Para derribar militarmente al régimen que encabeza Nicolás Maduro, el Pentágono debería lograr lo que la inteligencia militar israelí logró en los escenarios de Irán y Líbano, además de no cometer el error que George W. Bush cometió en Irak.
Después de mostrar una infiltración profunda en el Líbano, haciendo detonar miles de bíperes que una empresa fantasma creada para esta misión había logrado vender a Hezbollah, acción que mató sorpresivamente a decenas de mandos altos y medios, los israelíes lograron eliminar a quién llevaba 32 años liderando esa organización político-militar chiita.
En una jugada magistral en términos tácticos y estratégicos, en la que las acciones de inteligencia incluyeron el vuelo de Benjamín Netanyahu a Estados Unidos para hablar en la asamblea general de Naciones Unidas, se logró situar con exactitud la hora y el lugar en el suburbio beirutí de Dahiiya donde se reunirían Hassan Nasrallah y el comandante del frente de sur de Hezbollah, Alí Karaki, con otros altos mandos. El bombardeo aéreo tuvo precisión milimétrica y la organización chiita libanesa quedó decapitada.
Con la misma habilidad de los aparatos de inteligencia se logró ubicar donde se alojaría el jefe político de Hamás, Ismail Haniye, cuando acudiera a Teherán para la asunción del presidente iraní Masoud Pezeshkian. Después de los actos oficiales, cuando Haniye se acostó tras preparar su regreso al otro día a Doha, donde se radicaba, una bomba estalló debajo de su cama y lo desintegró.
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La ubicación precisa en tiempo y lugar, además de la precisión milimétrica de los ataques, permitió a Israel eliminar al equipo completo de científicos que dirigían el programa nuclear de Irán, además de la cúpula militar de la República Islámica en la denominada Guerra de los Doce Días.
A esos estrategas de la inteligencia israelí deberían recurrir Trump y su secretario de Guerra, Pete Hegseth, para evitar llegar al desembarco de fuerzas sobre el terreno. Está claro que, a esta altura del cerco militar tendido sobre Venezuela, ni Maduro habita el Palacio de Miraflores ni Diosdado Cabello está en su despacho del Ministerio que encabeza. Tampoco el general Vladimir Padrino López es hallable en los cuarteles generales donde están las principales oficinas del ejército, ni la vicepresidenta Delcy Rodríguez y su hermano Jorge están en sus respectivas oficinas. Ninguna cabeza del régimen está al alcance de los misiles norteamericanos ni de los sicarios que haya podido contratar la CIA. Todos tienen distintos búnkeres y cambian permanentemente de lugar.
El trabajo de inteligencia tiene que decidir el momento y el lugar para atacarlos, necesita los niveles de eficacia que logran los aparatos de inteligencia israelí. Estados Unidos lo logró en Pakistán, donde pudo situar el sitio donde se ocultaba Osama Bin Laden en la ciudad de Abbottabad y eliminarlos con comandos de elite Seals Navy que arribaron por sorpresa en helicópteros Black Hauk. Un gran logro de la administración Obama. Un éxito similar logró la administración Biden cuando misiles Hellfire entraron por la ventana del departamento que ocupaba Aymán al Zawahiri, el número de Al Qaeda.
En esa sintonía debe trabajar el Pentágono si quiere un éxito militar conseguido con altísima eficacia, que reduzca el tiempo del conflicto, las bajas propias y las muertes civiles y demás daños colaterales en Venezuela.
El error que no debe cometer es el que le hicieron cometer el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el subsecretario Paul Wolfowitz al presidente George W. Bush, cuando le ordenaron a Paul Bremer, el “virrey” que enviaron a Irak tras la caída de Saddam Hussein: disolver las fuerzas armadas iraquíes. De ese modo, lo que se creó fue una legión inmensa de desocupados que se fueron a sus casas con las armas que saquearon de los arsenales y vendieron a las organizaciones yihadistas que se multiplicaron y hundieron Irak en un caos sangriento.
Si cae el régimen chavista, los norteamericanos deberían lograr que el ejército siga en pié y acate a las nuevas autoridades. La parte más difícil será desarmar las milicias, los “colectivos” y los demás dispositivos armados irregulares que ha creado el régimen.
En ese punto comienza el desafío más difícil.