La etapa que comenzó con las elecciones europeas dirá si aún existe el espíritu centrista que en el siglo 20 engendró grandes coaliciones entre centroizquierdas y centroderechas para evitar que la extrema izquierda o la extrema derecha lleguen al poder, como la de tories y laboristas en la Gran Bretaña cogobernada por Winston Churchill y Clement Attlee, y como la “grosse koalition” alemana de la conservadora CDU con los socialdemócratas, en el cogobierno de Kurt Kiessinger y Willy Brandt (1966-1969). Más recientemente, a la grosse koalition las hizo Angela Merkel con los socialdemócratas en todos los gobiernos que encabezó. ¿La razón? Evitar aliarse con la neonazi Alternativ Für Deutchland (AFD).
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Lo mismo hicieron este año los conservadores portugueses al decidir un gobierno en minoría con el apoyo de los socialistas, en lugar de una coalición fuerte incorporando al ultraderechista partido Chega.
No siempre las fuerzas centristas tuvieron esa sensatez. En 1981, en su afán por llegar a la presidencia, Francois Mitterrand acordó con Georges Marchais en 1981 la incorporación del Partido Comunista al gobierno del Partido Socialista (PS). Si bien Marchais había avanzado en dirección crítica hacia el totalitarismo soviético al impulsar el eurocomunismo, sus banderas aún estaban lejos de inscribirse en una democracia liberal. Pero Mitterrand no hizo durar mucho esa alianza. Como fuere, en el siglo 20 y la primera década y media del siglo 21 parecía estar más claro en Europa cuál era la línea roja que, en la derecha y en la izquierda, no debía atravesarse si la prioridad es preservar la democracia del Estado de Derecho.
Hoy esas líneas parecen borrosas para algunos conservadores y socialdemócratas franceses. Traicionando el legado de De Gaulle, de Giscard d’Estaing y de Jacques Chirac, el hasta ayer presidente del partido neo-gaullista Los Republicanos, Eric Ciotti, ensayó un salto vergonzoso a la vereda triunfal de Marine Le Pen, cuyo partido de extrema derecha quedó como primera fuerza política de Francia duplicando en votos al que quedó segundo, nada menos que el centro liberal que encabeza el presidente Emmanuel Macron.
Es cierto que la actual líder del partido que desciende del Frente Nacional (FN) fue quien sacó a su padre de la conducción y moderó a esa fuerza ultraderechista, incluso refinando los bruscos modales que caracterizaban a su cúpula dirigente. También es cierto que, más ultraderechista es el partido La Reconquista, de Eric Zemmour. Pero la dirigencia neogaullista reaccionó a favor de una alianza centrista y expulsó a Eric Ciotti.
Lo mismo debiera plantearse la dirigencia del PS. A pesar de que la experiencia de NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social) que puso al partido de los socialdemócratas franceses bajo el liderazgo izquierdista-ideologizado de Jean-Luc Melenchon y su partido, Francia Insumisa, junto con los verdes y el Partido Comunista, no tuvo el rédito esperado y en la anterior elección quedó en tercer puesto por detrás del partido de Marine Le Pen, el PS parece dispuesto a reeditar esa jugada fallida, en lugar de buscar una gran coalición centrista con los conservadores gaullistas y con los liberales de Macron.
A primera vista, la impresión es que un polo de izquierda dura será funcional a la repetición de la victoria ultraderechista en la elección de fin de mes. De hecho, el discurso de Melenchon y de los “anticapitalistas” que lo secundan puede ser una de las claves del batacazo de Le Pen.
En definitiva, lo que está en el polo opuesto a la ultraderecha no es la extrema izquierda, sino el centro.
Lo evidente es que las fuerzas centristas no parecen en condiciones de reeditar el frente anti-extremista que se generó espontáneamente en el 2002, cuando Jean Marie Le Pen le arrebató el segundo puesto a Lionel Jospin, pasando al ballotage con el presidente Jacques Chirac.
“Avergonzado de ser francés” era uno de los lemas que más se repetía en las pancartas de las multitudinarias manifestaciones que sacudieron París en abril de aquel año. Era la reacción al electrizante resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales. Con un discurso xenófobo, racista y antisemita, el exacerbado creador del Frente Nacional había desbancado del segundo puesto al primer ministro y candidato socialista Lionel Jospin, pasando al ballotage con el presidente conservador.
Fue por muy poco que el ultraderechista FN superó al partido de los socialdemócratas galos, pero hizo entrar la sociedad en estado de pánico. Sin embargo, la segunda vuelta mostró que el centro seguía siendo inmensamente mayoritario en Francia, por eso el partido de la centroderecha gaullista, Rassemblement Pour la Republique (RPR) y su candidato a la reelección, Jacques Chirac, lograron el 82 por ciento de los votos en el ballotage, sumando más del 62 por ciento respecto a lo obtenido en la primera ronda. Por el contrario, Jean Marie Le Pen subió menos de un punto del 16,89 obtenido en la primera vuelta.
En aquel momento, la dirigencia, la militancia y los simpatizantes del Partido Socialista no dudaron de ayudar a que la centroderecha gaullista retenga el poder, evitando que llegue al Palacio Elíseo la derecha extrema. También, por supuesto, la centroderecha liberal heredera de Giscard d’Estaing se alineó con el conservadurismo gaullista que expresaba Jacques Chirac. Al Partido Comunista y demás expresiones de la izquierda marxista no le quedó más remedio, pero la centroizquierda y la centroderecha unieron sus esfuerzos con convicción democrática, para cortarle el paso al volcánico Le Pen.
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De ser coherentes con aquella convicción de establecer un “cerco sanitario” a la ultraderecha, los conservadores gaullistas, los socialistas y la centroizquierda ecologista debieran prepararse para cerrar filas detrás de la fuerza liberal-centrista que encabeza Macron, para detener la ola extremista. Lo mismo debería estar preparado para hacer el macronismo si es el PS u otra fuerza centrista la que se perfila en las encuestas como principal contendiente de Agrupación Nacional, fortalecida por la abrumadora victoria que en las elecciones europeas la convirtió en primera fuerza de Francia. Pero de momento, no parece que todo el centro político tenga la convicción de actuar como lo hizo en el 2002.