La certeza murió sepultada bajo los escombros del régimen de Al Assad. La dictadura que hasta hace menos de dos semanas era considerada la ganadora de la guerra civil que llevaba más de una década, fue derrotada en sólo diez días por los yihadistas que llevaban años sin poder salir de la provincia de Idlib.
La única certeza es que terminó un régimen criminal que duró más de medio siglo y mató y torturó a cientos de miles de personas. Pero no está en absoluto claro que esta nueva etapa del país que conquistó su independencia hace menos de un siglo, sea menos sangrienta que la concluida con la caída del dictador Bashar al Assad.
Puede ser una dictadura sunita ultra islámica, que encarcele y fusile disidentes, y que someta o expulse con limpiezas étnicas a las comunidades minoritarias. O puede ser una prolongación de la guerra civil que lleva más de una década haciendo correr ríos de sangre. Lo que viene es indescifrable, pero está bien claro lo que acabó.
El poder en Siria quedó dentro de una licuadora encendida. Quienes lideraron la ofensiva relámpago que en un puñado de días puso fin a trece años de guerra civil, venciendo a quién estuvo ganándola hasta ese momento, encabezan un conglomerado de fuerzas ultra islámicas de diferente graduación. Con el poder en sus manos, será difícil armonizar la convivencia de las facciones que integran el Hayat Tahrir al Sham (HTS). Nadie puede descartar que se produzcan conspiraciones internas que deriven en luchas por el poder. Algunas son más fanáticas que otras, pero todas las milicias sunitas que vencieron en Siria son ultra islamistas y tienen lazos con regímenes extranjeros que pueden convertirlas en piezas de un tablero endemoniado.
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Por eso lo que ha terminado en Siria está más claro que lo está naciendo. Terminó una dictadura basada en la etnia alauita, considerada una rama del chiismo desde que Hafez al Assad puso fin en 1970 al gobierno pro-minorías étnicas que creó en la década del ´60 el Partido Arabe Socialista Baaz, fundado por el filósofo cristiano Michel Aflak para defender a las etnias minoritarias de la influencia que la mayoría sunita tuvo desde la independencia de Siria.
Hafez al Assad construyó poder apoyándose en la Unión Soviética, a la que concedió bases área y naval en Latakia y Tartus, heredando Rusia esa alianza y esas posesiones militares tras la desaparición de la URSS.
El régimen de su hijo Bashar, que tras lanzar en el comienzo de su gestión lo que se conoce como “Primavera de Damasco”, porque liberó presos políticos, fomentó la inversión privada y procuró crear instituciones democráticas, acabó siendo una dictadura tan brutal como la que lideró su padre, al que de joven su propia familia llamaba “wahish” (bestia salvaje).
El régimen que cayó fue el que invadió Líbano en 1976 y colaboró con Irán para que Hezbollah se convierta en un Estado dentro del Estado libanés; el que colmó las cárceles de presos políticos, torturó y ejecutó a miles de disidentes y críticos en la prisión Saydnaya, masacró a más de 20 mil sunitas cuando aplastó en 1982 la rebelión de la Hermandad Musulmana en Hama y, ya con Bashar al Assad al frente del poder, usó incluso armas químicas para masacrar rebeliones en el comienzo de la Primavera Árabe.
Lo que ha caído es el régimen que exterminó, en el 2016, a buena parte de la población de Alepo a través de los bombardeos de saturación ejecutados por los rusos.
En Siria terminó una pesadilla. Lo que no está claro es cómo será lo que ha comenzado. Falta ver si el Hayat Tahrir al Sham (HTS) logra consolidarse como eje del nuevo régimen, o si implosiona por el estallido de una lucha de facciones. De estabilizarse en el poder, al frente del nuevo régimen podría quedar el jihadista que construyó el HTS aglutinando milicias islamistas pro-turcas.
Si el nuevo líder sirio es Ahmed al Sharaa, falta ver si cumple con su giro copernicano hacia la moderación ideológico-religiosa que inició en 2017, al romper con Al Qaeda.
Ocurre que Ahmed al Sharaa retomó su verdadero nombre después de haber usado por décadas el alias Abú Mohamad al Golani, que adoptó al sumarse a la jihad (guerra santa) en Irak contra norteamericanos y chiitas, tras la caída de Saddam Hussein. Lo reclutó Abú Musab al Zarqawi y fue parte de Al Qaeda Mesopotamia, pasó por las filas de ISIS y terminó volviendo a Siria para encabezar Jhabat al Nusra, brazo armado de Al Qaeda en la guerra contra el régimen de la dinastía Assad. Pero en el 2017 rompió con Al Qaeda, combatió a ISIS y conquistó Idlib, donde anunció la metamorfosis que lo transformó en un moderado que ya no promete limpiezas étnicas contra drusos, alauitas, cristianos y kurdos, ni crear en Siria una teocracia salafista.
Si cumple con sus promesas a Erdogán y a los gobiernos israelí, norteamericanos y europeos, Siria tendrá el primer gobernante que, tras haber hecho carrera en organizaciones ultra religiosas de altísima criminalidad, como Al Qaeda, encabeza un régimen plural, inclusivo y moderado. Todos los grupos ultra islamistas, sunitas y chiitas, que lograron el poder, crearon regímenes fanáticos y brutales, como los talibanes afganos, el Califato de ISIS, la porción de Yemen controlada por los hutíes, la Somalia de Al Shabab y las porciones del Sahel que quedaron en manos de bandas como Boko Haram.
Esa nueva identidad ideológico-religiosa le permitió aliarse a milicias islamistas pro-turcas y conformar HTS. También le permitió conseguir apoyo de Turquía y, posiblemente, también de Israel y Estados Unidos.
El yihadista que derribó a Al Assad retomó su verdadero nombre, dejando su alias de guerra, porque se comprometió con a Israel a no atacar al Estado judío, mientras que el alias Al Golani alude a las Alturas del Golán, el territorio sirio donde vivían sus abuelos y padres hasta que los israelíes los expulsaron en 1967, tras ocupar y anexar esa meseta.
Su nombre de guerra implicaba anunciar una posterior yihad contra Israel. ¿Mantendrá ese giro al secularismo, la moderación y acercamiento a Turquía, Israel y las potencias de Occidente? ¿O se trata de una imposición para obtener las ayudas que le permitiera vencer al régimen?
Si Israel y Turquía se equivocaron, tendrán en sus fronteras un engendro teocrático similar al del talibán afgano.