¿Tiene razón Donald Trump sobre el nombre del Golfo de México? ¿Puede el presidente norteamericano rebautizarlo Golfo de América, como anunció que hará?
El argumento que borrosamente merodea las parrafadas de Trump para justificar su decisión de cambiar el nombre al Golfo de México, es errado. No fue el Estado mexicano quien bautizó con ese nombre a ese espacio marítimo situado al norte del Mar Caribe. México es un Estado moderno, que se formó a partir de 1821, con la declaración de independencia respecto a España, y se consolidó en 1824, cuando se adoptó constitucionalmente el sistema federal. Por su parte, el primer mapa que usó el nombre Golfo de México fue confeccionado en el siglo XVI por cartógrafos de la expedición del explorador Francis Drake.
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De tal modo, el nombre del Golfo es previo al Estado de México. Y no fue sólo el cartógrafo del explorador, corsario y pirata inglés el que usó ese nombre en sus mapas. Antes de concluir el siglo XVI, el cartógrafo belga Theodor De Bry usó el nombre surgido de las expediciones de sir Drake.
En los siglos posteriores aparecieron mapas con el nombre de Golfo de Nueva España, pero en el siglo XIX ya estaba consolidado el nombre Golfo de México. Por lo tanto, ese nombre no deviene del país que se extiende desde el Oeste al Sur-Oeste de la inmensa bahía, sino que es probablemente al revés. El país que dejó de ser colonia española tomó el nombre del Golfo de México.
Además del error en el argumento que balbucea Trump, su convicción de que puede cambiarle el nombre a un espacio geográfico por su propia cuenta o que Estados Unidos tiene ese derecho, también es errónea.
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Estados Unidos tiene derecho, por ejemplo, a rebautizar el Cañón del Colorado, accidente geográfico íntegramente situado dentro del territorio estadounidense. Pero no puede decidir unilateralmente la re-denominación de un espacio geográfico compartido con otros países. Sería como si Argentina rebautizara como Río Argentino o de cualquier otro modo al Río de la Plata. No puede sin consultarlo y acordado con Uruguay, el otro país que forma parte de esa geografía. O como si España cambiara el nombre de los Pirineos sin haberlo acordado con Francia y con Andorra.
Un cambio de nombre debe acordarse entre los países que forman parte de esa geografía.
En el caso del Golfo de México, Estados Unidos debería consensuar un cambio de nombre con los otros dos países con costas en ese mar, o sea México y Cuba.
Plantear las cosas como las plantea Donald Trump puede ser un modo de negociación prepotente y arrogante, pero un modo de negociación al fin. Sin embargo, es algo más grave que eso. Por eso sería muy preocupante que ese acto unilateral surgido de un capricho cargado de intención geopolítica, sea aprobado aunque sea de hecho, mediante el uso cartográfico, por otros países. Ni siquiera una gran empresa norteamericana como Google, y ninguna otra, debería aceptar esa violación de las convenciones internacionales y geográficas en su producto Google Maps.