Aunque pensaba que “la verdad es un error sin el cual no es posible vivir”, Nietzsche explicó que “las convicciones son un enemigo de la verdad más poderoso que las mentiras”.
La razón del autor de Así Hablaba Zaratustra se ve nítidamente en las ideologías y religiones dogmáticas, ya que forjan convicciones absolutas. Esos combustibles del fanatismo generaron incendios a lo largo de la historia y sigue presente en este tiempo, que erróneamente había presumido de posmodernidad.
A renglón seguido de una populista de izquierda que germinó en Latinoamérica, lo que comenzó es una ola ultraconservadora que se vale de los mismos métodos para clausurar a los opositores y críticos.
Javier Milei es la expresión argentina de liderazgos que abrazaron agresivamente convicciones absolutas y actúan como cruzados en guerra santa para imponerla a fariseos y blasfemos de este tiempo.
La agresividad es inherente a este tipo de convicción. El yihadismo ideológico se siente con derecho a usar la violencia verbal contra las apostasías y corrupciones que ven en los demás, salvo que estén iluminados por la verdad revelada del líder.
En los tiempos de la primera Guerra Fría, los “impulsos oscuros de la historia” de los que habló Goethe supuraban convicciones absolutas, lo que llevaba de manera inexorable a la clausura del “otro” porque, como en el fanatismo religioso de la Edad Media, ese “otro” no puede sino ser el “mal absoluto”.
Contra semejante amenaza vale la execración y el exterminio. Eso se desprende de las páginas de “El concepto de lo político”, donde el jurista alemán Carl Schmitt recicla para el siglo 20 lo que las nacientes ideologías habían reciclado hacia la secularidad durante las revoluciones burguesas del siglo 18: la matriz religiosa que forjó durante milenios las visiones del mundo y las relaciones de poder en la sociedad.
+ MIRÁ MÁS: “Antros de persecución”: la enfática defensa de Milei al cierre del Ministerio de la Mujer
Posteriores reciclados del pensamiento schmittiano no alimentaron totalitarismos como al principio, pero recreando el discurso que señala como un dedo acusador al “enemigo” a quién odiar, crearon los instrumentos con que los populismos de izquierda y derecha empezaron a debilitar la democracia liberal.
El chavismo y el kirchnerismo fueron, entre otras, expresiones del “nosotros y ellos” latinoamericano, recicladas por pensadores como Ernesto Laclau. En distinto grado, ambos se valieron de dos instrumentos clásicos del populismo: convencer al “pueblo” de que es víctima de “las elites” políticas, económicas y culturales, y manejarse con desparpajo y agresividad, lo que el politólogo australiano Benjamin Moffitt llama “los malos modales” de los líderes.
De ese modo se logra que las masas supuren rencores y resentimientos que son canalizados por los liderazgos que cada día les indican a quienes aborrecer.
Está a la vista que se trata de un método y no de una ideología. Un método de construcción de poder usado por quienes profesan culturas autoritarias, ya sea en la izquierda o en la derecha.
La última camada es ultraconservadora y generó liderazgos disruptivos basados en la violencia política, como los del filipino Rodrigo Duterte, el norteamericano Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro.
En Europa llegaron al poder ultraconservadores que estigmatizan a los inmigrantes, como el húngaro Viktor Orban y el italiano Matteo Salvini. Poner las redes en manos de expertos en hacer del odio un combustible político y de las “elites” políticas y culturales el “enemigo del pueblo”, permitió empujar a los británicos a ese error gigantesco llamado Brexit.
Todos los ultraconservadores de hoy tienen en común la negación del cambio climático, son enemigos de la globalización y desprecian el feminismo y la tolerancia frente a la diversidad sexual.
+ MIRÁ MÁS: La respuesta de Milei luego de ser acusado por Maduro de formar parte de “círculos diabólicos”
Para el populismo ultraconservador de este tiempo, la defensa de la democracia liberal es un institucionalismo superfluo que en realidad pretende preservar el poder de las elites, y todo centrismo, pragmatismo y defensa del Estado de Bienestar es socialismo o comunismo; como si Franklin Roosevelt fuese lo mismo que Stalin, Mao Tse-tung, Ho Chi Ming y Fidel Castro.
Al último exponente del extremismo de estos tiempos, es el presidente argentino. La patética debacle del kirchnerismo a partir de las escabrosas y deleznables revelaciones sobre Alberto Fernández, le están dando a Javier Milei munición para sus arsenales de violencia verbal y gestual.
Aunque el kirchnerismo también fue sectario y promovió linchamientos mediáticos y en las redes a todos los que lo cuestionaban o denunciaban la corrupción de sus dirigentes, a Milei le sirve atacarlo desde su trinchera conservadora, pretendiendo en realidad atacar al feminismo y las políticas de igualdad de género.
La hipocresía kirchnerista y su política de cooptación y colonización de las organizaciones feministas y de la comunidad gay, tal como ya había hecho con los Derechos Humanos, le permitió a Milei encubrir una ofensiva que tiene como verdadero blanco los avances que en todo el mundo se han dado en materia de igualdad de género y de aceptación de esa realidad históricamente negada: la diversidad sexual.
Lo mismo hizo al atacar los Derechos Humanos como valores irrenunciables de la sociedad abierta, en lugar de limitarse a cuestionar la cooptación kirchnerista de organizaciones de víctimas de la última dictadura militar, y que esas organizaciones cometieran el grave error de dejarse cooptar.