Es el momento más crítico desde el inicio de la era nuclear. Jamás el mundo estuvo tan en el borde de una conflagración apocalíptica, desde el lanzamiento de las bombas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki. Pero este momento es de mayor peligro aún, porque las de 1945 fueron sólo dos bombas y de una capacidad destructiva inmensamente inferior a las actuales ojivas, que además, de estallar ahora una guerra atómica serían lanzadas, como poco, decenas de ellas, lo que acabaría de acelerar el calentamiento global hasta el borde mismo de la destrucción de la biósfera.
El primer pico de tensión se vivió en 1960, cuando cazabombarderos Mig abatieron un avión espía U-2, que había despegado de la base norteamericana en Pakistán y volaba sobre territorio soviético buscando silos nucleares y plataformas de lanzamiento de misiles.
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Durante los dos años que el piloto estadounidense, Gary Powers, fue prisionero en la URSS tras eyectarse y ser capturado, hubo varios momentos de altísima tensión. Ninguno se acercó al pico de tensión que se vivió en 1962, en la llamada Crisis de los Misiles que puso a pulsear a Khrushev y Kennedy hasta que acordaron el retiro de los proyectiles soviéticos instalados en Cuba y el retiro de los misiles norteamericanos que apuntaban a la URSS desde la costa turca del Mar Negro.
Sin embargo, el nivel de peligro actual es inmensamente superior. No hay en la historia un momento en el que el mundo se haya aproximado tanto al peor de sus abismos bélicos.
La escalada comenzó en la retórica de Vladimir Putin y del número dos del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia, Dmitri Medvediev.
Ni siquiera los líderes norcoreanos Kim Jong Il y su hijo Kim Jong Un verbalizaron tantas veces la amenaza de utilizar misiles nucleares contra sus enemigos, como el presidente ruso y ese ex presidente que se ha convertido en el mayor halcón del Kremlin desde que Ucrania comenzó a ser abastecida en armamentos y municiones por las potencias de la OTAN.
En esta ocasión, teniendo el 20 de enero como fecha clave porque ese día vuelve Donald Trump a la Casa Blanca y, si cumple lo que anunció, corta de cuajo el suministro de dinero, armas y municiones a Ucrania, las fuerzas rusas aumentaron su presión para ganar el máximo territorio posible para que la victoria, que ya es suya, sea lo más provechosa posible para la expansión territorial a costa de territorio ucraniano. Los masivos bombardeos que realizó destruyeron el cincuenta por ciento de la producción energética del país invadido.
En ese punto Biden decide modificar los límites impuestos por él mismo en esta guerra que ajustaba el uso de los misiles norteamericanos al propio territorio ucraniano, prohibiendo expresamente que sean usados contra territorio ruso.
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De inmediato, Ucrania comenzó a usar los ATACMS (sigla de Army Tactical Misil System) contra el territorio ruso que rodea la ciudad rusa de Kursk, en manos de fuerzas ucranianas. Con el permiso del premier británico Keir Starmer, también atacó blancos en Rusia con los cohetes Storm Shadow.
La respuesta de Putin fue inmediata: por decreto modificó la doctrina rusa que limitaba el uso de armas nucleares sólo ante el ataque de otra potencia nuclear a su propio territorio. Ahora, Rusia usará esas armas contra un país no nuclear que la ataque en su territorio, si lo hace con armas suministradas por una potencia nuclear. Y para reforzar el mensaje, lanzó un misil Kinzal, que es hipersónico, de largo alcance y puede portar ojivas nucleares.
Lanzar un proyectil de ese tipo a la ciudad ucraniana de Dnipró puede ser interpretado como un mensaje que dice: “esta vez va con una ojiva convencional, la próxima puede ser atómica”.