De repente, cuando Bolivia y la región ovacionaban al presidente heroico que, en lugar de ocultarse de los militares sublevados, fue a la trinchera de los golpistas, los enfrentó a los gritos y derrotó la asonada golpista, se plantó una semilla de duda que floreció y se agigantó en cuestión de horas.
La versión oficial de lo ocurrido muestra un presidente valiente y justo, Luis Arce, que a pesar de estar durísimamente enfrentado con un ex presidente, Evo Morales, destituye al jefe del Ejército por haber criticado públicamente a ese ex mandatario que hace todo lo posible para perjudicar al gobierno. Arce coincide con todo lo que dijo el general Juan José Zúñiga sobre Morales, pero un jefe militar no puede expresarse públicamente de ese modo y correspondía destituirlo, acción que generó la rebelión de ese militar y el intento de golpe de Estado que fue derrotado por el jefe de Estado en persona.
Hasta ahí, la postal mostraba golpistas que quisieron explotar el enfrentamiento entre Arce y Morales, pero lograron el efecto contrario: el presidente y el ex presidente cerraron filas contra la sublevación militar.
El acercamiento entre ambos líderes no pudo avanzar hacia la reunificación del oficialismo porque Evo Morales no tardó en hacer cálculos políticos y deslizarse hacia una interpretación exactamente opuesta: la asonada golpista no fue real, sino una puesta en escena tramada por Luis Arce y por el general Zúñiga, para que el presidente, mostrando coraje y heroísmo al enfrentar personalmente a los golpistas logrando doblegarlos, revirtiera la caída vertical de su popularidad y recuperara poder frente a su ex camarada y actual archienemigo: Evo Morales.
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En esa hipótesis de lo ocurrido, lo que hizo Arce no fue un acto heroico si no una estafa al pueblo boliviano tramando una patraña a la que se prestó el general que jugó el rol de villano. La pregunta es por qué Zúñiga aceptaría un plan que le implicaba sacrificar su imagen pública, su cargo al frente del ejército y su libertad. La única respuesta posible es: porque recibiría una suculenta recompensa en algún paraíso fiscal y la promesa presidencial de sacarlo de prisión lo antes posible.
Hasta ahí, la hipótesis tiene lógica. El problema de ese argumento es que fue el propio Zúñiga quien dinamitó el complot que él mismo habría urdido con Arce, al revelar minutos antes de quedar detenido que, por pedido del presidente, ambos tramaron la escenificación del golpe y su desenlace.
Si lo que dijo el general es cierto, la pregunta es por qué reveló una conspiración de la que era parte, si el resultado de esa confesión pública sólo podía dejarlo sin recompensa pero no impediría su encarcelamiento.
Si el análisis de lo ocurrido se mantiene aferrado a razonamientos lógicos, es posible pensar que la absurda confesión de Zúñiga más bien favorece la versión oficialista de lo sucedido: el presidente es un héroe cívico que enfrentó y derrotó una asonada golpista. Sucede que lo dicho por el general golpista minutos después de haber sido encarado por Arce y minutos antes de ser detenido, carece totalmente de sentido.
Sin embargo, cuando el MAS parecía encaminarse a una reunificación por reconciliación de sus dos máximos líderes, en el entorno de Evo Morales empezaron a hacerle ver al líder cocalero que, de imponerse definitivamente la versión oficial, o sea la que muestra un presidente que destituyó un jefe militar por atacar al enemigo político que está obstruyendo su gestión y, con coraje inusual, enfrentó personalmente a los golpistas y restituyó el orden, entonces Luis Arce repuntaría en popularidad y se consolidaría como candidato a la reelección por el MAS.
Evo Morales no tardó en cambiar de posición y poner en duda la versión oficial. En todo caso, lo que tendrían que demostrar los detractores del presidente, es que éste tendió una trampa al general Zúñiga, haciéndole creer (aunque no por boca propia) que el debilitado gobierno se desmoronaría ante una asonada golpista, o que Arce estaría dispuesto a pactar con los golpistas el encarcelamiento de Evo Morales y mantenerse en la presidencia, convirtiendo a Zúñiga en hombre fuerte del nuevo régimen. Ergo, una versión boliviana de lo que hizo en 1973 Juan María Bordaberry para seguir en la presidencia, cerrando el Congreso y compartiendo el poder con los militares.
La versión oficial todavía es la más fuerte. Pero la versión opuesta, adoptada por Evo Morales y sus seguidores, podría sembrar una duda inquietante: ¿Luis Arce es un héroe cívico y político o un crápula que tramó una patraña para engañar al pueblo?