La derrota de la censura en el caso Jimmy Kimmel es sólo una batalla. La democracia norteamericana aún no está a salvo, porque el archimillonario que ocupa el Despacho Oval seguirá embistiendo contra el Estado de Derecho y cuenta a su favor con muchos legisladores ultraconservadores y también con demasiados jueces supremos para que actúen como quinta-columnas dentro de sus respectivos poderes. Aún así, el resultado de la batalla que reinstaló a Kimmel al frente de su programa, a pesar del bombardeo lanzado desde la Casa Blanca a la Disney y su cadena televisiva ABC, es trascendente porque exhibe la resistencia de la cultura democrática contra la potente ofensiva de la cultura autoritaria, hoy expresada principalmente por el ultraconservadurismo partidario de una autocracia trumpista.
Pocos días después de que la cadena ABC anunciara, por presión de la Casa Blanca a través del Consejo Federal de Comunicaciones (FCC) la “suspensión indefinida” del programa de Jimmy Kimmel, la empresa debió dar marcha atrás, a pesar de las eufóricas felicitaciones que había recibido de Donald Trump por levantar el espacio de ese conductor tan crítico de su gobierno.
ABC quedó atrapado en una disyuntiva, que se constituyó en campo de batalla: mantener el paso que había dado cediendo ante el gobierno del magnate neoyorquino, que había tratado de blindar la censura a Kimmel con su calurosa felicitación a la empresa por esa decisión, o ceder ante la ola de celebridades que hicieron hoy su repudio, mientras todos los testeos de opinión mostraban una generalizada indignación en la sociedad norteamericana.
A la batalla la ganó la ola de repudio a la censura de Trump y de apoyo a Jimmy Kimmel, por parte de personalidades notables de distintos estamentos: las máximas figuras de Hollywood, intelectuales, científicos, deportistas etcétera, además de la indignación causada en la sociedad.
A la empresa no le quedó más alternativa que aceptar que nada de lo que había dicho Kimmel es ofensivo respecto a la víctima del crimen en Uta y que la única razón de levantar el programa era complacer a Trump, quien se había indignado porque en el comentario que detonó la censura había dejado al descubierto la hipocresía de su fingido dolor por la muerte del activista conservador.
Pocos habían notado que al día siguiente del asesinato de Charlie Kirk, un periodista le había dado sus condolencias y le había preguntado cómo se sentía. Lo lógico era que Trump relacionara esa pregunta con la muerte de Kirk, pero negligentemente respondió que se sentía muy bien porque había comenzado la construcción de un salón de baile en la Casa Blanca.
Eso es lo que lo hizo estallar contra Kimmel y enviar al jefe del FCC a apretar a la cadena de televisión para que levantara el programa. Lo único que logró fue poner al conductor que tanto detesta en el centro del escenario, hacer que una infinidad de celebridades lo defiendan y finalmente termine ganándole la batalla recuperando su programa en tiempo récord.