La presencia de Javier Milei en la asunción de Nayib Bukele ponía un título a la postal de los actos en San Salvador: la sangre nueva que llegó para revolucionar las democracias, la historia está reuniendo a los líderes disruptivos que están sepultando a la política tradicional.
Milei no bajó en El Salvador sólo porque le quedaba de paso en su viaje a Estados Unidos. Milei, como tantos otros, quiere “bukelizarse”, o sea mostrarse como un líder de la misma estirpe del presidente salvadoreño. Sin embargo, lo que tienen en común se limita al carácter sísmico de sus irrupciones en la política, arrasando a las dirigencias tradicionales a las que lograron presentar como el mal que es necesario extirpar.
La diferencia mayor entre ambos es que Milei es un dogmático y Bukele un pragmático. Si hubiera opinado sobre el actual líder salvadoreño hace diez años, Milei lo habría definido como “un zurdo”. Ocurre que Bukele se zambulló en política en las filas del izquierdista Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), la antigua guerrilla salvadoreña que dejó las armas en una histórica negociación de paz. Fue alcalde de Nuevo Cuscatlán por el FMLN. Por esa misma formación, en alianza contra otra agrupación izquierdista, fue alcalde de San Salvador. Sus gestiones en ambos municipios se caracterizaron por priorizar la obra pública y la asistencia social.
Después rompió con sus antiguos camaradas y creó Nuevas Ideas, el partido nacido ni de izquierda ni de derecha cuyo objetivo era vencer al bipartidismo del FMLN y la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA). Lo logró. Acumuló poder amedrentando al poder legislativo y puso todo el aparato del Estado en terminar con el flagelo de las maras. Primero lo intentó con una estafa política: negoció con los capos de esas mafias prebendes a cambio de que bajen la tasa de crímenes. Descubierto por Estados Unidos, puso manos a la obra en una guerra real. Y sus logros fueron notables.
No sólo debilitó notablemente a las maras, también escenificó de manera cinematográfica, con estética de campos de concentración, su victoria sobre los mareros.
Comprender su éxito es crucial, porque las maras se habían convertido en una fuerza de ocupación y la sociedad salvadoreña siente que Bukele fue su libertador. Por eso dejó pasar la jugada inconstitucional que le permitió presentarse a la reelección, que obtuvo arrasando en las urnas a los vestigios del bipartidismo.
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Milei jamás tuvo un pasado izquierdista ni fue un alcalde que basó su gestión en la obra pública y en la asistencia asocial a los más pobres, Y Bukele jamás abrazó dogmas económicos como los que fascinaron a Milei desde que los estudió en la universidad y ahora quiere convertir en programa de gobierno. Pero ambos barrieron los establishment políticos de sus respectivos países y lograron que sus sociedades vieran a esas dirigencias derrotadas como la causa de la totalidad de los males.
En lo económico, Bukele aún no ha logrado nada, pero los salvadoreños pueden caminar tranquilos por las calles porque ya no hay fuerzas de ocupación, y ese es un logro visible, objetivo y contundente.
Milei, en cambio, es todavía una esperanza, o mejor dicho, una ilusión, de que el empobrecimiento que aún avanza a paso redoblado se detenga, y que la economía revierta la caída que aún persiste y comience un vertiginoso asenso hacia la prosperidad.