Probablemente, no haya en el año en curso un acontecimiento más relevante que el acercamiento irano-saudí que se selló con el acuerdo para restablecer las relaciones diplomáticas. Si no tuvo en Occidente la repercusión mediática que corresponde a su dimensión geopolítica, quizá se explique en que Washington miró de afuera la negociación y se sorprendió por su resultado.
Fue China el impulsor de este acercamiento y el mediador en las tratativas que desembocaron en el acuerdo entre las potencias cuya enemistad lleva décadas definiendo el tablero del Oriente Medio.
Ahora, a las postales como la de Menajem Beguin y Anuar el Sadat abrazados en Camp David y de Yitzhak Rabin dándose la mano con Yasser Arafat en los jardines de la Casa Blanca, se le suma la histórica postal del canciller Wang Yi auspiciando el apretón de manos entre los dos máximos funcionarios de seguridad de Irán y de Arabia Saudita, Alí Samkhani y Musaad bin Mohamed Al Aiban.
El acercamiento entre la potencia chiita persa y la potencia árabe de los sunitas, le avisa a Washington que Beijing también será protagónico en ese tablero tan complejo.
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El enfrentamiento que podría llegar a su fin por esta jugada diplomática de China, tiene varias etapas en el tiempo. La ruptura de las relaciones diplomáticas entre Riad y Teherán ocurrió en el 2016. El detonante fue la ejecución en Arabia Saudita del ayatola Nimr al Nimr, líder espiritual de la minoría chiita de ese país arábigo que estaba en estado de efervescencia desde el estallido de la llamada “Primavera Árabe”.
El enfrentamiento pasó a una guerra indirecta que se desarrolla en Yemen, donde Irán sostiene con armas y municiones a los hutíes, la etnia que enfrenta a los gobiernos sunitas apoyados por Riad y a las tropas saudíes y de Emiratos Árabes Unidos que fueron a combatir en el país del sur de la Península Arábiga.
Pero “la grieta” que tiene a la cabeza de los bandos enfrentados a Irán y Arabia Saudita es más profunda. Hunde sus raíces en el cisma que dividió a los musulmanes tras la muerte de Mahoma en el siglo VII. Alí bin al Taleb, primo y yerno del profeta, disputó el cargo de califa con otros jeques, siendo asesinado. También fue asesinado su hijo Hassan, asesinado por un califa omeya, mientras que su otro hijo, Hussein, murió combatiendo en Kerbala contra un ejército de los omeyas.
Desde entonces, la “chía Alí” (los seguidores de Alí bin Al Taleb) quedaron enfrentados a la suna (los seguidores de la tradición). La expresión actual de ese enfrentamiento entre el sunismo (más del 80 por ciento de los musulmanes) contra la minoría chiita, es la enemistad profunda entre Arabia Saudita (principal potencia sunita) y la República Islámica de Irán (el estado teocrático que lidera a los chiitas del mundo).
El cierre de las respectivas embajadas en el 2016 y la guerra indirecta librada en el conflicto yemení, no son el comienzo del enfrentamiento sino su última etapa.
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La confrontación entre el régimen de los ayatolas iraníes y la monarquía absolutista saudí es central y define el tablero geoestratégico del Oriente Medio. Esa pulseada entre los principales estados del sunismo y del chiismo le abrió a Israel el camino al establecimiento de relaciones diplomáticas con países sunitas como Emiratos Arabes Unidos, Barein, Sudán y Marruecos. Si bien Riad no suscribió un acuerdo similar con el Estado judío, consintió que ocurran con esos países de la Liga Arabe porque evalúa que el poderío económico y militar israelí sería clave en una guerra abierta contra los iraníes.
El acercamiento entre Riad y Teherán podría ir más allá de la reapertura de sus respectivas embajadas. China fue el artífice del acuerdo y su mira está puesta en un replanteo del Oriente Medio, para que Beijing le dispute a Washington las fichas de ese tablero.
Para Israel, el acuerdo con patrocinio chino es un movimiento a estudiar detenidamente. También debe estudiarlo la Casa Blanca, que parece haber sido tomada por sorpresa.