El único gesto de moderación que tuvo el primer ministro israelí en los últimos tiempos fue dejar fuera del reducido foro que reemplazó al Gabinete de Guerra al ministro de Seguridad Itamar Ben Gvir, líder del extremista partido Osmat Yehudit, que promueve el supremacismo judío, y el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, líder del ultraderechista Partido Sionista Religioso. Ambos reclamaron ocupar los lugares que dejaron vacantes Beny Gantz y su camarada en el partido Resiliencia por Israel, Gady Eisenkot.
Pero fue precisamente la deriva de Benjamín Netanyahu respecto al futuro de la Franja de Gaza, en la que no acepta un gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que hoy gobierna Cisjordania, opción que respaldan Estados Unidos, Europa y también los países árabes, lo que acabó motivando la renuncia de la máxima figura de la oposición al gabinete de guerra, al que la presencia de Gantz y de su lugarteniente Eisenkot aportaban una legitimidad que no tiene el líder del Likud ni sus aliados extremistas en al menos la mitad de la población israelí.
La participación de Arieh Deri, el líder del partido ultra-ortodoxo Shas, en el foro reducido que reemplazó al Gabinete de Guerra ni bien lo disolvió Netanyahu, no compensa el paso al costado que dio el líder opositor, criticando las intenciones del primer ministro con su turbio plan para la posguerra.
Lo que entiende mejor el general Gantz es lo que Netanyahu no puede aceptar debido a su propia situación política y judicial: resulta imposible vencer a Hamas en Gaza si no es mediante el reemplazo de su régimen terrorista por un gobierno de la ANP apoyado por los países árabes y por el grueso del mundo. La continuidad durante meses o años de esta guerra, como pretende el líder del Likud y sus socios en el gobierno, sólo criminaliza a Israel y potencia aún más el sembrado de las próximas generaciones de yihadistas que lo combatirán dispuestos a inmolarse en atentados contra blancos judíos.
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A esta altura del devastador conflicto, Netanyahu parece atrapado en una cuadratura de círculo. Para él y para su gobierno, no habrá victoria sin el exterminio absoluto de Hamas. Con que sobrevivan y se mantengan en Gaza un puñado de líderes y algunas tropas de la organización anti-judía del ultra-islamismo, no habrá justificación alguna para operación militar que acumuló crímenes de guerra al masacrar a muchos miles de civiles palestinos, incluidos miles de niños, además de destruir hogares, escuelas y hospitales.
En la dimensión de las consecuencias de esta guerra, no importa cuán abyecta sea la estrategia de Hamas que sacrifica a los civiles palestinos para estigmatizar a Israel; no importa que el mundo vea a los yihadistas y sus jefes protegiéndose en los túneles que hicieron exclusivamente para ellos, dejando a la intemperie al pueblo gazatí para que sea diezmado por las bombas israelíes. Lo que importa en esa dimensión donde trabajan los estrategas iraníes, son las decenas de miles de muertes en el infierno atroz que provoca la operación militar israelí.
Salvo que Yahya Sinwar, su hermano y Mohamed Dief, además de todos los milicianos del Ezzedim al Kassem y de Yihad Islámica Palestino, mueran o tengan que rendirse y abandonar la Franja de Gaza, no habrá victoria de Netanyahu. Así lo indican objetivamente las estadísticas de muerte y destrucción en Gaza. Esas mismas estadísticas de la tragedia de los civiles gazatíes es la que le daría la victoria a Hamas con que logren sobrevivir y permanecer en el territorio apenas un puñado de sus terroristas.
Es por eso que ni el gobierno extremista israelí ni la criminal organización ultra-islamista han aceptado hasta ahora la propuesta de tregua con vistas a poner fin al conflicto que impulsa Biden. En esa propuesta no existen las garantías que pretenden Netanyahu y Hamas.