El cese del fuego entre Israel y Hezbolá tiene ganadores y perdedores. La organización político militar de los chiitas libaneses perdió, el estado judío ganó, pero Netanyahu no. El primer ministro israelí habría querido seguir esta guerra hasta la eliminación total de ese brazo de Irán que nació para combatir a Israel desde el Líbano, pero la necesidad de 50 mil israelíes de regresar a sus hogares en el norte del país acrecentaba la presión que ya gran parte de los israelíes, entre familiares de rehenes en Gaza y defensores de la democracia que lo acusan de deriva autoritaria, arrincona al líder del Likud.
En el sur del Líbano y en suburbios de Beirut con población chiita como Tayouneh, Dayhe, Ghobeiry y Burj al Barajneh, cientos de miembros de esa etnia salieron con banderas de Hezbolla a festejar el cese del fuego como si fuera una victoria de la organización pro-iraní. El hecho de que lo acordado establece una retirada de las fuerzas israelíes al sur de la línea azul establecida tras la guerra del 2006 es presentado como el triunfo de Hezbola. Pero eso no alcanza para que se proclame victorioso.
El gobierno libanés y el ejército de ese estado árabe si tienen razones para festejar. Con la retirada de Hezbolá y de los israelíes, el territorio que se extiende al sur del río Litani será controlado exclusivamente por el ejército del Líbano y por fuerzas de interposición de la ONU. Pero se trata de una victoria en gran medida humillante. El gobierno libanés y su ejército son impotentes para tener el control militar del país y para evitar que Hezbolá sea un Estado dentro del Estado, con un ejército propio que ya ha arrastrado al país a varias guerras propias.
+ MIRÁ MÁS: Uruguay vuelve a dar cátedra de democracia
Hezbolá inició esta guerra con una justificación falsa: dijo que no cesaría sus ataques con misiles contra Israel hasta que los israelíes dejen de atacar la Franja de Gaza. Fue el 8 de octubre del 2023, día siguiente al del sanguinario pogromo perpetrado por Hamas en los kibutzim y aldeas agrícolas de producción comunitaria. Israel aún no había atacado a los yihadistas en territorio gazatí. O sea, bombardeando la Alta Galilea, Hezbolá exigía que cese una acción militar que aún no se había iniciado y demoró bastante en comenzar. Y fue la exigencia que mantuvo hasta que empezó a regir la tregua, sin que Israel haya cumplido con lo exigido.
Por eso es posible afirmar que Hezbolá perdió. Tras sufrir pérdidas gigantescas en su infraestructura, en su máxima dirigencia y su dirigencia media, y también en sus bases combatientes y militantes, tuvo que aceptar retirarse al norte del río Litani, dejando todo el sur libanés en manos del ejército de ese país y de los cascos azules, sin que Israel haya detenido su demoledora ofensiva en la Franja de Gaza.
El acuerdo, además de sacar sus tropas del sur del Líbano, dificulta su posibilidad de rearmarse recibiendo armamentos y municiones desde Irán. Pero fundamentalmente, pone fin a un enfrentamiento que dañó la posición de fuerza que Hezbolá había logrado en la guerra contra Israel en el 2006.
Esta vez, los israelíes mataron a Hassan Nassrala, su máximo líder desde 1992, cuando asumió la jefatura tras el asesinato de su antecesor, Abas al Musawi, también abatido por Israel.
Los bombardeos en el bastión del partido-milicia de los chiitas en el sur de Beirut también abatieron a su máximo comandante militar, Fuad Shukr, días después de que ordenara el bombardeo que mató a doce niños israelíes de etnia drusa mientras jugaban al fútbol en un club de las Alturas del Golán.
Los bombardeos israelíes también mataron a Ibrahim Aquil, el jefe de Al Radwán, el mayor cuerpo de elite de Hezbolá, además del jefe de la unidad de drones, Mohamed Srur, y otros comandantes de la segunda línea en la cadena de mandos.
Israel logró también golpes que ostentaron capacidad tecnológica y profundidad en la infiltración de sus agentes de inteligencia en la organización chiita. Las inesperadas y devastadoras explosiones simultáneas de los beepers que mataron, amputaron o dejaron gravemente heridos a cientos de dirigentes y funcionarios de Hezbolá, fue un golpe parecido a un capítulo de Misión Imposible.
Lo que no logró Israel fue la eliminación total de Hezbollá, organización pro-iraní que además resistió fuertemente el avance del ejército en el sur y llegó hasta la firma de la tregua lanzando misiles que causaron daños, heridos y muertos en ciudades y aldeas israelíes. Pero eso no le alcanza al proxi más poderoso y dotado de tecnología militar que tiene la República Islámica iraní en los países y territorios fronterizos con el Estado judío.
El ejército israelí y sus aparatos de inteligencia sí pueden mostrar el acuerdo como una victoria. No la victoria total que prometía el gobierno ultraconservador, pero una victoria al fin. Ahora bien, el triunfo es del ejército, no de Benjamín Netanyahu.
El primer ministro está opacado por el altísimo costo que tiene para la imagen de Israel en el mundo su guerra de tierra arrasada en la Franja de Gaza. Antes de que comenzara esta demolición sin antecedentes, la bandera palestina era desconocida en el mundo, y hoy aparece en manifestaciones y en ventanas y balcones en casi todas las ciudades del mundo.
+ MIRÁ MÁS: El mundo en la cornisa de una conflagración nuclear
Por primera vez, Israel tiene un gobernante con orden de captura internacional por los innumerables crímenes cometidos en Gaza, y por la sistemática y genocida obstrucción al ingreso de ayuda humanitaria para una población atrapada en un infierno de bombas y escombros.
La operación militar que lanzó el jefe del Likud ya alcanzó una cifra de víctimas civiles que incluye miles de niños y, en sí misma, constituye un aberrante crimen de guerra. A más de un año de empujar a Israel al aislamiento internacional y recibir olas de repudios, aún no ha logrado eliminar completamente a Hamás ni rescatar al centenar de israelíes aún apresados en sus túneles.
Netanyahu y el ex ministro de Defensa Yoav Gallant no pueden pisar el suelo de muchos países democráticos de Occidente, como Canadá, Colombia, España, Italia, Bélgica, Países Bajos y Turquía, entre otros, porque serían apresados y entregados a la Corte Internacional Penal que dictó la orden de captura.
Esa es la gigantesca derrota del líder que se alió con partidos extremistas para regresar al poder y atrincherarse en un estado de guerra permanente, con el objetivo de evitar los procesos por corrupción que lo arrinconan contra el banquillo de los acusados.