“La democracia no es un hecho. La libertad no es un hecho. Ni siquiera Canadá es un hecho”. Las palabras de Justin Trudeau en su discurso de despedida del cargo valen más allá de la sociedad canadiense.
Días antes, el senador por la bancada centroderechista de Les Independants, Claude Malhuret, dijo ante el Parlamento francés que “Washington se ha convertido en la corte de Nerón, con un emperador incendiario, cortesanos sumisos y un bufón drogado con Ketamina”, describiendo esta realidad como “un drama para el mundo libre y para los Estados Unidos”.
Este médico que fue alcalde de Vichy, funcionario del gobierno de Jacques Chirac y director de Médicos Sin Fronteras, dijo que Europa estaba “en guerra con un dictador y ahora lo está con un dictador y también con un traidor”. Obviamente, se refería a Vladimir Putin y a Donald Trump.
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Si a la más antigua de las democracias modernas y primer Estado de Derecho en las Américas, lo preside una corte neroniana con “un bufón drogado con ketamina” (léase Elon Musk), que puede esperarse de otros países con democracias endebles que están gobernadas por ideólogos fanatizados.
En los estados de derecho, las sociedades tienden a dar por hecho que el sistema democrático es un estadio definitivo y que se puede votar cualquiera de las opciones electorales porque ninguna, por extrema que parezca, puede poner fin a la democracia, con su pluralismo, su respeto a la diversidad y sus derechos y garantías individuales.
Esta etapa de la historia está mostrando con shockeante elocuencia que nada está asegurado en materia de sistema socio-político. Nadie habría imaginado que un presidente norteamericano trataría de manera agresiva y humillante a Canadá, el país que desde su nacimiento en la segunda mitad del siglo 19 tuvo una hermandad cultural y política con Estados Unidos.

A pesar de haber acompañado a sus vecinos norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra de Corea y de haber incluso colaborado con tropas de paz para la aplicación de los acuerdos que pusieron fin a la guerra en Vietnam, los canadienses escuchan con perplejidad al presidente norteamericano decir que anexará Canadá mientras la maltrata con aranceles y llamando “gobernador” a su primer ministro.
El hombre que asumirá el cargo que deja Trudeau, su correligionario en el partido de la centroizquierda canadiense Marc Carney, un economista brillante, también describió de manera alarmante a Donald Trump.
Con un derrumbe general, la bolsa de Wall Street también hizo una advertencia sobre las derivas del presidente norteamericano, sumando guerras comerciales y rompiendo de mal modo con los viejos socios y aliados de los Estados Unidos, además de mostrar su imposibilidad de negar categóricamente que existe un peligro de recesión.
En materia de discursos inquietantes, Emmanuel Macron estableció un récord al describir en un sombrío discurso lo que sería la Tercera Guerra Mundial, con un choque directo entre Rusia y la Unión Europea (UE). Un par de días antes, hablando ante el Congreso de Estados Unidos, Trump dijo una frase que deja abierta una puerta a una guerra entre Estados Unidos y la UE.
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“Groenlandia es importante para la seguridad de Estados Unidos y la obtendremos de un modo u otro”. Si Trump no planeara sacar a la superpotencia occidental de la OTAN, no es importante que Groenlandia pase a ser territorio estadounidense. En definitiva, perteneciendo al Reino de Dinamarca, que es miembro de la OTAN, Groenlandia ya es parte del sistema norteamericano de seguridad, igual que del europeo. De hecho, Estados Unidos tiene una base militar en esa isla gigantesca.
Si teniendo acceso militarmente a ella, Trump dice que debe pertenecer a la superpotencia por una cuestión de seguridad de los norteamericanos, entonces ha decidido que EE.UU. saldrá de la alianza atlántica. Y lo más sombrío está en las cinco últimas palabras: “de un modo u otro”. Eso significa que, si el reino danés no le vende ese territorio de ultramar o si sus 56 mil habitantes no votan separarse del país europeo para integrarse el norteamericano, entonces Washington podría recurrir a la invasión y la anexión.
Si eso llegara a ocurrir, es probable que, alcanzando el colmo del absurdo, podría activarse el artículo 5 del Pacto Atlántico y Estados Unidos tenga una guerra contra su creación: la OTAN.