Parece indudable que la teocracia iraní es un estado patrocinador de terrorismo. Por cierto, no es el único. Muchas potencias, como Estados Unidos y también Israel, han realizado acciones exteriores que pueden considerarse terroristas, sin haber estado en la lista del Departamento de Estado norteamericano (obviamente, ningún país se acusaría a sí mismo) en la que, además de Irán, están o han estado Siria, la Libia de Muhamar Jadafy, Corea del Norte, Sudán y Yemén del Sur, entre otros.
La Rusia de Vladimir Putin continuó la tradición soviética de eliminar enemigos en el exterior. Lo hizo recientemente el gobierno nacional-hinduista que encabeza Narendra Modi en la India, asesinando disidentes sikhs en Canadá. Y Pakistán ha patrocinada a organizaciones terroristas como Lashkar e-Toiba, que en 2008 dejó casi dos centenares de muertos en atentados perpetrados en Bombay.
Muchos países, además de Irán, han cometido actos terroristas o patrocinado terrorismo, pero Argentina fue víctima del terrorismo organizado, guiado y financiado por Irán, por eso tiene lógica que haya considerado al régimen chiita como estado terrorista, más allá de las controversiales sobreactuaciones del gobierno que encabeza Javier Milei.
La teocracia persa nació siendo un Estado terrorista. En 1979, ni bien alcanzó el poder tras derrocar su revolución islamista al sha Reza Pahlevi, el ayatola Jomeini ordenó que una turba violentísima de fanáticos asaltaran la embajada norteamericana en Teherán y mantuvieran como rehenes durante nueve eternos meses a funcionarios y empleados de la sede diplomática.
Desde entonces comenzó una larga lista de atentados en Oriente Medio, Asia Central, Europa y Latinoamérica que fueron ordenados, organizados y financiados por Irán.
En 1983, la teocracia chiíta estuvo detrás de las voladuras de las embajadas de Francia y Estados Unidos en Kuwait. En el mismo país árabe, el terrorismo guiado desde Teherán cometió atentados contra edificios públicos y contra una refinería de petróleo.
Dos años más tarde, terroristas pro-iraníes secuestraron un avión de pasajeros de la compañía TWA que volaba desde Atenas a la ciudad californiana de Los Ángeles. También hubo un atentado con la huella de Irán en un aeropuerto búlgaro. Y a mediados de los ‘90, los atentados en las Torres Khobar, de Arabia Saudita, también tuvieron al régimen iraní como auspiciante.
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Hay muchos ejemplos más y también hay hechos auto-inculpatorios, como la oferta de dos millones y medio de dólares a quien asesine en cualquier lugar del mundo al escritor indo-británico Salman Rushdie, por ser autor de la novela Versos Satánicos. A la sentencia de muerte la dictó Ruholla Jomeini a través de una Fatwa (dictamen religioso) y su sucesor, el actual máximo ayatola Alí Jamenei, la mantuvo en pié ofreciendo suculentas recompensas durante décadas.
Premiar con dinero el asesinato de alguien que no cometió ningún crimen ¿acaso no revela la naturaleza terrorista de un régimen? Que otros estados también hagan terrorismo no atenúa esa naturaleza en la teocracia iraní.
Tampoco las atenúan las sobreactuaciones irresponsables del presidente argentino en sus alineamientos internacionales. Proclamar alineamiento con un país de Oriente Medio es una exageración, más allá de que se puedan buscar y defender las mejores relaciones con Israel.
Genere o no riesgos para el país, si se tiene certeza la sentencia al régimen iraní por la masacre de 1994 es una obligación jurídica y ética. Lo cuestionable son las sobreactuaciones de Javier Milei en sus proclamados alineamientos, tan exagerados como sus aduladores saludos a Donald Trump, primero, y ahora a Elon Musk. Propios de quien se comporta con el cholulismo de un fan, en lugar de hacerlo con el aplomo responsable de un jefe de Estado.