Que el elogio de Javier Milei a Margaret Thatcher haya generado muchas críticas contra el presidente argentino, no quiere decir que haya sido una falta grave del mandatario. No fue la primera vez que declaró públicamente su admiración por la líder británica a la que llamaban “dama de hierro”.
Tampoco es una falta de Milei no haberle cuestionado a la fallecida gobernante tory haber librado la guerra para recuperar Malvinas y demás islas del Atlántico Sur que habían ocupado las fuerzas argentinas. Cualquier primer ministro del Reino Unido habría actuado del mismo modo.
En todo caso, lo reprochable es que no se haya referido al crimen de guerra que cometió Thatcher al ordenar el hundimiento del crucero General Belgrano fuera del área marítima establecida como escenario de guerra.
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Aquella orden controversial por ser innecesaria para que los británicos ganaran la guerra, fue objetivamente un acto criminal sobre el cual Milei no dijo nada en su elogio a Thatcher. Pero el elogio en sí mismo no es un acto reprochable. La periodista de la BBC que lo entrevistaba le preguntó al respecto y el presidente argentino dijo lo que piensa.
Si hubiera respondido lo contrario, no habría sido sincero. Eso es lo que piensa y eso es lo que dijo. ¿Por qué estaría mal?
Por otro lado, es absolutamente comprensible que admire a “la dama de hierro”. Margaret Hilda Roberts, conocida por el apellido de su marido, el empresario Denis Thatcher, fue una protagonista relevante de las últimas décadas del siglo pasado, y expresó un conservadurismo extremo y una ortodoxia económica radical.
Lo extraño sería que un ultraconservador como Javier Milei no tenga entre sus ídolos a la líder que impulsó desde Londres la llamada “revolución conservadora”, que impactó en la economía mundial y tuvo como principal exponente del otro lado del Atlántico a Ronald Reagan.
Murray Rothbard, Frederich von Hayek y Ludwig Mises son sus héroes en el campo teórico y la ortodoxa y dura Margaret Thatcher es la heroína de la “praxis” ultraconservadora.
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Desde la centroizquierda hasta la centroderecha, Thatcher es cuestionable por su dogmatismo exacerbado, su insensibilidad social y la dureza con que ordenó feroces represiones, como con la huelga de los mineros del carbón, cuando con brutalidad represiva torció el brazo al sindicato que, diez años antes, había hecho caer el gobierno tory de Edward Heath.
También fue implacablemente dura cuando en 1981 dejó morir a Robert “Bobby” Sands en una cárcel, donde ese dirigente norirlandés, ex miembro del IRA Provisional y parlamentario británico realizaba una huelga de hambre con reclamos que la dama de hierro no atendió con fría indiferencia.
Desde cualquier posición centrista es imposible admirar a Margaret Thatcher como la admira el presidente argentino, un ultraconservador que fue intelectualmente honesto al responder la pregunta que hizo su entrevistadora.