizarse hacia una tercera gran guerra. Si bien la elección en Rusia no logró ser creíble, de ella salió un Vladimir Putin recargado que habla de “tercera guerra mundial”, mientras su alter ego, el número dos del Consejo de Seguridad Nacional Dmitri Medvedev, proclama que “el único plan de paz que tiene Rusia es la anexión de toda Ucrania” y la destrucción total del estado ucraniano.
Ya hay oficiales de la Otan en Ucrania y Francia parece pronta a enviar tropas. Y mientras el titular de Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad de la Unión Europea (UE), Joseph Borrell, propone descongelar los fondos retenidos a Rusia para financiar a lucha de los ucranianos contra el ejército invasor, en la televisión francesa ya aparecen militares explicando que las tropas galas podrían desplegarse a lo largo del río Dniéper o bien a lo largo de la frontera con Bielorrusia.
De momento, el canciller alemán Olof Scholz se resiste a la idea de enviar tropas. Incluso demora el envío de misiles Taurus porque deberían operarlos oficiales alemanes altamente especializados. Pero la perspectiva de una victoria rusa podría cambiar la resistencia de Berlín.
Altos mandos europeos calculan que el aparato militar de Ucrania podría desmoronarse antes de mitad de año, lo que permitiría a las fuerzas rusas avanzar hacia Odesa y Kiev para lanzarse desde allí hasta las fronteras occidentales del país invadido, desde donde pone en peligro a Moldavia y Polonia, entre otros países centroeuropeos.
Eso es lo que Francia, Polonia, Gran Bretaña y otros países de la UE parecen totalmente decididos a impedir. A esta altura, está claro que Ucrania no puede expulsar a los rusos de su territorio.
Si vuelve a recibir armamentos y municiones en gran escala, a lo sumo podría contener o dificultar el avance enemigo. Por eso, para derrotar al ejército ruso, Europa comienza a dar señales de estar dispuesta a entrar de manera directa en el conflicto. Al menos eso es lo que ya centra su debate interno: la Tercera Guerra Mundial en el viejo continente.