El calamitoso régimen residual chavista colocó a Javier Milei en la vereda correcta de la historia. Identificarse ideológica y personalmente con Jair Bolsonaro no fue lógico ni razonable. Tampoco lo es identificarse ideológica y personalmente con Netanyahu y su gobierno de corte extremista. Una cosa es defender a Israel y repudiar el acoso que sufre de lo que Irán llama “el eje de la resistencia”, y otra cosa es identificarse, no con el Estado judío ni con el judaísmo, sino con los ultra-ortodoxos y con un primer ministro cuya operación militar en Franja de Gaza ha cometido una cantidad de crímenes tan grande que está aislando a los israelíes en el escenario internacional.
Tampoco es acertado hacer de la política exterior argentina una extensión de sus filias y fobias ideológicas y personales. Pero en el caso de Venezuela, Milei se situó en la misma vereda en la que están el uruguayo Lacalle Pou y también el Frente Amplio, además del presidente chileno Gabriel Boric, el paraguayo Santiago Peña, la peruana Dina Boluarte, el panameño José Mulino y el guatemalteco Bernardo Arévalo, entre otros. La vereda del repudio claro y contundente a la impresentable estafa a la voluntad popular que perpetró Nicolás Maduro para continuar en el poder a pesar de haber sido barrido en las urnas del pasado 28 de julio.
Los argumentos de Lula da Silva y Gustavo Petro de que necesitan evitar la ruptura total con Caracas para poder mediar en favor de los extranjeros apresados por el régimen, o que las “relaciones internacionales es con Estados y no con gobernantes”, son patrañas para justificar que no están dispuestos a tratar a Maduro como lo que es: un dictador impresentable que hundió a Venezuela con políticas calamitosas que llevan años causando una diáspora de dimensiones bíblicas.
Los propios presidentes de Brasil y Colombia lo dijeron con todas las letras, antes de empezar a mirar para otro lado: no se puede reconocer el resultado de una elección si no se presentan las actas y los resultados desglosados. Pues bien, ya pasó casi medio año y las actas no fueron presentadas por el régimen. De tal modo, la coherencia y el sentido común indican que Lula y Petro debieran anunciar públicamente que al no haber sido presentadas las actas electorales, tal como ya lo habían avisado, no pueden reconocer a Maduro como presidente a partir del 10 de enero. Pero en lugar de eso, lo que hicieron Lula y Petro fue avisar que no irían ni enviarían vicepresidentes, ni cancilleres, sino sólo los embajadores de Brasil y de Colombia en Caracas.
+ MIRÁ MÁS: El Gobierno rechazó las acusaciones de Maduro contra el gendarme detenido: “Buscan desviar la atención”
Lo que no dijeron es que enviar embajadores a una asunción presidencial, aunque es una demostración de distanciamiento, implica reconocer a la autoridad entrante. Y eso es lo que no debieran hacer si fueran coherentes con lo que ellos mismos habían planteado respecto a las actas electorales.
Petro añadió algo más: al anunciar que no viajaría a Caracas para la asunción de Maduro, dijo “las elecciones no fueron libres”. En rigor, no fueron ni libres, ni limpias, ni respetuosas de la voluntad popular. Está bien que lo haya dicho, pero si envía al embajador, reconoce el nuevo mandato de Maduro.
Desde ese punto de vista, la posición de la vereda latinoamericana en la que está Milei y que incluye algunos países europeos y a Estados Unidos, es la vereda más acorde con la realidad que impone el escandaloso proceso electoral que derivó en la destrucción del escrutinio porque la diferencia a favor de González Urrutia fue tan grande que resultó imposible “retocar” los números para cometer un fraude mínimamente creíble.
En el extremo de la complicidad con una dictadura envilecida y ruinosa están otras dictaduras: Cuba y Nicaragua. Pero no estar en ese extremo de complicidad no implica que el presidente de Brasil esté en una buena posición. No lo está y algún día tendrá que explicar por qué. Si no lo explica, crecerá la sospecha de que a sus mandatos anteriores lo manchó Hugo Chávez con los petrodólares y negociados con que compró apoyo y complicidad de otros gobiernos y líderes de la región y del otro lado del Atlántico, como el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero.