Las constantes crisis entre presidentes y vicepresidentes muestran la debilidad de varias democracias sudamericanas o sus tenues culturas democráticas. Por estos días, Ecuador y Argentina exhiben impúdicamente la estafa política que implica mentir entendimientos y armonías entre quienes encabezaron las fórmulas vencedoras.
La actual presidenta de Perú, Dina Boluarte, era la vicepresidenta de Pedro Castillo, y lo reemplazó en el cargo tras sumarse a la embestida opositora para derrocarlo.
En Chile, la vicepresidencia sólo existió entre 1826 y 1833. Si un presidente renuncia, es destituido o muere, lo sustituye el ministro del Interior y Seguridad. Casi el mismo período de vida efímera tuvo la vicepresidencia en México, donde fue creada por la Constitución de 1824 y abolida por las Siete Leyes Constitucionales de 1836, aunque la relativa armonía interna de los gobiernos que inició el PRI en su largo reinado del siglo 20, se mantuvo en los gobiernos posteriores.
En Paraguay, la mentira de la fórmula electoral del Partido Colorado en los comicios de 1998 desembocó en el magnicidio del vicepresidente anti-oviedista Luis Argaña y la posterior caída del presidente oviedista Raúl Cubas. Sin muertes pero con desenlace truculento acabó posteriormente la estafa electoral que constituyó la fórmula Fernando Lugo-Federico Franco.
En Brasil, la regla es la armonía entre presidente y vice. La excepción fue Michel Temer echando leña al fuego del impeachment contra Dilma Rousseff para reemplazarla en el despacho principal del Palacio Planalto.
Canadá tiene sistema parlamentario pero la crisis interna que está viviendo el gobierno del Partido Liberal y podría desembocar en la caída de Justin Trudeau, es más excepcional que normal. También en Estados Unidos la madurez de la democracia se ve en la regla de buena relación entre presidente y vice, aunque Trump fue la excepción al atacar a Mike Pence cuando obstruyó su intento de destruir la elección del 2020.
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No es el caso de varias democracias sudamericanas, donde la regla de la crisis entre las dos cabezas institucionales de la república hoy tiene ejemplos patéticos en Ecuador y Argentina, con Daniel Noboa “desterrando” a Verónica Abad, y Javier Milei humillando a Victoria Villarruel.
El joven presidente ecuatoriano cometió dos estropicios institucionales. Uno fue asaltar la embajada de México para capturar al correísta Jorge Glas, que se había refugiado en esa delegación diplomática. El otro es impedirle a la vicepresidenta ejercer su cargo.
Los ecuatorianos ya habían sido estafados, entre otras, por la fórmula que llegó al gobierno con Lenin Moreno y Jorge Glas simulando un entendimiento que no existía. La relación institucional estalló a mitad del mandato.
Se supone que el vínculo entre Noboa y Abad se condecía con las imágenes que difundían en la campaña electoral. Pero la simulación no llegó a cumplir dos meses. El presidente envió a su vicepresidenta a la embajada en Israel. Ahora le impide entrar a la oficina de la Vicepresidencia y la envía como consejera a la embajada en Turquía. Quizá Noboa tenga razones serias para ese mal trato, pero debería explicarlo a la sociedad que votó la fórmula.
También la fórmula Milei-Villarruel fue una estafa política, lo que quedó en evidencia el mismo día de la asunción del presidente y la vicepresidenta de Argentina. Después de la estafa anterior que fue la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner, antecedida por la estafa electoral cuyo slogan fue “Cristina, Cobos y vos”, y habiendo sido también una estafa al votante la fórmula Néstor Kirchner-Daniel Scioli, a su vez antecedida por la mentirosa armonía que irradiaba la fórmula De la Rúa-Chacho Álvarez, se suponía que Javier Milei y Victoria Villarruel dejarían en el pasado el vicio de mentirle al electorado fórmulas que prometen sanaciones políticas pero estallan como el trinitrotolueno. Sin embargo, Milei dejó a la vista impúdicamente y de inmediato que la estafa típica de “la casta” continúa con su gobierno ultraconservador.
La guerra entre el presidente y la vicepresidenta comenzó el mismo día de la asunción de ambos, quedando simbólicamente reflejada en la imagen de ella subiendo la escalinata del Congreso mientras el flamante presidente hablaba en las afueras del palacio legislativo.
A simple vista, es del presidente la culpa de que la fórmula Milei-Villarruel acabara siendo una estafa ya que mentía acuerdos, afinidades y entendimientos que, en realidad, no existían. El acuerdo de constitución de la fórmula de La Libertad Avanza (LLA) incluía que las Fuerzas Armadas y las de Seguridad interior quedarían en la órbita de gravitación de la vicepresidenta, pero Milei incumplió entregándoselas a Patricia Bullrich y Luis Petri.
A partir de ese momento, el presidente comenzó a segregar a Villarruel, a cuestionarla públicamente y a humillarla con desautorizaciones y otros destratos.