Que Xi Jinping aterrizara en Belgrado esta semana y se reuniera con el presidente ultranacionalista de Serbia, Aleksandar Vucic, constituyó un mensaje en sí mismo. ¿A quién va dirigido ese mensaje? A Estados Unidos y sus aliados europeos.
Ocurre que, exactamente 25 años antes, aviones B-2 de la OTAN lanzaron cinco bombas de precisión sobre la embajada china en esa capital balcánica. Las muertes de tres periodistas chinos y las decenas de heridos graves entre funcionarios y personal fue lo que dejó como saldo el ataque de esos cazas furtivos estadounidenses, además de la destrucción de la sede diplomática.
De inmediato, Washington y la alianza atlántica atribuyeron al bombardeo a un error. Como los misiles aire tierra fueron guiados por GPS, un mes más tarde la potencia occidental explicó que fue una cadena de errores y que los proyectiles debieron dirigirse hacia el edificio de la Dirección Yugoslava de Suministros y Adquisiciones, que se encontraba en la misma cuadra de la embajada y habría estado vinculada a la guerra que en esos días el régimen de Slobodan Milosevic libraba contra la OTAN, contra el ejército albanés y contra la milicia kosovar ELK, por el control de Kosovo.
Pero si de por sí era difícil creer que de verdad se tratara de un error, la posterior revelación de que previos informes de la CIA señalaban al agregado militar de la embajada china operando una célula de inteligencia y pasando al ejército yugoslavo la información satelital sobre los movimientos de fuerzas occidentales en el Adriático que recibían desde el gigante asiático, confirmó que había sido un ataque deliberado.
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La presencia de Xi Jinping en Belgrado el siete de mayo, su encuentro con el presidente Vucic y su posterior viaje para encontrarse con el presidente húngaro Viktor Orban, fueron claras señales de advertencia a Estados Unidos y Europa. China les advierte que no olvida ni perdona el ataque a su embajada en 1999, reuniéndose con dos líderes europeos más cercanos a Moscú que a Washington.
Si bien el presidente chino también visitó en París a Emmanuel Macron, el contraste entre la tensión que se vivió en el encuentro en Francia y los vividos en Belgrado y Budapest, es un mensaje que tiene que leer Bruselas. Y ese mensaje dice que China podría impulsar una división en la Unión Europea y la OTAN, a la que Hungría pertenece y Serbia tiene carácter de asociada.
Este mensaje implícito de la gira de Xi Jinping se da paralelamente al pico de tensión que produjeron las denuncias europeas de espionaje chino en gran escala a las empresas y los sistemas de seguridad del viejo continente.
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Europa y Estados Unidos seguramente tienen en cuenta que pocos años atrás la República Popular China entregó a Serbia sistemas de defensa antiaérea FK-3, el equivalente chino a los misiles antimisiles norteamericanos Patriot y al sistema ruso S-300.
El FK-3 es un sofisticado armamento con el que, de haberlo tenido en 1999, los serbios habrían complicado significativamente la ofensiva de la OTAN que terminó derribando el régimen de Milosevic.
Una señal que suma preocupación a Bruselas, mientras avanza hacia lo que, de no lograrse una negociación salvadora o un fuerte resurgir militar ucraniano en la guerra que hoy Kiev está perdiendo con Moscú, desembocaría en el mediano plazo en una conflagración entre la OTAN y Rusia que podría darse en términos nucleares.