Es la implosión interminable del Gobierno nacional. Un Gobierno que se va diluyendo desde adentro porque sus componentes se neutralizan entre sí.
El espectáculo se vuelve desesperante debido a que la deriva gubernamental se refleja en la economía. Parecen imágenes de naufragio. Un naufragio interminable, exasperante. El naufragio de un hombre que eligió quedarse en la mitad del río en lugar de avanzar hacia una u otra orilla.
Es por las orillas por donde se puede avanzar. En la mitad del río, el presidente se hunde inexorablemente.
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Alberto Fernández pudo elegir la orilla de la emancipación total, echando de su gobierno a los funcionarios kirchneristas que le impuso la vicepresidenta y asumiendo plenamente la decisión del rumbo. No se atrevió. Pero tampoco se paró del todo en la orilla que está a la sombra de Cristina. Prefirió ese “no lugar” en el que su autoridad se diluye. O sea, eligió convertirse en un “no presidente”.
El concepto del antropólogo francés Marc Augé sirve para describir la mitad del río donde una y otra vez elige habitar el presidente. El “no lugar” es un espacio vacío de identidad cuya contracara es el “lugar antropológico”. Las orillas del río en cuya mitad del cauce se hunde Alberto Fernández, son lugares antropológicos. O sea, lugares con existencia propia por poseer identidad.
Una orilla es kirchnerista y en ella se puede avanzar en el rumbo que señala Cristina Kirchner. Ese rumbo puede conducir a oscuros abismos, pero es un rumbo, una marcha hacia algún lado.
En la otra orilla, la de la emancipación presidencial, está la posibilidad de un rumbo sobre el cual lo único que se sabe es que no lo establece la vicepresidenta. De tal modo, podría tratarse de un rumbo menos ideológico y más razonable. Lo que está claro es que sólo en las orillas hay rumbos. Buenos o malos, pero rumbos. En la mitad del río hay deriva, naufragio y hundimiento.
Alberto Fernández se hunde porque eligió la capitulación en cuotas. Cada batalla contra Cristina concluye con su rendición. Pero no son rendiciones incondicionales. Alberto se va rindiendo en incómodas cuotas, sin llegar a rendirse del todo. Preserva bastiones cada vez más simbólicos.
Su último bastión era el Ministerio de Economía. Desde que la vicepresidenta se convirtió en un Pacman dedicado a ir devorando el poder y la autoridad del presidente, Alberto le fue entregando cada porción reclamada por ese ente tan voraz como el videojuego diseñado por Toru Iwatani.
Cristina le pidió que rodaran cabezas muy preciadas para el presidente, y rodaron. La de Marcela Losardo, Juan Pablo Biondi y tantos otros, hasta que rodó la de Matías Kulfas y quedó, como último bastión, la del ministro de Economía.
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La permanencia de Martín Guzmán simbolizaba la soberanía presidencial, o lo que quedaba de ella. Sin embargo, como nadador de medias tintas que es, Alberto lo mantenía en la trinchera pero sin darle las armas para defenderse.
Guzmán conservaba el cargo del que Cristina quería echarlo a patadas, pero el presidente no le daba los instrumentos que él reclamaba para poder ejercer ese cargo con alguna eficacia.
Tras un año bajo intenso bombardeo desde la vicepresidencia, el Instituto Patria y La Cámpora, Guzmán exigió al presidente que saque a los funcionarios de Cristina de la Secretaría de Energía y otros puntos aledaños a Economía desde donde sabotean cada una de sus acciones. Como Alberto Fernández una vez más le dijo no y mantuvo en sus puestos a los conspirativos funcionarios cristinistas, Guzmán decidió patear el tablero evidenciando su hartazgo con la vice y también con las medias tintas del presidente.
Al daño a Alberto se lo provocó avisándole de su renuncia a horas hacerla pública; mientras que el daño a Cristina lo causó anunciándola cuando ella daba el discurso que debía ser titular en todos los portales, radios y televisión del anochecer del sábado, y también el domingo.
Guzmán se despidió robándole los titulares a Cristina y mostrando la debilidad y la intemperie del presidente.
Fue una oportunidad más para que Alberto decidiera ir a una orilla, la de la emancipación total o la de la sumisión total, pero salir de la mitad del río. Lo habría hecho si hubiera aceptado los pedidos que le hizo Sergio Massa para asumir como jefe de Gabinete: el control del Banco Central, el Ministerio de Economía y la AFIP. Por cierto, eso implicaba darle el poder a Massa. La otra posibilidad era dejar que Cristina designe a todos los ministros relevantes. Pero Alberto prefirió, una vez más, permanecer en el “no lugar” que lo convierte en un presidente fallido.
La nueva ministra de Economía implica otra rendición ante Cristina. Pero aún desde su extrema debilidad, Alberto dio a Silvina Batakis la orden de seguir el rumbo trazado por Guzmán. ¿Por qué tendría un resultado diferente haciendo lo mismo? Eso es algo que ni Einstein podría entender. Por eso cabe esperar que, si Batakis opta por hacer caso al presidente, la vicepresidenta volverá a descargar el bullying y las humillaciones que destrozaron la imagen de Alberto Fernández. La implosión desembocará en la siguiente gran batalla. Y con la dignidad hecha girones, el hombre que le debe el cargo a Cristina pagará otra cuota de capitulación.