El mayor logro de José “Pepe” Mujica fue hacer de su vejez una clase magistral de austeridad y sencillez al servicio de la calidad humana. En un tiempo de frenético consumismo y adoración de la riqueza, ese hombre de vestir desalineado y hablar campechano, se visibilizó mundialmente por ostentar una vida frugal en un mundo en el que impera la ostentación de superioridad, riqueza y poder. Esa la originalísima forma de vivir y de vestir su liderazgo deslumbró en el escenario internacional.
Un gran logro de Mujica, la versión uruguaya y actual de Arturo Ilia, a quién su país no supo valorar ni despedir de manera acorde a lo que irradió su imagen: humildad y austeridad al servicio de la democracia.
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Uruguay sí supo ponderar esos valores y generó una clase dirigente notablemente más austera, seria, inteligente y dialoguista que su vecino en el Río de La Plata. La centroderecha tuvo líderes notables como Jorge Batlle y Julio María Sanguinetti, llegando a la actualidad con otro líder destacado: Luis Lacalle Pou. Mientras que la centroizquierda tuvo grandes figuras como Líber Seregni, Tabaré Vázquez, Danilo Astori y el propio Mujica.
La historia del ex presidente que acaba de morir es también la historia de los últimos sesenta años en Uruguay. Al comenzar la década del ’60, junto a Raúl Sendic, Eleuterio Fernández Huidobro y el dramaturgo y fundador de la Unión de Juventudes Comunistas Mauricio Ronsencof, lideró el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. Una guerrilla urbana motivada por el triunfo de la revolución cubana e inspirada en la lucha insurreccional desplegada por Frank País en Santiago de Cuba, tras el asalto al Cuartel Moncada.
Tupamaros realizó acciones de sabotajes, robos de armerías y bancos, secuestros y asesinatos, pero cobró notoriedad más allá del Uruguay con golpes como el copamiento de la ciudad de Pando, en el departamento de Canelones, durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco en 1969. La otra acción que dio fama a Tupamaros fue la espectacular fuga de la cárcel de Punta Carretas, donde Mujica pasó 15 años junto a Fernández Huidobro y Rosencof, en una celda especialmente tortuosa, verdadero agujero oscuro y húmedo.

Esos acontecimientos fueron tan notables que inspiraron grandes películas, como Estado de Sitio, dirigida nada menos que por Costa Gavras, con Yves Montand como protagonista y la música es del genial MikisTeodorakis.
Pocas guerrillas sudamericanas lograron semejante repercusión en el mejor cine europeo. Pero lo más importante llegó cuando Uruguay recuperó a democracia y Mujica se sumó a ella, junto a Fernández Huidobro y Rosencof.
Transformó el MLN-Tupamaros en el Movimiento de Participación Popular (MPP) y se integró al frente Amplio, fundado y liderado por el general Líber Seregni. Desde ese lugar, Mujica democratizó la izquierda más radical, la condujo paulatinamente hacia el centro y ocupó el Ministerio de Agricultura y Ganadería, además de la mismísima presidencia de la República.
Su vejez, con tres o cuatro balas que le quedaron en el cuerpo desde el tiempo de la acción armada (los médicos pudieron extraerle solo dos de las seis que recibió en un tiroteo) fue dotando de una particular sabiduría, que expresaba con lenguaje campechano.
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La vejez convirtió a Mújica en una suerte de oráculo cuya mirada sobre el mundo, la política y lo humano era respetada y aceptada en todos los segmentos políticos desde e centroderecha al centroizquierda.
Tardó demasiado en descubrir que el que dejó Fidel Castro en Cuba, el de Hugo Chávez en Venezuela y el de Daniel Ortega en Nicaragua son regímenes autoritarios y no gobiernos populares ni democráticos. Tardó pero lo hizo. Y pudo hacerlo porquesupo ponerse más cerca de las personas que de las ideologías.
Sus últimas décadas de vida resultaron enriquecedoras para su país y también para un mundo de liderazgos fanáticos, qgresivos, vociferantes y supremacistas dedicados a levantar altares al poderío militar y económico. También reivindicó la vejez en un tiempo en el que envejecer implica devaluarse socialmente.
La historia de José Pepe Mujica tiene luces y sombras, pero a medida que se alejaba de su juventud violenta, resultó enriquecedor para la democracia de su país y para el mundo que lo observó como una amable rareza que, a contramano de los tiempos, puso en valor la sencillez y la vejez.