Las últimas contramarchas de Donald Trump derriba el mito que fomentó desde la publicación de su primer libro: El Arte de la Negociación.
En esas páginas publicadas en la década del 80 explicó su teoría del éxito empresarial. Según el magnate neoyorquino, el secreto está en ir hasta el fondo de sus pretensiones, para luego buscar los términos medios que le resulten más favorables.
Así describen también los apologetas de Trump su forma de manejar el gobierno. Pero la realidad ha comenzado a derribar ese mito del genio empresarial que primero sopapea al interlocutor y después le guiña un ojo sonriendo y le propone ser su amigo.
Levaba semanas atacando al titular de la Reserva Federal (FED) y exigiendo su renuncia, convencido de que Jerome Powell saldría de su despacho con las manos arriba o le juraría de rodillas que de ahora en más hará lo que él le dicte desde la Casa Blanca. Pero nada de eso ocurrió. El titular de la FED se mantuvo en el cargo y siguió dictando sus propias políticas, mientras las agresivas embestidas de Trump lo único que lograban derribar son los indicadores de Wall Street.
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No fue la más bochornosa de sus contramarchas. En el mismo puñado de horas, tras haber lanzado una ráfaga de puñetazos al estómago económico de China, admitió que se quedó sin fuerza y le tendió la mano amistosamente.
Fue una marcha atrás tan vertiginosa que no pudo siquiera disimular otra razón para desescalar la guerra comercial que él mismo había iniciado prometiendo no dar “ni un paso atrás”. Mientras Xi Jinping ni se inmutaba, Trump cambiaba la vociferación amenazante por un tono amable y conciliador. Casi que pasó del vozarrón a la vocecilla aflautada.
Su “genial estrategia del empresario que va hasta el fondo de sus pretensiones para buscar luego los acuerdos en términos medios”, fracasó dos veces consecutivas, logrando sólo generar tembladerales financieros y comerciales que golpearon duramente a las empresas y los consumidores norteamericanos.
Que Xi Jinping no haya siquiera pestañado cuando Trump lanzaba su andanada de sopapos, no quiere decir que los estratosféricos aranceles que le había impuesto el presidente de Estados Unidos no tuvieran capacidad de dañar la economía china. La tenía y en gran magnitud. Pero un régimen autoritario como el chino puede resistir más tiempo esos tembladerales sin que la sociedad y las empresas que lo sufren lo hagan tambalear. En cambio Estados Unidos todavía es una democracia, aunque Trump parece empeñado en que deje de serlo, y los norteamericanos pueden protestar en las calles contra el gobierno, la prensa llenar páginas y horas al aire criticándolo, y las empresas (tan capitalistas como las chinas, pero con las manos más libres frente al Estado) presionar con sus lobbies hasta que el presidente revea y revierta sus controversiales medidas.
Esas presiones de la sociedad, los medios y el empresariado, además de la oposición en el Congreso, le hicieron ver al líder conservador que aún es un mandatario, aunque tenga delirios despóticos y se babee de admiración por Putin.