Al presidente de Bolivia se le pueden cuestionar muchas cosas, como prolongar el turbio vínculo con Irán que habían establecido Evo Morales y Mahmud Ahmadinejad, así como la relación tan estrecha como opaca que el anterior gobierno del MAS estableció con el régimen de Maduro en Venezuela, el de Daniel Ortega en Nicaragua y el que encabeza Vladimir Putin en Rusia. Pero en la historia boliviana del siglo 21, Luis Arce tendrá dos capítulos memorables: el de su exitosa gestión como ministro de Economía y el coraje con el que este miércoles fue personalmente al Palacio del Quemado para enfrentar cara a cara al jefe de la sublevación militar.
Muchos esperaban que el presidente negociara con el jefe militar su continuidad al frente del ejército a cambio de que depusiera la rebelión de la facción que encabezaba; o peor aún, que le permitiera cerrar el Congreso para poner fin al bloqueo que los legisladores leales a Evo Morales le imponían a su gobierno.
Cualquiera de las dos cosas habría podido hacer Arce, pero lo que hizo fue enfrentar personalmente al jefe de la rebelión y obligarlo a deponerla. Doblegado, el general gopista intentó hundir con él al presidente. Minutos antes de ser detenido por la policía, dijo que el propio Arce le había pedido “hacer algo”, incluyendo “sacar los tanques” contra los seguidores de Evo Morales.
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El presidente de Bolivia habría logrado conjurar el levantamiento golpista del general Juan José Zúñiga. Parecía lo suficientemente debilitado por la crisis económica y por la “grieta” que dividió a la izquierda entre él y Evo Morales. Sin embargo, aparentemente, el actual y el anterior presidente dejaron momentáneamente de lado su feroz enfrentamiento político y personal, para convocar a movilizaciones contra la facción militar que se rebeló contra el orden Constitucional.
Las interpretaciones sobre lo ocurrido son muchas y se irán agregando más. En un principio, fue posible pensar que los jefes militares, aprovechando el enfrentamiento entre el presidente Arce y el Evo Morales, el ex presidente del que había sido ministro de Economía, al dividir el oficialismo y debilitar el gobierno generaban el escenario propicio para un golpe de Estado que saque del poder a la izquierda del país y lo traslade a los cuarteles.
También era posible sospechar que detrás de los militares sublevados estaba Evo Morales, intentando derrocar a su ex camarada y actual archi-enemigo político, Luis Arce. Pero al quedar claro que al frente de la rebelión estaba el general Zúñiga, también quedaba claro que la asonada golpista no era de Evo contra Arce, sino que podía ser al revés. Ocurre que el ahora ex jefe del ejército boliviano es un desbocado enemigo y cuestionador público del líder cocalero.
En ese aspecto, Zúñiga parecía consustanciado con al presidente. Por esa razón otra hipótesis posible es que fue Luis Arce el que lanzó al general Zúñiga contra Evo Morales, quizá con la intención de un auto-golpe, como el de Fujimori en 1992. O sea, para cerrar el Congreso donde el bloque del MAS leal al ex presidente bloquea todas las iniciativas del actual presidente y obstruye permanentemente la acción gubernamental.
Esa hipótesis quedó desmentida por la posición que rápidamente asumió Luis Arce llamando acción golpista a la de los militares que ingresaron armados al Palacio del Quemado.
Otra hipótesis se desprende de lo que dijo el propio Arce durante su última visita a Rusia, donde dijo que la OTAN está actuando en Latinoamérica, lo que indirectamente pone a la alianza atlántica bajo sospecha de acciones desestabilizadoras contra los gobiernos anti-norteamericanos y pro-rusos, como el de Bolivia.
No obstante, al menos de momento, se impone tener en cuenta que el jefe militar, en días anteriores, había formulado declaraciones absolutamente incompatibles con su cargo. Esas declaraciones contra Evo Morales, por sí mismas, transgredía los límites de la institucionalidad. Probablemente apostaba a que Arce lo premiara por atacar a Morales, convirtiéndolo de hecho en el número dos de la estructura de poder.
De hecho, entre las declaraciones que durante en plena rebelión, dejó en claro que Arce podía continuar en la presidencia, pero debían ser liberados los “presos políticos”, empezando por la ex presidenta Jeanine Áñez y el líder de Santa Cruz de la Sierra, Luis Camacho. Aunque esos dos y otros muchos encarcelamientos sean sumamente polémicos, esas declaraciones en boca de un militar constituían, en sí mismas, un acto golpista.
La buena noticia sería, aparentemente, que en lugar de aprovechar el caos para intentar destruir al rival partidario, Luis Arce y Evo Morales asumieron la misma posición: denunciar la rebelión como acto golpista y convocar a la sociedad a manifestarse en defensa de la democracia.