El Maligno Torres tocó el cielo con las manos. Ser campeón olímpico es un privilegio reservado solo para pocos. La medalla dorada del cordobés es un hecho histórico difícil de dimensionar.
Para ponerlo en contexto conviene repasar la actuación argentina en los Juegos Olímpicos. Nuestro país debutó en el olimpismo en 1924 casualmente en París, la misma ciudad que se rindió a los pies del Maligno.
En ese siglo de competencia, Argentina tuvo asistencia perfecta en el olimpismo. Sólo faltó a los juegos de Moscú 1980 por sumarse al boicot de Estados Unidos a la Unión Soviética por la invasión a Afganistán.
En los 23 juegos olímpicos restantes nuestro país consiguió 78 medallas de las cuales 22 fueron doradas.
De esos 22 campeones olímpicos sólo 13 lo consiguieron en un deporte individual. Si buscamos antecedentes es imposible olvidarse de la judoca Paula Pareto en Río 2016 y Sebastián Crismanich en Taekwondo en Londres 2012.
Si queremos más antecedentes tenemos que retroceder más de 60 años hasta los juegos olímpicos de Londres en 1948. Ahí Delfo Cabrera en Maratón y Pascual Pérez y Rafael Iglesias se coronaron campeones olímpicos.
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Esas proezas deportivas son gotas en el desierto. Milagros aislados que nos dan alegría a un pueblo que tanto lo necesita. Milagros no por el azar sino por las condiciones adversas en los que se gestan.
Argentina nunca se caracterizó por apoyar y apostar por el deporte amateur. Pero la escasez se agigantó en los últimos años y el apoyo a los deportistas de alto rendimiento es casi testimonial. Sin ir mas lejos la beca más elevada del gobierno nacional solo reservada a los medallistas olímpicos no supera el límite de indigencia.
Cuando el Maligno vuelva a Córdoba lo esperará una larga fila de políticos y amigos del campeón que aprovecharán para sacarse una foto y capitalizar un triunfo ajeno.
Ojalá esta medalla olímpica haga pensar qué importancia le vamos a dar a la práctica del deporte en una sociedad. Para que los deportistas se puedan dedicar al alto rendimiento necesitan apoyo y condiciones. Infraestructura, condiciones de entrenamiento y apoyo económico son fundamentales para que puedan desarrollarse.
Pero más allá del deporte de alto rendimiento una sociedad que fomenta la práctica deportiva es una sociedad que apuesta a la calidad de vida. Una persona que practica deportes, más allá de los beneficios en su salud y los vínculos sociales que genera, aprende valores y se involucra en una red de contención que no está presente en todos los estratos de la sociedad.