No solo destruyó casi medio centenar de aviones militares rusos, sino que fue tramado y ejecutado de tal modo que constituyó un golpe propagandístico formidable de Ucrania, que sonó como un cachetazo en el ego de Vladimir Putin.
La Operación Telaraña fue un éxito del aparato de inteligencia militar del país invadido. Por cierto, en su sofisticado diseño pueden haber participado expertos norteamericanos, británicos y franceses, pero los estrategas del ejército ucraniano y sus cuadros de inteligencia fueron parte del diseño y dueños absolutos de la ejecución.
El hecho es que el mundo vio a Rusia sorprendida en las profundidades de su propio territorio por una lluvia de drones que alcanzó bases aéreas hasta en la lejana Siberia. Y si llegaron hasta rincones remotos es porque fueron lanzados desde el mismo territorio ruso.

El primer paso de la Operación Telaraña fue introducir en camiones de transportes los centenares de drones que fueron llevados hasta lugares próximos a las bases atacadas. Poco después de que se concretara la masiva destrucción de aviones militares rusos en el mismísimo territorio de Rusia, una serie de detonaciones destruyeron desde los cimientos puntos clave del puente que une Rusia con la península de Crimea en el Estrecho de Kerch.
Estos golpes se suman a la ingeniosa estrategia con que las fuerzas locales repelieron la ofensiva sobre Kiev que lanzó Rusia desde territorio bielorruso en el comienzo de la invasión. ¿Qué tienen en común aquel éxito inicial con los sonoros golpes que acaban de dar los ucranianos a Rusia? Lo que tienen en común es que son éxitos basados exclusivamente en la inteligencia táctica y estratégica. Operaciones diseñadas con la lucidez que caracteriza a los grandes mariscales.
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Aunque puedan no cambiar en absoluto el curso de la guerra, estos logros militares de Ucrania pueden ostentar la calidad de brillantes estrategas como Edwing Von Rommel, el célebre “wüstenfuchs” (zorro del desierto) que condujo con astucia deslumbrante las fuerzas alemanas en el norte de África.
Ninguna de las victorias rusas en lo que va de la invasión de Ucrania evocó a celebridades de la táctica y la estrategia militar, como Rommel y su contraparte británica, el mariscal Montgomery. Los avances rusos se dan a fuerza de usar miles de presidiarios enviados a los campos de batalla como carne de cañón. O con masivos bombardeos lanzados a mansalva. O engrosando las inmensas legiones propias con miles de efectivos norcoreanos.
Rusia avanza con la superioridad del número y de los arsenales. Ucrania consigue pocos éxitos, pero con golpes que lucen inteligencia y astucia en niveles superlativos.

Pero estos esporádicos lucimientos no compensan el mayor fracaso del ejército ucrania: la fallida ofensiva en gran escala del 2023, tan largamente anunciada por el presidente Volodimir Zelenski y con tan decepcionantes resultados.
De aquel fracaso, al que se sumó el bloqueo a los suministros norteamericanos que Trump empezó a aplicar desde muchos meses antes de volver al Despacho Oval, usando a sus congresistas, Ucrania recién comenzó a recuperarse mediante otra operación donde la astucia compensó la escases de tropas y armamentos: la incursión en territorio ruso, logrando ocupar el oblast de Kursk durante largos meses y poniendo a Moscú en la necesidad de pedir tropas de refuerzo al régimen norcoreano para reconquistar esa porción de su territorio.
Con la Operación Telaraña y las explosiones en el puente sobre el estrecho de Kerch, Ucrania lo hizo de nuevo.
Ahora Putin, con el orgullo herido, evalúa cómo devolver el golpe para que resulte lo más demoledor posible. O sea, suficientemente destructivo como para hacer que los ucranianos desistan de lanzar esos golpes espectaculares.
Todo parece indicar que esa respuesta rusa se realizará con los poderosos misiles hipersónicos Oreshnik, cuya cabeza puede portar ojivas nucleares.