Nicolás Maduro tratando de esconder un elefante en una caja de fósforos. Un espectáculo tan grotesco como desolador. Lo que sorprende no es que un régimen forajido como el que impera en Venezuela se atreva a perpetrar un fraude a cielo abierto. Lo que sorprende es que se atreva a perpetrar semejante fraude.
Creer en el resultado que dio el Consejo Nacional Electoral (CNE) parece terraplanismo puro.
La demora hasta pasadas la una de la madrugada para anunciar el resultado de una elección con voto electrónico y una polarización absoluta, evidenciaba que se estaba preparando un fraude. Más se retrasaba el régimen en hacer un anunció que debió realizarse a lo sumo un par de horas más tarde del cierre de la votación, más quedaba a la vista la dimensión abrumadora del triunfo opositor.
Cuando la diferencia es pequeña, dibujar en el escrutinio las cifras fraudulentas lleva un tiempo relativamente breve. Pero si la diferencia es grande, lleva más tiempo maquillar los resultados y el maquillaje termina dando una apariencia grotesca al resultado.
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La esperanza estaba en que la demora en publicar los resultados se debiera a un debate interno en el régimen sobre si reconocer la derrota o cometer un fraude de dimensión oceánica. Así ocurrió en 1999 en Nicaragua, cuando a la primer elección que hizo el entonces gobierno revolucionario sandinista la ganó la opositora Violeta Chamorro. La transmisión del escrutinio se cortó a hora temprana y hasta el amanecer no se dio a conocer el resultado. La demora evidenciaba la victoria opositora y se producía porque la cúpula del FSLN se había partido: un sector, encabezado por el vicepresidente Sergio Ramírez exigía reconocer la derrota y proclamar a Chamorro como presidenta electa, pero otro sector, liderado por el ministro del Interior Tomás Borge, pretendía anular los comicios y continuar en el poder a como sea.
Aquella oscura y larga noche en Managua se resolvió positivamente, porque ganó el ala demócrata en la que estaba Sergio Ramírez.
Anoche, cuando las horas se alargaban en Caracas, la esperanza estaba en que el régimen se debatiera si aceptar o no la derrota, y que, en caso de no aceptarla, pusiera algún pretexto burdo para anular la elección. Pero finalmente hizo algo más burdo aún : anunciar que había ganado.
Lo que comienza a partir de este momento en Venezuela es inquietante. En la década anterior, los fraudes y arbitrariedades del régimen provocaron olas de protestas que fueron ferozmente reprimidas. Los saldos de aquellas represiones rondan las doscientas víctimas fatales de las balas de las fuerzas represoras.
Prisiones militares como Ramo Verde quedaron colmadas de presos políticos y en el Helicoide, siniestro cuartel general del Sebin (aparato de inteligencia) donde se torturó a escalas industriales.
Esos fantasmas oscurecen por estas horas el cielo caribeño. Los pronunciamientos de las democracias del mundo serán cruciales. La aprobación de una farsa electoral tan grosera, o el silencio ante ella, implicarán complicidad con un régimen forajido.