El presidente argentino sigue dando muestras de creer que su cargo le da el derecho de hacer de la política exterior del país una extensión de sus filias y sus fobias. Como empujado por una ansiedad incontenible de atacar a algún presidente “zurdo”, a pocos días de ocurrir en Bolivia una asonada militar cuyas causas aún no están claras y hay al menos dos hipótesis contrapuestas de las cuales ninguna se puede descartar hasta el momento, la Oficina de la Presidencia sacó un comunicado tomando partido por una de esas interpretaciones de lo ocurrido.
Posiblemente acierte al apostar, paradójicamente igual que Evo Morales, a que lo ocurrido no fue un verdadero intento de golpe de Estado sino una escenificación acordada por el presidente y por el militar golpista, para mostrarlo como un héroe salvador de la democracia amenazada. Quizá esa sea la verdad de lo ocurrido, o esté más próxima a la verdad que la versión oficial, según la cual Luis Arce salió de su despacho y se encaminó hacia el foco de la asonada para, cara a cara, torcer el brazo a los golpistas logrando derrotarlos. No obstante, lo único seguro es que aún no hay claridad sobre el oscuro y violento suceso. Lo que está fuera de duda, es que pronunciarse como lo hizo Milei es injerencia en los asuntos internos de Bolivia.
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A renglón seguido, tras insultar al presidente de Brasil como en varias ocasiones anteriores, Milei decidió no asistir a la cumbre del Mercosur que se realizará en Asunción. No podrá alegar que la agenda local le impide alejarse del país ese día, porque hasta el día anterior estará en Camboriú, junto al ex presidente ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro, en un evento ultraconservador.
Si se guiara por su responsabilidad como presidente, Milei entendería que su trabajo tiene que ver con la cumbre del Mercosur y no con un evento ideológico. Si priorizara su responsabilidad como jefe de Estado, acudiría a la cumbre en Asunción; pero prioriza su filiación ideológica y el vedetismo internacional que viene realizando con actuaciones de alto voltaje en escenarios extremistas internacionales.
Qué el presidente esté en contra del Mercosur y aspire a sacar a la Argentina de ese instrumento de integración regional, no lo releva de su responsabilidad de asistir a la cumbre. Hoy por Hoy, el Mercosur existe y Argentina es uno de sus miembros. Lacalle Pou le cuestiona muchas cosas, pero asiste a las cumbres precisamente para discutir allí esos temas.
En las antípodas del presidente uruguayo, Milei decide actuar como si el Mercosur no existiera sólo porque él es contrario a ese espacio integrador. Es precisamente en esa mesa de diálogo y discusión donde debe el mandatario argentino sentarse a discutir.
Quizá la gambeta que lo lleva hasta Camboriú para eludir Asunción, aunque sea a todas luces una decisión tan incorrecta como irresponsable, tenga que ver con algún temor a encontrarse cara a cara con Lula. Al mandatario brasileño Milei lo ataca de lejos, pero si se da una circunstancia que los reuniría en una misma sala, busca la forma de evitarla.
Lula es un orador vibrante y sólido. No devuelve los golpes que Milei le arroja desde lejos llamándolo “corrupto”, “ladrón” y “comunista”, pero puesto a debatir, el presidente brasileño podría arrasar al ultraconservador argentino.
Adicto a atacar “zurdos” desde lejos, Javier Milei se va a sentir más cómodo en el encuentro de ultraconservadores donde será adulado y encontrará voluntarios que ofrecerán sumarse a las voces que lo ayudan a pedir el Nobel de Economía.