¿Qué impacto puede tener en Irán y en la región la muerte del presidente de la República Islámica, Ibrahim Raisi? Ninguno.
Tendría impacto si se descubriera que el helicóptero donde volaba junto con su ministro del Interior, su canciller y otros altos funcionarios fue saboteado y por eso se precipitó a tierra. No sería de extrañar porque Raisi tiene muchos enemigos dentro del propio régimen y, obviamente, también puede estar en la mira de los enemigos del régimen. Por ejemplo los kurdos del noroeste de Irán, o los baluchis, que son sunitas deseosos de independizar el Baluchistán de ese país gobernado por ayatolas chiitas.
Los enemigos dispuestos a matarlo son muchos, sin embargo, era tan densa la niebla dentro de la cual volaba su helicóptero sobre un territorio montañoso, que la primera sospecha apunta, con mucha lógica, a un accidente aéreo.
¿Quién era Ibrahim Raisi y qué representaba en la teocracia chiita? Era un jurisconsulto de la ley coránica que trabajó para el régimen desde sus inicios. Y representaba el costado más oscurantista y totalitario de esa estructura medieval construida por el ayatola Ruholla Jomeini tras el derrocamiento del sha Reza Pahlevi.
Raisi integró el llamado Comité de la Muerte, que en 1988 firmó más de cinco mil sentencias a la horca. Hizo ejecutar a la dirigencia y los milicianos de la insurgencia Mujaidín e Jalq, que financiaba Saddam Hussein. También firmó miles de las ejecuciones de presos políticos que se realizaron ni bien acabó la larga y ruinosa guerra con Irak.
Ibrahim Raisi fue uno de los tantos verdugos que tuvo el aparato represivo iraní. Eso le dio un lugar visible en el ala dura del régimen, donde se ganó la confianza y el aprecio del sucesor de Jomeini en la cúspide del liderazgo: el ayatola Alí Jamenei.
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Cuando logró por primera vez la candidatura de la facción más fanática y leal a Jamenei, perdió en las urnas contra el moderado Hassan Rohani. Pero volvió a intentarlo en la siguiente elección y obtuvo una victoria lánguida, porque fue la elección con menor participación de votantes desde 1979.
En términos económicos y sociales, su gestión fue mediocre. La marca que deja su gobierno es la ferocidad represiva. Causando cientos de muertes y miles de presos políticos, aplastó las masivas protestas que estallaron por la muerte de la joven kurda Mahsa Amini a manos de la Policía Moral. También hubo récord de ahorcamientos de homosexuales y un hecho sin precedentes: el primer ataque directo de Irán a Israel.
Llevan décadas peleando de manera indirecto, pero la lluvia de misiles casi totalmente atajada por la Cúpula de Hierro, fue la respuesta al bombardeo israelí que mató a jerarcas de la Guardia Revolucionaria en la embajada iraní en Damasco. Más de medio millar de misiles y drones explosivos lanzó Irán contra Israel.
La réplica israelí dejó en silencio a la Guerdia Revolucionaria, al ayatola Jamenei y al presidente Raisi, porque fue un ataque quirúrgico contra los sistemas antimisiles que protegen las instalaciones nucleares en Isfahán. Dos o tres misiles aire tierra que hicieron blanco, mostrando que, si Israel decide hacerlo, puede borrar del mapa esa y las otras instalaciones nucleares iraníes, mientras que el medio millar de misiles iraníes fue atajado en pleno vuelo.
Nada cambia en lo inmediato por la muerte del presidente. Su vicepresidente primer, Mohamed Mokhbed, asumirá el mando de la porción estatal, escasa de poder, que no está en manos del ayatola Jamenei. La incógnita es qué ocurrirá en las urnas dentro de cincuenta días, cuando se vote por un nuevo presidente. ¿Volverá a dar la espalda a la votación esa porción inmensa de iraníes que quiere reformas democráticas y un estado secular, permitiendo que triunfe otro miembro del ala fanática del régimen?
El otro interrogante es quién se colocará en la línea de sucesión de Jamenei, quien con 85 años y varios achaques podría estar en los umbrales de abandonar su cargo.
Raisi era el aspirante a máxima autoridad con más chances de sustituir a Jamenei. Su muerte le da una chance a Mojtaba, el hijo del anciano ayatola.
Pero hay sectores del régimen que no quieren una sucesión hereditaria, porque podría convertir lo que hasta ahora han considerado una república, en una teocracia dinástica.