Christopher Nolan tuvo la genial idea de retratar al hombre que está detrás de la bomba atómica. Y de hacerlo usando como lente Prometeo Americano, la monumental biografía que escribieron Kai Bird y Martin Sherwin con el objetivo de hacer un retrato veraz del personaje cuya creación marcó la historia del mundo desde los días 6 y 9 de agosto de 1945, hasta la actualidad.
Las bombas que devastaron Hiroshima y Nagasaki produciendo los mayores aniquilamientos en masa perpetrados con un solo ataque en toda la historia, definieron una modalidad de “pax” que impidió una Tercera Guerra Mundial, porque habría sido un holocausto nuclear sin vencedores.
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El arma atómica que creó Robert Oppenheimer definió también el orden internacional, en cuanto a estructura jerárquica de naciones, imperante hasta la fecha. La Organización de Naciones Unidas (ONU) surgió de los escombros de la guerra mundial que no había podido evitar su antecesora, la fallida Sociedad de Naciones. Y si pervivió a pesar de sus insuficiencias, es porque su estructura es más realista que la entidad mundial impulsada por Woodrow Wilson.
El realismo está dado por su intento de reflejar cabalmente un orden jerárquico determinado, precisamente, por la posesión de arsenales nucleares.
Al Consejo de Seguridad de la ONU lo integran como miembros permanentes con poder de veto exclusivamente los países que, en el momento de conformarse, eran los únicos que poseían bombas nucleares. Los diez países restantes ocupan esos asientos de manera rotativa y sin el decisivo poder de veto, capacidad determinada precisamente por sus arsenales nucleares.
¿Por qué es importante que océanos de gente en gran parte del mundo se estén asomando a la compleja mente de Julius Robert Oppenheimer? Entre otras cosas, porque han nacido y crecido en el mundo que definió la creación de ese físico norteamericano.
Por su aporte decisivo en el Proyecto Manhattan (como se denominó al proceso secreto que desembocó en la bomba atómica), aquel físico teórico es una suerte de Shiva del mundo real. La divinidad considerada “Mahadevah” (Gran Dios) en la teología hinduista, también es llamado “el destructor”, porque su rol es destruir el universo para reformularlo.
Oppenheimer fue el Shiva que destruyó el universo que engendró las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo 20, permitiendo con esa destrucción el diseño de un nuevo orden. El orden que siguió generando guerras y desequilibrios, pero en el que no volvieron enfrentare de manera directa los imperios existentes.
¿Eso le da la razón al científico de pasiones humanistas al justificar su crucial aporte al Armagedón de este tiempo, diciendo que ahorraría muertes imponiendo el fin de la guerra con Japón y que impediría futuros choques bélicos entre superpotencias?
En lo referido a la guerra contra el Imperio Nipón, la creencia de que, en el bance final, las bombas que devastaron Hiroshima y Nagasaki habrían reducido en muchas decenas de miles las muertes que se hubieran producido de prolongarse el conflicto. ¿Fue así?
Los nazis ya estaban totalmente derrotados y los soviéticos se disponían a declarar la guerra a Japón para vengar la derrota en la guerra de 1905 y para quedarse con las islas Kuriles, entre otras metas geopolíticas. Si a eso se suma que Tokio era una capital desahuciada y el ejército imperial estaba diezmado, es fácil deducir, como tantos historiadores, que la guerra no iba a prolongarse demasiado. Por eso los análisis historiográficos convergen en que el objetivo de Harry Truman al decidir los ataques nucleares, fue enviar un mensaje a los nazis que aun quisieran resistir y, fundamentalmente, a la potencia emergente que representaba la Unión Soviética tras su rol fundamental en la victoria aliada sobre Hitler. Ese mensaje decía que Estados Unidos era el país que tenía el “superpoder” con el que podía aplastar a quien quisiera enfrentarlo.
Para Oppenhaimer ¿ese objetivo justificaba los exterminios en masa que su invento produciría? ¿Se convenció a sí mismo que esa era la mejor alternativa para el orden internacional que emergía entre los escombros de la II Guerra Mundial?
Es difícil responder esas preguntas con certezas verificables. Es posible suponer que el físico alemán Warner Heisenberg descubriría el secreto de la fisión nuclear y el III Reich tendría el arma, si Oppenheimer no se zambullía en el Proyecto Manhattan y colaboraba a que los norteamericanos la tuvieran antes.
Lo verificable es que nunca más se usaron bombas atómicas desde los exterminios en Hiroshima y Nagasaki. Destrucción Mutua Asegurada es como se llamó a la doctrina que lleva casi ocho décadas cumpliéndose. Las potencias nucleares no se han atacado de manera directa porque una guerra nuclear implicaría la devastación de todos los contendientes. La siguiente guerra sería “con piedras y palos”, según la acertada ironía de Einstein.
Conflictos bélicos hubo y han corrido ríos de sangre en muchos rincones del planeta, pero ninguno que enfrentara de manera directa a potencias nucleares. Ergo, no volvieron a usarse bombas atómicas ni volvió a producirse una guerra mundial.
Más aún, salvo momentos de alta tensión como la Crisis de los Misiles de 1962, el dedo de ningún líder volvió a acercarse al “botón rojo”.
Pero el mundo podría estar acercándose al final de la sombría “Pax” que impuso la creación de Oppenheimer. Los líderes norcoreanos Kim Jong-il y su hijo, Kim Jong-un llevan años blandiendo la amenaza nuclear contra sus enemigos cercanos y lejanos.
A ellos se sumó Vladimir Putin, que ante la tenue posibilidad de perder la guerra contra Ucrania, dejó en claro que para Rusia no existe el peligro de ser derrotada, porque antes de llegar a esa instancia hará uso de sus misiles nucleares tácticos y, si fuera necesarios, también los estratégicos.
El gran aporte a la divulgación histórica que hace desde el cine Christopher Nolan ¿llega junto con el final de la era iniciada con la bomba de Oppenheimer?