El fantasma del autoritarismo recorre muchos países donde la democracia parecía asegurada y hoy está jaqueada por sus propios gobernantes. En estos días, las multitudes protestan contra el autoritarismo en Turquía, donde su presidente hizo encarcelar al principal líder de la oposición secular: Ekren Imamoglu.
Pero no sólo Recep Tayyip Erdogán está en conflicto permanente con el Estado de Derecho. Viktor Orban en Hungría, Robert Fico en Eslovaquia y Aleksander Vucic en Serbia son otros casos claros de deriva autoritaria. En todos los casos se registran constantes embestidas del gobierno contra la Justicia independiente.
También en Israel el gobierno embiste contra la independencia de la Justicia y contra las áreas del Estado que son autónomas respecto a los gobernantes.
Las protestas más multitudinarias de la historia de Israel estallaron contra los intentos de Netanyahu por someter al Beit Mishpat Haelión (Tribunal Superior de Justicia) y la Beit Mishpat Hashalon (Corte de Magistrados).
+ MIRÁ MÁS: La reveladora decoración que hizo Trump en la Casa Blanca
El conservador primer ministro y su Gabinete intentan poner todo bajo su control. A las masivas protestas que causó su avance sobre la independencia de los jueces, se sumaron las protestas contra su intento de controlar el Shin Bet destituyendo a Ronen Bar, el director de ese aparato de inteligencia que es autónomo respecto a los gobiernos. La Justicia le salió al cruce y restituyó a Bar en su cargo. Y a renglón seguido, Netanyahu envistió contra la Fiscal General Gali Baharav-Miara, funcionaria que debe asesorar jurídicamente al gobierno de manera objetiva, sin someterse a él, y lleva tiempo chocando abiertamente con el primer ministro y su gabinete ultraconservador.
Los gobernantes no pueden remover fiscales generales ni jefes de inteligencia, debido a que entre sus funciones tienen, precisamente, la de vigilar al poder. De hecho, nunca un jefe del Shin Bet fue destituido por un primer ministro.
Ronen Bar no se había defendido con coartadas sobre el pogromo sanguinario del 2023. Al contrario, reclamó investigaciones independientes y ordenó la investigación interna que mostró las fallas propias que lo posibilitaron.
Esas investigaciones también justifican sospechas sobre Netanyahu. Como poco, haber desoído las recomendaciones de eliminar con asesinatos selectivos a líderes de Hamas, empezando por Yahya Sinwar, máximo responsable del ataque en el sur de Israel. Al parecer, antes del pogromo, Sinwar estuvo varias veces en la mira del Shin Bet, pero nunca llegó la orden de disparar.
+ MIRÁ MÁS: Trump y las guerras que se le están complicando
El jefe que Netanyahu destituyó y los jueces repusieron en su cargo, también impulsa la investigación sobre los millonarios sobornos de Qatar a dos asesores del primer ministro.
En esa batalla que comenzó con Netanyahu procurando someter al sistema judicial, lo enfrenta la vigorosa democracia israelí mientras su gobierno intenta sobrevivir atrincherándose en otra guerra.
Paralelamente, multitudes protestan en Ankara, Estambul y otras ciudades turcas por la destitución y encarcelamiento del principal desafiante que tiene Erdogán en el escenario político.
El presidente lleva años haciendo a sus opositores lo que los gobiernos ataturquistas le hicieron a él para evitar que lleve a la cumbre del poder su fundamentalismo islamista.
Recep Tayyip Erdogán era alcalde de Estambul y su popularidad se proyectaba a toda Turquía, cuando por leer un texto del poeta islamista Ziya Gokalp lo obligaron a dimitir y lo encarcelaron por casi un año. Por entonces, militaba en el Refah Partisi (Partido del Bienestar) que lideraba el islamista moderado Necmetin Erbakan. Pero los gobiernos ataturkistas no eran tan democráticos como decían ser y cuando crecía demasiado alguna figura del terreno islamista o de los partidos de izquierda kurdos o del secularismo socialdemócrata, ponían en marcha conspiraciones de todo tipo para invalidar esas candidaturas con acusaciones y procesos judiciales amañados.
Eso es lo que está haciendo ahoraErdogán a quien sería su principal desafiante en las urnas. Ekren Imamoglu es el líder del secular y socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP). Su figura comenzó a crecer como alcalde de Beylikdüzü. Llegó a gobernar Estambul en el 2019, venciendo en las urnas a Binali Yildirin, ex primer ministro, alto dirigente del oficialista AKP y mano derecha del presidente.
A esa victoria colaboraron no presentando candidatos el conservador secular Iyi Party (Partido Bueno) y el izquierdista MDP, ex Partido Democrático de los Pueblos (HDP), la fuerza política de los kurdos.
Como alcalde de Estambul su popularidad creció y se expandió por Anatolia. Pero ni bien se perfiló como candidato y las encuestas lo mostraron por encima de Erdogán, brotaron denuncias desopilantes en su contra.
Superar en las encuestas al sultánico presidente turco, fue como ingresar a una ficción kafkiana. Todo se confabuló de manera absurda para impedir su candidatura en las elecciones del 2028. Resulta burdo que, más de tres décadas después de haber egresado en la Facultad de Administración de Empresas, la Universidad de Estambul haya revocado su licenciatura alegando que ingresó de manera irregular. También con absurdas las denuncias de corrupción, tráfico de influencias y colaboración con el terrorismo que le gritaba el batallón de policías que ingresó en la madrugada a su casa para sacarlo de la cama a empujones y arrastrarlo hasta una celda.
Si Erdogán no perdonó a Fethullah Gülen, el influyente creador de escuelas, universidades, periódicos y bancos que debió exiliarse hasta su muerte, a pesar de haberlo apadrinado y de haber financiado la campaña del AKP, por qué debería sorprender que la Universidad dónde Imamoglu egresó a mediados de la década del 90 le quite ahora su diploma, sin el cual no puede ser candidato porque la Constitución exige título universitario para acceder a la presidencia.
Haber firmado con la izquierda kurda el llamado Consenso Urbano y contar con otros apoyos en el Kurdistán turco no implica que exista un vínculo entre su partido y el PKK, la fuerza independentista cuyo líder encarcelado en una isla del Mar de Marmara, Abdullah Occalan, ya ha renunciado públicamente al terrorismo.
Lo que está a la vista no son las pruebas de corrupción de Imamoglu ni sus supuestos tratos con el terrorismo independentista ni las presuntas trampas que hizo para ingresar a la Universidad de Estambul. Lo que está a la vista es la deriva autoritaria que comenzó en el 2014 cuando Erdogán sucedió en la presidencia a Abdullah Gül.
Sofocar el intento de golpe militar en el 2016 le permitió acelerar el proceso de concentración de poder poniendo fin al sistema parlamentario. La persecución judicial contra Fethullah Gülen fue la más notable de las tantas con que eliminó a decenas de líderes opositores.
Ahora, Erdogán aplica a Imamoglu la misma estratagema con que el ataturkismo intentó sacarlo del tablero político cuando su popularidad crecía desde la alcaldía de Estambul.
Turquía es en Europa, junto a Eslovaquia, Serbia y Hungría, el ejemplo de democracia de baja intensidad. Esos gobernantes autoritarios reforzaron sus embestidas contra la justicia desde que Donald Trump regreso a la Casa Blanca y empezó a tener roses con jueces y también con la Suprema Corte.
Igual que Erdogán, Fico, Vucic y Orban, el presidente norteamericano se identifica con el ultraconservadurismo despótico del líder ruso Vladimir Putin.