“Mato, luego existo”. Esa paráfrasis alterada de la fórmula cartesiana explica la inmensa mayoría de las masacres y magnicidios ocurridos en los Estados Unidos.
Desde mediados del siglo 20, las recurrentes masacres sin razón eran perpetradas por veteranos de Corea y de Vietnam que regresaban emocional o mentalmente desquiciados.
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Pero desde las últimas décadas de la pasada centuria hasta la actualidad, la mayoría de los casos tuvieron que ver con desequilibrios emocionales vinculados a otras patologías de la sociedad norteamericana y de este tiempo de incertidumbres, soledades y miedos.
“Lo maté porque era muy, muy, muy famoso; y yo buscaba muchísimo, muchísimo, muchísimo mi propia gloria”, dijo Mark David Chapman en una audiencia judicial, 20 años después del crimen que había cometido en 1980: el asesinato de John Lennon.
Muchos fueron los crímenes y las masacres que cometieron personas atrapadas en la disyuntiva éxito fracaso. El “no existís” es la sentencia que reciben los “losers” en una sociedad exitista marcada por todo tipo de supremacismos. En este derrumbe de la inteligencia y el afecto por lo humano, se impone la necesidad de ser percibido para sentir la existencia. Si no me perciben, si no estoy en ningún escenario, sencillamente no existo.
Esa es la convicción devastadora que se ha instalado desde hace más de medio siglo, o existió siempre y comenzó a crecer más allá del sentido común y de la inteligencia hace más de medio siglo.
Mark David Chapman usó la palabra “gloria”, pero seguramente se refería a ese uso del concepto “existencia”. Por eso recurrió al “mato, luego existo”. Alcanzar la “gloria” es lo que sintió, por cierto equivocadamente, Nathuram Godse, el ultra-hinduista que asesinó en 1948 al Mahatma Gandhi, acusándolo de ser concesivo con los musulmanes y con Pakistán.
Como sus camaradas en el ala más radical del partido derechista Hindu Mahasabha, el joven que disparó a quemarropa contra el venerado líder de la independencia de la India era un fanático. Y los fanáticos son capaces de hacer lo peor con las “mejores” intenciones.

El caso de los náufragos de la invisibilidad es diferente y es el mayoritario en los crímenes y masacres en Estados Unidos. Y sería también el caso de Tyler Robinson, el joven de 22 años que mató a Charles Kirk. No obstante, muchas voces en la vereda conservadora se superponen en un coro que lo describe como izquierdista y homosexual. Así lo describió, entre otros líderes republicanos, el gobernador de Utha, donde vive Robinson y donde asesinó al activista ultraconservador. Según Spencer Cox, el asesino de Charlie Kirk había posteado opiniones de izquierda frecuentado sitios izquierdistas en las redes, además de estar en pareja con una persona transexual.
De ese modo, el espectro ultraconservador norteamericano lanza su dedo acusador hacia los homosexuales y hacia la “América líberal”, que es socialdemócrata, feminista y partidaria del respeto a la diversidad sexual y a las minorías étnicas. Si de algo debieran cuidarse los gobernantes y dirigentes norteamericanos en el escenario de esta guerra civil por goteo que vive el país desde hace al menos una década, es de lanzar afirmaciones que pongan en riesgo la frágil paz social. No lo hacen las figuras y dirigentes de la izquierda que cometen este estropicio repugnante de festejar el crimen demonizando a la víctima.
Tampoco lo hacen Donald Trump, el gobernador Spencer Cox y las demás figuras notables del ultraconservadurismo que se apresuran por politizar y sexualizar un crimen que, posiblemente, se enmarca en las patologías sociales que llevan larguísimas décadas haciendo correr sangre en Estados Unidos.