Giorgia Meloni y Nicolás Sarkozy son dos malos ejemplos para Donald Trump. Por razones diferentes, el ex presidente francés y la actual primera ministra italiana generan comparaciones que afectan negativamente a Trump en momentos en que crece la sensación de que el magnate neoyorquino, además de amigo de Jeffrey Epstein, era un cliente de su harem de chicas menores de edad para pedófilos millonarios; se multiplican las críticas por las costosísimas reformas de dudo buen gusto que le hace a la Casa Blanca, alterando su histórica fisonomía; aumentan la intensidad los repudios a las cacerías humanas que está llevando a cabo contra los inmigrantes; se suman las críticas a la millonaria ayuda que le da a Javier Milei para mantener a flote una economía que se hunde, y se van volviendo oceánicas las protestas contra sus rasgos autocráticos en las calles de las principales ciudades de Estados Unidos.
+MIRÁ MÁS: Bolivia alimenta la esperanza de los centristas en la región
Que en Francia un ex presidente conservador y aristocrático haya empezado a cumplir una condena de cinco años en una cárcel, empieza a generar en Estados Unidos la pregunta de por qué un caso de financiación ilegal de una campaña política derivada en complot para conspirar entre Sarkozy y el entonces líder libio Muhammar Jadafy, puede llevar un presidente preso en ese país europeo, mientras que la Justicia norteamericana no pudo siquiera juzgar a Trump por la asonada golpista que dejó varios muertos en el Capitolio el seis de enero de 2021.
Que un poderoso ex presidente francés esté preso en una cárcel por un hecho mucho menos grave que varios de los casos, sexuales, empresariales y políticos por los que podría ser juzgado y condenado, se sumó a las sombras que oscurecen la imagen de Trump.
Por razones exactamente opuestas, también las comparaciones con la premier italiana debilitan la imagen del jefe de la Casa Blanca.

Giorgia Meloni acaba de cumplir tres años al frente del Gobierno de Italia, alcanzando un récord de permanencia en el poder que sólo había alcanzado Silvio Berlusconi, en un país en el que la voracidad de la política hace que los primeros ministros duren lo que dura un suspiro.
Fue la primera mujer en liderar una fuerza política con raíces en el movimiento de Mussolini; también la primera en alcanzar la cumbre del poder político desde un partido pos fascista y la figura más joven que se haya sentado en el despacho principal del Palacio Chigi.
Pocos pensaban que una mujer joven y bajita podría domar los instintos hiperbólicos de la política italiana, pero lleva tres años haciéndolo mucho mejor que sus antecesores varones. Y también luciendo firmeza y equilibrio en el escenario internacional, donde se maneja cómodamente entre los y las líderes del resto del mundo.
En desmedro de Donald Trump, la premier Giorgia Meloni demuestra que se puede ser joven y militar en el conservadurismo duro, sin ser una persona experta en surfear escándalos ni exhibicionista de supremacismo, egolatría y desprecio por los que disienten, y sin promover el reemplazo de la democracia liberal por una autocracia personalista.