La reformulación del mundo avanza a increíble velocidad. Los cambios en el tablero estratégico causan vértigo en las generaciones que crecieron en la segunda mitad del siglo 20, aunque en las últimas dos décadas ocurrieron dos transformaciones sísmicas: la desaparición súbita de la Unión Soviética y la apertura de la República Popular China al capitalismo.
Mijail Gorbachov y Deng Xiaoping, un ruso y un chino, fueron los artífices del tiempo de cambios que redefinieron el mundo. Ahora vuelve a ser un presidente norteamericano el que rompe el statu quo global. Tras la Segunda Guerra Mundial fue Franklin Roosevelt el líder estadounidense que, con Stalin en la mesa de negociación, dibujó el mapamundi haciendo inmensas concesiones al dictador soviético con el que compartía la victoria sobre el Tercer Reich.
Hoy también son un jefe de la Casa Blanca y un amo del Kremlin los que patean el tablero internacional rompiendo bloques y trazando nuevas líneas fronterizas. Las firmas de Donald John Trump y Vladimir Vladimirovich Putin estarán al pie del nuevo tablero geopolítico.
Vivir en tiempo real el final del bloque nor-occidental es impresionante. Y la forma en que están planteando ese abrupto final los presidentes de Estados Unidos y Rusia resulta inquietante.
Trump pone fin a una era de libre comercio con una política arancelaría que está generando sociedades impensadas. Japón y Corea del Sur avanzan en tratados de libre comercio con China, mientras Europa acelera el paso en dirección a Latinoamérica.
En el siglo 20 los grafitis diciendo “yankee go home” se repetían en ciudades asiáticas y latinoamericanas. Ahora están en los carteles con los que miles de daneses protestan día a día frente a la embajada norteamericana en Copenhagen y, seguramente, en breve se verán en muchas otras ciudades europeas.
+ MIRÁ MÁS: Bolsonaro en el mayor juicio de la historia política de Brasil
La razón por la que Dinamarca se adelantó con el “yankee go home” es el atropello humillante que le está propinando Trump por su avance sobre Groenlandia. En este caso, el tablero que pateó el magnate neoyorquino es el del Acuerdo de Defensa Dinamarca-Estados Unidos, firmado en 1951. Por ese acuerdo, Washington llegó a tener 17 bases militares en Groenlandia.
La presencia norteamericana en la isla más grande del mundo antecede al Acuerdo de 1951. Primero, protegieron ese territorio de las ambiciones geopolíticas de Hitler, y posteriormente lo resguardaron de las ambiciones geopolíticas soviéticas.
Tras el fin de la Guerra Fría, la presencia militar norteamericana se redujo velozmente, hasta llegar a la única base que hay en la actualidad: el centro aeroespacial de Pitufik.
El Acuerdo de Defensa de 1951 otorgó a Estados Unidos el derecho a desplegar fuerzas militares sin un límite preciso. Esa es una de las razones por las cuales el argumento sobre las necesidades de seguridad norteamericanas para justificar su reclamo sobre Groenlandia, es totalmente infundado. La otra razón es igual de contundente: la OTAN.
Salvo que en los planes del jefe de la Casa Blanca figure sacar a Estados Unidos de la alianza atlántica, no tiene sentido que Washington aluda a supuestas necesidades de seguridad para reclamar Groenlandia. El Acuerdo de Defensa sumado al Pacto Atlántico le garantizan a los norteamericanos presencia militar en la isla.
De tal modo, lo que queda a la vista es que el plan de Trump es abandonar la OTAN y apropiarse de Groenlandia para aprovechar el retroceso acelerado de los glaciares árticos y explotar las riquezas minerales que quedarán a cielo abierto por la desaparición de los campos de hielo. Lo cual también demostraría que su negacionismo respecto al cambio climático no es genuino, sino interesado: en lugar de ver catástrofes ambientales, el presidente norteamericano ve nuevos negocios a partir del calentamiento global.