Uruguay no es un país más en el escenario de la lucha armenia contra el “negacionismo”. Su singularidad es una de las explicaciones de la agresiva presión que ejerció Turquía al enviar su canciller a Montevideo en los mismos días en que Armenia y la diáspora conmemoran el genocidio de 1915.
¿Por qué Uruguay no es un país más en el escenario de la lucha contra el negacionismo? Porque fue el primer país del mundo en reconocer el genocidio armenio. Lo hizo en 1965, anticipándose varios años al inicio del goteo de países que fueron reconociendo al crimen contra la humanidad que cometió el Estado turco otomano y completó la república fundada por Atatürk.
Argentina lo hizo veintidós años más tarde, cuando estaba en la presidencia un defensor de los Derechos Humanos: Raúl Alfonsín. Mientras que Estados Unidos recién lo hizo el año pasado, por iniciativa de Joe Biden.
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En el 2007, el Congreso norteamericano había avanzado en esa dirección aprobando la Resolución 106, reconociendo el genocidio, pero el entonces presidente, George W. Bush, salió al cruce exhibiendo sinceridad brutal, al argumentar que Estados Unidos no debía molestar con esa decisión a Turquía por tratarse de un miembro clave de la OTAN debido a su ubicación altamente estratégica en el mapamundi.
Turquía siempre hizo valer su situación geográfica y otras ventajas que le dan poder, para imponer el negacionismo en el mundo. Pero Uruguay fue el primer país en desafiar esa oscura influencia, reconociendo que las deportaciones en masa y las masacres que comenzaron el 24 de abril del 1915 con la desaparición de 250 intelectuales armenios, fueron consecuencia de un plan de aniquilamiento sistemático de la población armenia de Anatolia.
Eso es parte de la explicación de que el canciller turco, Mevlut Cavusoglu, llegara en visita oficial para inaugurar la embajada turca en Uruguay, en los mismos días de la conmemoración del genocidio.
Fue un error del canciller Francisco Bustillo haber aceptado el cronograma planteado por Ankara, en lugar de posponerla o de anticiparla para que no coincida con el 24 de abril. El presidente Lacalle Pou ha sido cercano a la causa armenia, pero su gobierno, aparentemente por una falla de su servicio diplomático, quedó en medio de la controversia que desató la presencia de Cavusoglu.
A esa actitud agresiva de presión sobre Uruguay, el canciller del sultánico Recep Erdogán le agregó un gesto cruel y agraviante: le hizo la señal de Los Lobos Grises a un grupo de uruguayos de la colectividad armenia que protestaban frente a la flamante embajada turca.
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Uniendo los dados anular y mayor con el pulgar, y levantando el índice y el meñique, se forma la cabeza del lobo con que los turcos expresan adhesión al ultranacionalismo. La organización Lobos Grises surgió en 1968 como brazo armado de Acción Nacionalista, partido de posición extremista que apoyaba el panturanismo, ideología racista que se fue engendrando desde fines del siglo XIX bajo el sultán Abdul Hamid II y llegó a su máxima expresión de criminalidad con el régimen del Comité Unión y Progreso, impulsor del genocidio de 1915.
Ese brazo violento de Acción Nacionalista actuaba como fuerza de choque contra las protestas y asesinó a decenas de dirigentes del partido Comunista Turco, del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) y de dirigentes de la comunidad armenia en Turquía.
Los Lobos Grises se hicieron ver en el mundo en 1981, cuando uno de sus miembros, Alí Agca, disparó su Browning 9 milímetros a quemarropa contra Karol Wojtila, el Papa Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro.
A la seña de los Lobos Grises la ha hecho en varias oportunidades el propio presidente Erdogán. Pero que el canciller de Turquía haya hecho esa señal a los manifestantes de la colectividad armenia que protestaban frente a la embajada turca en Montevideo, implica una burla cruel a los armenios del mundo y una afrenta al país que visitaba: la República Oriental del Uruguay.