El antisemitismo existe, está extendido en el mundo y expresa una naturaleza deleznable. Pero acusar de antisemita a todos los gobiernos, los medios de comunicación, las organizaciones de Derechos Humanos, los intelectuales y las dirigencias de todo tipo que acusan de criminales los bombardeos que masacran civiles en la Franja de Gaza, es degradar ese señalamiento de una de las formas más abyectas del racismo y la etnofobia: el irracional odio a los judíos.
Defender a Israel acusando de antisemita a todo el que señala las consecuencias criminales de la operación militar lanzada por Netanyahu en Gaza, impacta negativamente en la imagen del Estado judío y del judaísmo porque implica usar como arma arrojadiza de estigmatización un concepto que es de crucial importancia en la lucha contra el racismo, la etnofobia y toda forma de odio irracional.
Benjamín Netanyahu disparando a mansalva esa gravísima acusación sin sustento contra muchos gobiernos, del mismo modo que los lobbies abocados a presionar a los medios de comunicación para que echen o silencien a sus periodistas y analistas que usan la palabra “crimen” o conceptos como “genocidio” y “limpieza étnica”, no están ayudando sino perjudicando a Israel y al judaísmo.
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Además de dañar con su operación militar la imagen de Israel como jamás había ocurrido en sus 76 años de historia contemporánea, Netanyahu y algunas entidades conservadoras del judaísmo en el mundo están banalizando el significado de “antisemitismo”.
Amén de la abyección de Hamás y su monstruosa estrategia de sacrificar a la población de Gaza para criminalizar a Israel, si los bombardeos israelíes contra esa organización siniestra dejan decenas de miles de muertos civiles, de los cuales un porcentaje altísimo son niños, esos bombardeos constituyen objetivamente un crimen del que son responsables la organización jihadista y el gobierno israelí.
Que muchos de sus vecinos árabes hayan realizados masacres sobre sus propios pueblos, además de financiar el terrorismo que masacra israelíes, no resta criminalidad a los ataques que han matado decenas de miles de niños y a sus padres y abuelos.
Los crímenes son hechos objetivos, más allá de la causa por la cual son perpetrados. Los aberrantes crímenes del Imperio Nipón no hacen que los ataques atómicos contra Hiroshima y Nagasaki dejen de ser lo que fueron; ataques genocidas. Se puede cuestionar de muchos gobiernos que denuncian los crímenes israelíes, el silencio ante las masacres, persecuciones, encarcelamientos masivos, torturas y fusilamientos extrajudiciales realizados por muchos de los regímenes y milicias que quieren borrar del mapa a Israel. Pero esa miopía, a la que Ortega y Gasset llamaría “hemiplejia moral”, no implica que la muerte masiva de civiles no sea un crimen susceptible de ser considerado genocidio.
Organizaciones de DD.HH. como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), no pueden ser acusadas de antisemitismo por aplicar en este caso los mismos parámetros que aplican en todos los conflictos y en los países sometidos por dictaduras de todas las ideologías.
En cuanto a los pronunciamientos de gobiernos, intelectuales y medios que señalan los crímenes de Israel pero no repudian la monstruosa estrategia de Hamas, en algunos casos es antisemitismo y en muchos otros es negligencia o desatención a las tantas situaciones que muestran la lógica criminal con la que se rigen todos en Oriente Medio. Pero que otros cometan crímenes no quiere decir que los bombardeos de Israel no sean actos criminales. Que haya víctimas civiles en cantidades escalofriantes, con decenas de miles de niños entre ellas, es lo que certifica la criminalidad de los ataques.
Israel debe reclamar que el tema se discuta con los parámetros de la región, no de Europa y de muchos países occidentales. Pero no puede reclamar que la muerte masiva de niños por bombardeos, hambre o enfermedades provocadas por sus bloqueos a la ayuda humanitaria, no sean considerados crímenes atroces. Un cruel exterminio perpetrado por el gobierno israelí y por Hamás.
Lo deleznable no es que se acuse a Israel, sino que nada se diga de Hamás, cuya responsabilidad por la tragedia gazatí no se agota en el pogromo sanguinario que originó esta guerra el 7 de octubre del 2023. La responsabilidad de la organización jihadista está en haber perpetrado aquel ataque para que el gobierno de Israel haga lo que hizo: una guerra de tierra arrasada que lleva a los israelíes al aislamiento.
Esa es la abyecta estrategia de Hamas; que los niños palestinos mueran destrozados por las bombas israelíes. Por eso en todas las imágenes que muestran la destrucción y muerte causadas por orden de Netanyahu, jamás hay jihadistas del Ezedim al Kassem ni de la Jihad Islámica socorriendo gente.
También es por eso que quienes imperan sobre la Franja de Gaza nunca construyeron refugios antiaéreos para los civiles. Tampoco hay sistemas antiaéreos para derribar los misiles enemigos. Irán les da todo tipo de armas, pero nada que sirva para proteger la población. Ni siquiera hay alarmas que avisen cuando viene en camino cada lluvia de misiles.
Los túneles son exclusivamente para los dirigentes y combatientes de Hamás. Para la población está la intemperie totalmente desprovista de búnkeres donde guarecerse. Hasta resulta extraño que el coro de voces que en el mundo se alza repudiando las masacres causadas por el ejército israelí, no tenga otra estrofa dedicada a repudiar la estrategia jihadista.
Eso es lo que debe ser denunciado. Si hay genocidio en Gaza, Hamás también es culpable, porque ese es su siniestro plan. Mientras que el plan siniestro de Netanyahu es usar el antisemitismo como escudo personal, aunque eso implique banalizarlo y, por ende, quitarle peso y potencia como denuncia contra el odio irracional a los judíos.