Las elecciones presidenciales en Irán generan más certezas que incertidumbres, mientras que las elecciones legislativas de Francia generan más incertidumbres que certezas.
En Irán, el futuro post-electoral es predecible porque, primero que nada, gane quien gane, la sumisión al régimen teocrático está asegurada ya que sólo compiten los aspirantes que han sido aprobados por el Consejo de Guardianes, entidad que, en este caso, desaprobó la participación nada menos que de 74 aspirantes a competir por un cargo que, además, tiene menos poder que el de la autoridad religiosa del país.
Los iraníes votarán el viernes al presidente que sustituirá a Ebrahim Raisi, muerto recientemente en un accidente aéreo junto al canciller Amir Abdolahian, dos cuadros políticos de subordinación absoluta al dictat del ayatola Alí Jamenei y del ala más dura del régimen.
Las diferencias entre los candidatos con más chances son de grado. Saeed Jalili es un ultraconservador con niveles de fanatismos equiparables a los del ex presidente Mahmud Ahmadinejad, quien quiso volver a postularse pero se lo impidió el Consejo de Guardianes porque Alí Jamenei considera que su imagen ante el mundo es inapropiada. El máximo líder de la teocracia chiita quiere en la presidencia ultraislamistas, pero con aspecto de moderados, como el fallecido Raisi.
Mohamed Baker Qalibaf, otro candidato con chance de ganar, también es un duro conservador, pero de menor graduación que Jalili. Mientras que Masoud Pazeshkian es descripto como un reformista por ende los iraníes saben que, si gana, no lo dejarán reformar nada, como le ocurrió al ex presidente Mohamed Jatami.
La sensación general en Irán es, seguramente, que lo que digan las urnas este viernes poco y nada cambiarán la realidad impuesta por un régimen oscurantista.
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En cambio, media Francia tiene pánico por lo que dirán las urnas francesas el domingo. Si se cumple el vaticinio de todas las encuestas y gana el partido de Marine Le Pen, Agrupación Nacional, habrá por primera vez un primer ministro ultraderechista: Jordan Bardella.
Si hubiera sorpresa en el escrutinio, sería que al gobierno podrá encabezarlo el Nuevo Frente Popular que han conformado la izquierda dura expresada por el Partido Comunista (PCF), Jean-Luc Melenchon y su movimiento La Francia Insumisa, con los centroizquierdistas Partido Socialista y la agrupación política de los ecologistas, que aparece segundo en todas las encuestas mientras que la tradicional centroderecha gaullista y los liberales liderados por Emmanuel Macron aparecen en un remoto y desahuciado tercer puesto.
Con ese panorama, la política francesa que dejará la votación del domingo y la segunda vuelta que se hará el 30 de julio, resulta inquietante y enigmática. Como dijo Kylian Mbappé, el país quedó “entre dos extremos”. Si bien Marine Le Pen suavizó las posturas partidarias, lo que comenzó a hacer desplazando a su desmesurado padre de la conducción y luego marcando diferencias con el ultra Eric Zemmour, de ganar y colocar un dirigente de su partido en Matignon, en la siguiente elección, que sería en el 2027 aunque podría adelantarse si la nueva mayoría tumba al debilitado presidente Macron, la presidencia quedaría al alcance de la mano de la líder de la AN.
La pregunta sería entonces qué pasará con la histórica derecha que impulsó Charles de Gaulle y continuaron Jacques Chirac y Nicolás Sarkozy. También, quién conduciría un probable (aunque no mucho) gobierno del izquierdista Nuevo Frente Popular ¿el radicalizado Melenchon? Y ¿podrá Macron concluir su mandato, o caerá más temprano que tarde?
Finalmente, las dos preguntas que con más probabilidad recorrerán Francia y Europa tras el veredicto de las urnas, son: el “lepenismo” en el poder ¿mantendrá sus posiciones radicales o se moderará? Y qué tan alta será la ola a nivel continental que surfearían las otras ultraderechas europeas, si Marine Le Pen logra una victoria contundente, como auguran las encuestas.