Una promesa rondó la campaña electoral de Donald Trump: poner fin a las guerras curso. Su equipo de campaña y también su aparato propagandístico instaló la idea de que su gobierno anterior fue el primero que no involucró a Estados Unidos en ninguna guerra, ni alentó guerras entre otros países. También que el magnate neoyorquino tiene la capacidad para negociar y convencer a otros líderes de buscar salidas negociadas a los conflictos. Las fotos que dieron la vuelta al mundo mostrándolo con Kim Jong Un en la frontera entre las dos coreas acompañó esas promesas, como una prueba irrebatible de su voluntad pacificadora, aunque más allá de una sesión de fotos con gran impacto propagandístico, de aquel encuentro y de otros subsiguientes no salió absolutamente nada que alejara el fantasma de una guerra en ese rincón asiático.
La pregunta es si en el nuevo mandato que iniciará en enero, veremos a Trump apagando incendios bélicos en el mundo.
La idea de que los gobiernos demócratas tienen una suerte de adicción bélica hizo su aporte a su victoria sobre Kamala Harris. Esa idea convertida en propaganda y machacada en medios y en las redes, tiene que ver con las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo 20, en las que entraron los gobiernos de Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt respectivamente, y con la guerra de Vietnam que desató el demócrata Lindon Johnson y a la que pusieron fin los republicanos Richard Nixon y su secretario de Estado, Henry Kissinger.
Pero Ronald Reagan financió guerras en Centroamérica y lanzó la invasión de Grenada para derrocar al gobierno militar y pro-cubano de Hudson Austin. A su vez, los presidentes Bush, padre e hijo, lanzaron la invasión de Panamá, la guerra que sacó a Saddam Hussein de Kuwait y las posteriores invasiones de Irak y Afganistán. Ergo, es en buena medida falaz la afirmación de que los demócratas son la guerra y los republicanos la paz. Pero a Trump le dio resultado en las urnas, aunque cuando habla de imponer la paz, parece no incluir conflictos como la sanguinaria guerra entre las fuerzas paramilitares comandadas por Mohamed Hamdan Dagalo y el ejército sudanés que responde presidente de facto Abdelfata al Burkhan, que está arrasando a Sudán. ¿Incluirá en su agenda “pacificadora” esa guerra en el corazón África?
Pero la pregunta del millón es qué hará para poner fin a las guerras que están marcando esta década en Europa y Medio Oriente, además de impedir la que pende como una espada de Damocles sobre Taiwán.
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En ese punto, precisamente, la promesa de una Casa Blanca pacífica puede tener un efecto negativo. Xi Jinping llegó al poder prometiendo anexar Taiwán. Acrecentó su presión debido al crecimiento de los partidos soberanistas taiwaneses que volvieron intrascendente al Kuomintang, el partido que se atrincheró en la isla tras perder la guerra civil y que nunca propuso otra cosa que reunificar China poniendo fin al régimen del Partido Comunista.
Si Xi Jinping se convence de que, efectivamente, Trump no va a involucrarse en ninguna guerra mientras esté en la Casa Blanca, es posible que la tan anunciada invasión de Taiwán se produzca durante su mandato. Lo único que ha impedido al gigante asiático invadir la isla es la posibilidad de que Estados Unidos acuda en defensa de Taiwán. Pero si está claro que, mientras Trump sea presidente, Estados Unidos no atacará a China por esa isla, Xi sabe que tiene cuatro años para cumplir con la anunciada invasión sin afrontar mayores riesgos.
Sus discursos anti-guerra le fueron útil para recuperar la presidencia, pero han estado a contramano de los intereses estratégicos de Washington.
Por cierto, sería muy bueno que de verdad pueda poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania, generando una negociación entre Putin y Zelensky. Pero el único final del conflicto que él insinúa equivale a una capitulación de Ucrania y un triunfo de los invasores rusos.
La única forma de evitar que el jefe del Kremlin acreciente el mapa de Rusia con los territorios arrebatados a Ucrania, es fortaleciendo la resistencia del país invadido para que pueda recuperar la ofensiva y debilitar al invasor. Pero lo que Trump dijo que va a hacer producirá lo contrario: cortará el suministro de armamentos y municiones a Ucrania, obligándola a negociar el final del conflicto pagando la paz con Crimea y el Donbás.
Sin duda, cortar la ayuda militar a Kiev acortará la guerra, pero no porque tenga una fórmula de pacificación justa. La suya premia al invasor y castiga al invadido, porque dejará a los ucranianos sin posibilidad de seguir combatiendo para recuperar los territorios ocupados por los rusos. ¿De verdad cree Trump que de ese modo logrará una paz que haga a Europa y al mundo lugares más seguros?
Lo lógico es sospechar que, premiando una agresión expansionista, se estimulan nuevas guerras de expansión territorial. Si Trump garantiza la no intervención norteamericana ¿por qué Putin no continuaría avanzando, lanzándose sobre Moldavia y Lituania?
Respecto al Medio Oriente ¿Cuál es el plan de Trump para poner fin al eterno conflicto? ¿Podrá convencer a los sauditas y demás países y organizaciones que no reconocen a Israel de que firmen los Pactos de Abraham y garanticen la seguridad de los israelíes y la desaparición de Hamas, Hezbolá, las milicias hutíes de Yemen y los chiitas pro-iraníes de Irak?
El otro gran interrogante sobre el cual Trump no ha dado pistas: su supuesto plan ¿incluye convencer a Netanyahu de aceptar la “solución de dos estados” para que exista un Estado palestino en toda Gaza y toda Cisjordania? ¿Presionará al gobierno israelí para que acepte reinstalar fuera de Cisjordania los asentamientos de colonos, para que los palestinos cisjordanos tengan continuidad territorial?
Hamas, Hezbolá y los demás proxis iraníes deben desaparecer, pero la Franja de Gaza y Cisjordania deberían ser territorios viables para la existencia de un Estado palestino.
¿Tiene Trump una fórmula para avanzar hacia una paz con justicia territorial para los palestinos?