Donald Trump arremetió contra las Naciones Unidas en el mismísimo escenario principal de la ONU. Hablando ante la Asamblea General, expresó su doctrina antiglobalista y la emprendió contra los organismos multilaterales. Por cierto, arremetió también contra la Agenda 2030, cuestionando los consensos en la lucha contra el cambio climático. No tuvo muchos seguidores en esa línea.
Entre los pocos, estuvo el presidente argentino. Javier Milei también cuestionó la utilidad de Naciones Unidas y contra la Agenda 2030 y quienes impulsan medidas contra el calentamiento global, ante una sala tan vacía como la que soportó la perorata en gran medida divagante del presidente colombiano Gustavo Petro. Pero el tema central de la Asamblea General era otro.
En el tema central, Donald Trump votó contra la moción de Francia acompañada por Arabia Saudita, que proponía acelerar la aplicación de la Solución de los Dos Estados al problema palestino-israelí. El jefe de la Casa Blanca rechazó también en duros términos la ola de reconocimientos del Estado palestino y, del mismo modo que explica su rechazo el primer ministro israelí, dijo que los países que toman esa decisión “están premiando a la organización terrorista Hamas”.
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Premiar a Hamás equivale a premiar la organización que lanzaba contra Israel cada dos, tres o cuatro años misiles que iban a ser inexorablemente atajados por misiles interceptores y respondidos por misiles que viajan guiados por radar al sitió de donde fueron disparados, siendo siempre blancos civiles en los que dejan muerte y destrucción.
Premiar a Hamás, es premiar el pogromo sanguinario que se perpetró el 7 de octubre del 2023, masacrando aldeas agrícolas cuyos habitantes dan trabajo y prestan asistencias a la población de Gaza y secuestrando cientos de civiles, con el objetivo de hacer estallar la guerra que está devastando al pueblo gazatí. Premiar a Hamás es premiar su estrategia para estigmatizar a Israel como Estado genocida, sacrificando a los civiles de una población que queda desguarnecida en la intemperie, mientras los yihadistas se esconden en los túneles construidos para guarecerse ellos.

En síntesis, premiar a Hamás es repugnante. Pero...¿es eso lo que implica reconocer al Estado palestino para presionar por la implementación de la Solución de los Dos Estados?
Lo evidente no es precisamente eso. Lo evidente es que la mayoría abrumadora de países que en catarata están reconociendo al Estado palestino no lo hacen para premiar a Hamás sino como castigo a la guerra de tierra arrasada que lleva a cabo el primer ministro israelí en la Franja de Gaza. Tanto el presidente francés Emmanuel Macron como el premier canadiense Mark Carney, el británico Keir Starmer y todos los demás líderes de grandes democracias que reconocieron a palestina como Estado, antes de que exista como tal, han dejado en claro su repudio a la organización terrorista y la exigencia de que libere a los rehenes israelíes que aún tiene en su poder, entregue sus armas, se desmovilice y deje de existir como lo ha hecho hasta ahora.
Lo evidente es que el reconocimiento a un Estado que aún no existe es un modo simbólico de presionar a Benjamín Netanyahu para que detenga el infierno que ha desatado sobre la población civil. La tragedia que el mundo entero está presenciando en tiempo real.
Son el jefe del gobierno israelí y sus socios fundamentalistas quienes premian a Hamás al actuar de manera totalmente funcional a la estrategia que diseñó y puso en marcha la organización jihadista con el pogromo sangriento del 2023 para destruir la imagen de Israel en el mundo, aislar internacionalmente al Estado judío y estigmatizar a su población y al judaísmo de la diáspora.

Hamás ha podido dar un golpe demoledor al Estado israelí que lo arrojó hasta el margen del escenario internacional, porque Netanyahu actuó como si se valiera del monstruoso ataque del 2023 para lanzar una guerra de tierra arrasada que convierta la Franja de Gaza en un inmenso baldío. Un territorio imposible de habitar para su población nativa, por tanto fácil de vaciar y repoblar con una nueva población.
Eso se llama limpieza étnica y podría implementarse también en Cisjordania, donde Netanyahu lleva años implantando asentamientos de colonos, muchos de los cuales actúan con inmensa agresividad con la población cisjordana. Las hostilidades toman a menudo forma de pogromo y ese tipo de accionar siempre es para desplazar a la población nativa.
Por primera vez en la historia, el mundo está viendo en tiempo real una guerra de tierra arrasada en Gaza y una expansión territorial agresiva sobre Cisjordania. La naturaleza abyecta de Hamás y el peligro que representa su estrategia, tanto para israelíes como para sus actuales víctimas, los gazatíes, no puede justificar el cruel belicismo expansionista de Netanyahu.