No significa que haya que tomarlo al pie de la letra. Al fin de cuentas, una organización como Hamas tiene una larga y sangrienta historia desconociendo acuerdos y compromisos asumidos. De todos modos, es una señal muy fuerte. Lo que dijo la organización terrorista a través de una de sus autoridades más encumbradas, implica un reconocimiento implícito al Estado judío.
Hamás nació tras la primera Intifada, o “guerra de las piedras” de 1987, publicando al año siguiente su carta fundacional. En ese documento constituyente, Hamás proclama la destrucción de Israel y la expulsión de los judíos de toda Palestina, para que en ese territorio haya un Estado teocrático palestino. De tal modo, nace repudiando la existencia de Israel, a pesar de que el Estado judío había asistido a la organización religiosa de socorros mutuos que creó y encabezaba su fundador, Ahmed Yassin, como parte de su estrategia contra la OLP y el liderazgo de Yasser Arafat.
Además de enfrentar a Israel, Hamas se construyó enfrentando a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), cuyo proyecto de estado palestino era secular, no islamista. El anuncio que esta semana hizo Khalil al Hayya, alta autoridad que además de integrar el consejo legislativo palestino luce el cargo de vicepresidente de Gaza, plantea dejar las armas, o sea desmovilizar su brazo militar, Ezzedim al Qasem, y convertirse en partido que se integre a la OLP a cambio de que Israel acepte un Estado palestino independiente en las fronteras de 1967.
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En rigor Hamás había dado un paso en ese sentido en el 2017, cuando su entonces líder Khaled Meshal presentó el Documento de Principios y Políticas Generales. En esa suerte de nuevo estatuto, la organización yihadista flexibiliza su posición religiosa y habla de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza con las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días. Pero no desiste de manera explícita del estatuto fundacional de 1988.
Lo que anunció en estos días Al Hayya en Estambul, proponiendo primero una tregua de cinco años, es la desaparición de Hamas como organización política-militar reconvirtiéndose en partido político integrado a la OLP, que en las negociaciones de Oslo y en los acuerdos firmados por Arafat y Yitzhak Rabin con la mediación de Bill Clinton, había reconocido al Estado de Israel.
Khaled al Hayya ha vuelto a ese planteo y, se le crea o no, es una señal reveladora de que Hamas ya no puede sostener sus objetivos de máxima y comienza a retroceder en sus aspiraciones. No obstante, haber planteado algo que el gobierno que preside Benjamín Netanyahu no aceptará fortalece políticamente a Hamas en el mundo, complicando aún más la posición del gobierno israelí.
Netanyahu siempre lideró el ala del Likud que repudió desde el primer momento los acuerdos surgidos de las negociaciones secretas realizadas en la capital noruega. Los partidos fundamentalistas que integran su gobierno no aceptarían nunca compartir Jerusalén con un Estado árabe ni poner fin al expansionismo territorial a partir de colonos en Cisjordania. La propuesta está destinada al rechazo israelí y es probable que eso sea lo que busca esta sorpresiva y sorprendente propuesta formulada por Al Hayya. Hamas siempre busca dañar la imagen de Israel ante el mundo.
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Por cierto, si Netanyahu cae y lo reemplaza un gobierno centrista, también tendría dificultades para aceptar el camino señalado. En la nueva propuesta de Hamas, el Ezzedim al Qassem dejaría de existir como tal, pero sus efectivos pasarían a formar parte del ejército del nuevo Estado palestino. Nadie en Israel aceptaría en Gaza y Cisjordania un estado que no sea desmilitarizado. Tampoco aceptaría volver a las fronteras de 1967. Mucho menos acordar el nacimiento de un estado palestino con Hamas. Pero un gobierno centrista podría negociar con la OLP el nacimiento de un Estado Palestino. Incluso haría concesiones territoriales, aunque desde su posición actual, no desde las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días.
El nuevo discurso de Hamás, creíble o no en sus verdaderas intenciones, evidencia un retroceso provocado por una posición más débil que la que lucía al desatar la guerra actual con el pogromo sanguinario del 7 de octubre. Pero también puede poner en apuros al gobierno extremista de Netanyahu, resaltando su rechazo total a la “solución de los dos estados”, que es la que respalda el mundo.