“Estoy feliz de poner fin al patriarcado, una gran injusticia que vive la humanidad”. La frase fue enunciada por Alberto Fernández durante un acto en enero de 2021. Unos meses antes, en un discurso de campaña en el Colegio Nacional de Buenos Aires, prometía que si ganaba las elecciones (que finalmente ganó), Argentina iba a tener por primera vez en la historia un Ministerio de la Mujer para promover la igualdad de género. Durante el mismo encuentro, llamó “chiques” a los cientos de estudiantes que seguían el acto proselitista en el patio de la escuela.
Alberto Fernández impulsaba una agenda progresista, usaba lenguaje inclusivo, fingía preocupación por la violencia patriarcal, participaba de las capacitaciones previstas por la “Ley Micaela”, pero puertas adentro maltrataba psicológicamente y probablemente golpeaba a su ex pareja, Fabiola Yáñez.
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Durante la cuarentena, levantaba el dedo acusador para amenazar a quienes no cumplían con el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio. “A los idiotas les digo: la Argentina de los vivos se terminó”, advertía por televisión.
Casi un año después, en febrero de 2021, el periodista ultra K Horacio Verbitsky se jactaba de haberse saltado la fila y obtener una de las vacunas contra el Covid que por entonces llegaban a cuentagotas al país. En ese momento, el personal de salud tenía prioridad para acceder a las escasas dosis de la Sputnik V que enviaba Rusia a la Argentina. El escándalo precipitó la renuncia del entonces ministro de Salud, Ginés González García.
Mi querida Fabiola
Ese mismo año, estalló el escándalo de la fiesta clandestina de Olivos. Hecho que el propio Fernández negó a sus colaboradores hasta horas antes que la periodista Guadalupe Vázquez publicara la foto que demostraba la celebración del cumpleaños de la primera dama. La reunión había ocurrido en Olivos en julio de 2020, momento en el que aumentaban los casos de coronavirus, faltaban camas en los hospitales y no había vacunas disponibles para prevenir los contagios.
La publicación de las imágenes significó el principio del fin de la presidencia de Fernández. El Frente de Todos fue derrotado en las elecciones de medio término y tuvo que bajarse de sus aspiraciones reeleccionistas.
A pesar de la inmoralidad de los hechos reseñados, Alberto Fernández se autopercibía una dirigente honesto, cabeza de un gobierno sin sospechas de delitos de corrupción en materia económica. “Soy un Presidente que nunca fui denunciado por corrupción y que además dejó el Gobierno con el mismo patrimonio con el que entré. No tengo cuentas ni testaferros ni nada en el exterior”, dijo durante una entrevista antes de abandonar el poder.
Fernández gozaba del beneficio de la duda, hasta que la justicia abrió una investigación por presunto fraude en la contratación de seguros para favorecer a amigos. La causa federal a cargo de Julián Ercolini se encuentra en plena instrucción. Como medida de prueba fue peritado el teléfono de María Cantero, histórica secretaria del ex presidente. En el dispositivo se hallaron chats y fotos que acreditarían que Fabiola Yáñez fue golpeada por Fernández en más de una ocasión. El sorpresivo giro en la investigación fue revelado por el periodista Claudio Savoia en un artículo publicado el pasado domingo en Clarín.
Al tratarse de un hecho de instancia privada, era necesario que la presunta víctima hiciera la denuncia, algo que no sucedió hasta ayer. Fernández se limitó a negar las acusaciones a través de un breve comunicado. Antes, su abogado admitió una fuerte discusión, pero dijo que no hubo golpes.
La denuncia de Yáñez se suma a graves episodios que involucran a dirigentes kirchneristas. El ex gobernador de Tucumán, Jorge Alperovich, fue condenado a 16 años de cárcel por violar a su sobrina. El intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, está procesado por presunto abuso contra una ex empleada del municipio. El funcionario fue respaldado por Axel Kicillof y permanece en el cargo a pesar de la gravedad del hecho que se le imputa. El patriarcado en el universo K goza de buena salud.
No hay antecedentes de que un presidente democrático haya sido denunciado por golpear a su pareja en la residencia de Olivos. De confirmarse la sospecha, el descrédito hacia Fernández podría superar al de la propia Cristina Kirchner. La ex presidenta fue condenada a seis años de prisión e inhabilitación perpetua por fraude contra la administración pública en la causa vialidad. No va a la cárcel porque el fallo no está firme.
Toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. La justicia deberá determinar si los delitos que se le imputan al ex jefe de Estado realmente ocurrieron. Sin embargo, hay sobradas pruebas de que más que un presidente, Alberto Fernández es un gran impostor.