Aunque no logre extirparlo del Palacio de Miraflores, María Corina Machado ya dejó más al desnudo que nunca la miseria moral y la naturaleza dictatorial de Nicolás Maduro. También su fracaso, al obtener menos de la mitad de los votos que los obtenidos por un hombre mayor, que era totalmente desconocido para los venezolanos.
La debacle electoral de Maduro y el chavismo desnudó además el terraplanismo que simulan quienes dicen creer en el triunfo del presidente chavista y los que no fueron categóricos al repudiar una estafa electoral tan visible.
¿En qué estante se situó el kirchnerismo? La ex presidenta Cristina Kirchner reclamó a Maduro que, “por el legado de Chávez”, muestre las actas.
El problema es que “el legado de Chávez” es Maduro.
María Corina Machado fue una de esas neuronas negligentes que mantuvieron el liderazgo opositor dividido y neutralizándose a sí mismo. Por entonces, lo valioso en ella era el coraje que mostraba, como aquel enero del 2012 en el que se atrevió a decirle en la cara al mismísimo Chávez que “expropiar es robar”. Además, aquella joven legisladora opositora añadió que llevaba “ocho horas escuchándolo… describir un país muy distante del que estamos sintiendo todas las mujeres y las madres venezolanas”.
Tras esa interrupción, el líder bolivariano la ninguneó y disertó dos horas más. La longitud “fidelcastriana” de aquel discurso en la Asamblea Nacional era, en sí misma, una de las tantas pruebas de que Venezuela marchaba hacia un autoritarismo delirante. Ese que terminó siendo una mezcla de la Costa Pobre de Olmedo con la “republiqueta bananera” de San Marcos, que describió Woody Allen.
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Aquella valiente opositora cometería varios errores más, hasta emerger, en el último año y medio, como una Juana de Arco que con gran lucidez táctica y estratégica fue superando todas las trampas urdidas por el régimen.
Lo primero que hizo fue organizar unas primarias de la oposición en las que logró casi dos millones de votos para coronarse candidata. Cuando el régimen vio que “el huracán Corina” cobraba potencia suficiente como para barrerlo en las urnas, recurrió a la más impúdica y vergonzosa de las tretas fraudulentas: la proscribió, igual que a las demás figuras notables de la disidencia. Y a renglón seguido, regó el escenario electoral de candidatos inventados para dividir el voto opositor.
En la boleta, absurdamente larga y colmada de pequeñas fotos con las caras de los candidatos, el único identificable fácilmente era Maduro, cuya foto se repetía trece veces, ocupando toda la línea superior y varios cuadritos de las siguientes.
Entonces Machado, en lugar de quedarse pataleando contra la injusta proscripción y contra la treta de la boleta repleta de candidatos inventados, hizo una jugada maestra: eligió como sustituta a otra mujer, también llamada Corina.
Aunque Corina Yoris tiene existencia propia como autora de trabajos filosóficos y como académica, era desconocida para los venezolanos. Pero en la boleta bastaba que su género y su nombre de pila la hicieran identificable entre los demás candidatos, todos hombres.
El régimen comprendió que no sólo debía proscribir a María Corina Machado, sino también a cualquier candidata mujer, con más razón si se llama Corina. Y proscribió a Corina Yoris.
En lugar de rendirse, Machado encontró otro candidato con mucha más edad que el resto y un currículum intachable como diplomático.
Como Edmundo González Urrutia era un perfecto desconocido, María Corina se calzó una camiseta blanca, jeans desteñidos y zapatillas, que no se quitó para que, por repetida en ella, la hiciera bien identificable en las marchas multitudinarias con que recorrió todas las ciudades y pueblos venezolanos.
Para las multitudes que salían a recibir a la guerrera en combate contra el régimen, el candidato era ese señor mayor que en el palco-móvil iba al lado de María Corina.
La proeza de la líder de Vente Venezuela se completa con la creación de un dispositivo anti-fraude que funcionó a la perfección.
Al régimen lo tomó por sorpresa que, cuando empezaba a comprender que la diferencia a favor de González Urrutia era inmensa y, como llevaría tiempo adulterarlas, decidía ocultarlas, Machado apareciera mostrando y esparciendo por el mundo casi el ochenta por ciento de las actas que Maduro y el chavismo estaban escondiendo.
Hasta aquí, la ingeniera industrial que corrigió las negligencias del pasado y jugó como una ajedrecista eficaz en un tablero electoral inclinado y repleto de trampas, ha vencido a Maduro.
Derrotó cada una de sus trampas y lo dejó sin más alternativa que mostrar su naturaleza represiva.
La miseria moral y política del dictador ha quedado a la vista del mundo entero. Una derrota que no podrá revertir aunque retenga el poder a sangre y fuego.
De ahora en más, Maduro será un ocupa en del Palacio de Miraflores.