Que hasta el último segundo haya tironeos y amenazas de patear el tablero, es casi normal en la antesala de un acuerdo. Hasta la entrada en vigencia de lo acordado en una mesa de negociación, las partes enfrentadas intentarán sacar alguna ventaja de último momento. Por lo tanto, no son estos amagues el mayor problema del cese del fuego acordado entre Israel y Hamas.
La fragilidad de lo acordado está sobre todo en la razón que lo impuso, estableciendo hasta la fecha de su entrada en vigor. Y esa razón está en el interés político y personal que tuvieron Joe Biden y Donald Trump para que desde el domingo 19 ya no haya emboscadas, explosiones ni disparos en la Franja de Gaza.
El líder demócrata quiere salir de la Casa Blanca luciendo la consecuencia de la propuesta de tregua presentada por su gobierno en el pasado mes de mayo; mientras que el líder republicano quiere empezar su mandato luciendo ese cese del fuego como una consecuencia de su regreso a la mansión blanca de la avenida Pensilvania al 1600.
Biden tiene el mérito de haber elaborado la fórmula del cese de hostilidades, pero si pasó más de medio año sin que sea aceptada por las partes, es por “el síndrome del pato rengo”, la debilidad intrínseca de todo presidente saliente. Por eso Trump posibilitó el acuerdo. Fue la presión que ejerció sobre el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y sobre el emir de Qatar, Tamim bin Hammad al Thani, el factor que empujó a las partes a poner la firma que regateaban.
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Con ese fin envió a su emisario Steve Witkoff a Jerusalén y a Doha. Cuando le dijo a Netanyahu que debía aceptar la propuesta de Biden para una tregua, el primer ministro israelí la rechazó. Entonces Witkoff dijo las palabras mágicas: Trump dice que el acuerdo debe implementarse sí o sí antes de que asuma la presidencia, no pide, exige que el acuerdo en base a la fórmula elaborada por Biden se firme y rija desde el domingo 19.
Entonces Netanyahu ya no pudo volver a decir no al acuerdo propuesto por el presidente demócrata, dado que ahora lo exigía el presidente norteamericano entrante.
A renglón seguido, se embarcó en el aeropuerto Ben Gurión hacia Doha, donde ni perdió tiempo hablando con el primer ministro Mohamed bin Abdulrahmán al Thani, sino que fue directamente a decirle al emir de Qatar que Trump exige asumir su segundo mandato con el acuerdo ya firmado y en vigencia.
Tamim bin Hammad al Thani traslado el mensaje a Jalil al Haya, el jefe político de Hamas que representa a la organización ultraislamista ante el mundo desde su residencia en Doha.
Al Haya trasladó la exigencia a Mohamed Sinwar, el yihadista al que llamaban “la sombra” por actuar siempre desde las trastiendas del poder de su hermano, el fallecido Yahya Sinwar. Alínear a las facciones de Hamas en la Franja de Gaza no es tarea fácil, pero Mohamed Sinwar asumió la responsabilidad de hacerlo, no sin antes intentar conseguir algo más a cambio de aceptar la tregua: que Israel le entregue el cadáver de su hermano. Pero no lo consiguió.
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Una señal de que el acuerdo diseñado por la administración Biden es equilibrado es que los aliados extremistas de Netanyahu lo rechazaron de plano. Para el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich y para el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben Gvir, la trague acordada es una victoria de Hamas y una traición a los combatientes israelíes que dieron su vida combatiendo en Gaza.
¿Qué pasa si la coalición ultraconservadora que gobierna Israel se rompe? El líder de la oposición, Yair Lapido, ya anunció que las fuerzas de centro y centroizquierda darán su apoyo a Netanyahu para que la tregua se mantenga y se llegue a las siguientes fases del camino hacia un acuerdo de paz.
No obstante, las cuestiones centrales para que la tregua se convierta en acuerdo de paz aún no han sido ni siquiera discutidas superficialmente.
Lo acordado en materia de intercambio de rehenes por prisioneros es ínfimo en relación al intercambio acordado en la tregua de noviembre de 2023. Fueron 160 rehenes israelíes por 330 prisioneros palestinos, los que se intercambiaron en la tregua del 2023 que duró apenas unas pocas semanas. Sin embargo, la repercusión mundial que ha tenido este acuerdo tan frágil y limitado en materia de rehenes y prisioneros intercambiados, es muy superior. ¿Por qué?
Porque tanto Donald Trump como Joe Biden están moviendo los hilos para que su repercusión sea equiparable a la de un acuerdo de paz. Biden necesita despedirse con un “gran logro” que este acuerdo no es, y Trump necesita entrar al tablero internacional pisando fuerte.
Por eso la repercusión es una versión agigantada de lo que en verdad se ha logrado en la mesa de negociación. Aún así, es mejor que la nada previa y, por ende, sería bueno que no corra la misma suerte que la efímera tregua del 2023.